Hoy desde mi ventana se divisa un pequeño parque nevado. Ha comenzado la primavera pero, según dice todo el mundo aquí, la verdadera primavera tarda en llegar. Sin embargo, en el parque, unas plantas parecidas a tulipanes (ignoro casi todo acerca de la floricultura) resisten los embates del frío. Esta es mi actual perspectiva. Una perspectiva muy diferente a la que tendría en Madrid, o en Guadalajara. Cuando voy en los llamativos autobuses de dos pisos que son marca distintiva de esta ciudad que ahora es mi casa, la perspectiva es también muy distinta. Más alta, claro, qué obviedad. Pero no es sólo una cuestión de física. Es también una cuestión de emociones.
A un mes de mi llegada, todavía estoy en una especie de limbo. Sé que ésta es mi ciudad (o lo va a ser por unos meses, cuando menos), pero todavía la miro desde fuera. Tal vez es la cuestión del idioma, pero no sólo. Son muchas las cosas que cambian, aún siendo básicamente las mismas. No sólo el paisaje, por supuesto. Son los usos, las costumbres. Y además de todo eso está, claro, la constancia de la lejanía de las que casi siempre han sido tus cosas de siempre.
Mirar desde fuera tiene su parte divertida. Es como si las cosas no fueran contigo. No del todo, al menos. Eso es lo que nos excita de los viajes. Ese poder que te dan para ser otro por unos días. Para pensar que es posible una vida diferente, lejos de los pesos que todos arrastramos en nuestra vida cotidiana. Así que aquí estoy, sintiéndome alegremente ligero. Como flotando, en cierto sentido. De alguna manera, soy como uno más de los copos de nieve que hoy han caído sobre la ciudad. Voy planeando sobre ella, sabiendo que es mi destino, que he de caer sobre su suelo y, más temprano que tarde, fundirme con él, pasar a formar parte de esta tierra.
Esta perspectiva alegre tiene también su reverso. A veces, a pesar de que la caída es plácida, no puedo evitar cierto sentimiento de vértigo. Entonces, me gustaría estar ya posado sólidamente sobre el suelo. En el fondo, me gustaría estar ya formando parte de otros suelos de los que he formado parte antes. Pero sé que no es posible. Soy sólo un copo de nieve que poco puede hacer por acelerar su caída o elegir el suelo sobre el que va a reposar (esto último suena demasiado a epitafio, qué horror, tengo que revisar mi tendencia al drama).
Al final, todo esto tiene mucho de juego divertido. Os dejo con una linda postal de un Londres nevado y con dos canciones de dos maestros. Dos canciones tan bellas como melancólicas, eso sí (hoy me dio por ahí: es una cuestión de perspectiva).