5 de junio de 2012

Teoría (afortunadamente) falsada

Tras días de ermitaña pelea contra los complejos de inferioridad de las ciencias sociales en los que la vida se ha reducido a modelos de diseños de investigación, justificaciones sobre los grados de libertad de las hipótesis y sobre las distintas maneras de hacer inferencias científicas, necesito airearme. En este proceso, procedo a falsar una generalmente cierta hipótesis que marca el devenir de la vida en sociedad: "Nadie te conoce cuando estás abajo y fuera (del meollo)". Decenas de observaciones prueban, en mi caso que no es así. Lucky me!
Por cierto: Gracias, observaciones.
Y gracias también a Eric Clapton que, pese a lo que muchos afirmaban, no es Dios (Dios no podría sostener la hipótesis errónea en la que se basa la canción que viene a continuación). Pero sí un tipo con toda la barba, ¡coño!

Un bandolero simpático


Erik el Belga es un poco como el doctor House. Uno de esos personajes que uno debería aborrecer por lo que hacen, pero que no puede. Sólo que Erik es de verdad y House una creación de las nuevas narrativas televisivas. Tuve la suerte de entrevistarle hace un par de meses para la revista 21. El texto salió en el pasado número de mayo, así que os lo dejo con un poco de retraso. Cosas de la pereza.

Erik el Belga, ladrón por amor
“Hay cosas que no se dicen”

A sus 72 años, después de casi 30 de retiro dorado de la profesión, Erik el Belga, apodo por el que todo el mundo conoce al traficante de arte René Alphonse van de Berghe parece estar por encima del bien y del mal. Le adoran en los conventos y cofradías a los que regala sus piezas de meticuloso y académico arte religioso. Le siguen guardando rencor y reclamando piezas de arte en pueblos dispersos por toda la geografía española. Quienes no hemos sido ni sus víctimas ni sus beneficiarios no podemos dejar de esbozar una sonrisa de simpatía ante su personaje. Él se ve más como un comerciante con un sentido un poco laxo de la legalidad y del derecho de la propiedad que como un ladrón o un bandido. Pero incluso a través del teléfono se le nota una sonrisa de orgullo cuando se comentan con él sus hazañas. La diabetes casi le dejó ciego. Pero ahora, recuperado de su vista tras un largo proceso de operaciones que define como milagroso, se dedica fundamentalmente a la pintura. Le decimos que ésta es una entrevista que intenta tener sentido del humor y dice que así tiene que ser. No podía no tenerlo un tipo que llegó a robar en un cuartel de la Guardia Civil. Acaba de publicar, escritas a cuatro manos con su mujer, sus memorias: Por amor al arte.

-Su libro se titula Por amor al arte. No me diga que no le gustaba el dinero.
-Hombre, la pasión sin dinero es una pasión muerta. Pero lo que amaba, sobre todo, era el arte religioso y místico. Y era lo que me reclamaban mis clientes.

-Es un verdadero tocho: 570 páginas. Tiene mucho que contar, por lo que se ve.
-Bueno es que tenía que responder a más de un 1,7 millones de páginas que hay en Internet sobre mí en las que se dicen muchas estupideces.

-Sin embargo, he leído por ahí que, pese a tanta letra, usted se calla muchas cosas.
-Hay cosas que no se dicen.

-Dejemos el libro y vayamos con el personaje. Usted suele caerle bien a la gente. ¿Será que a todos nos gustaría ser bandidos?
-Nunca he sido un bandido. He sido un traficante de arte que ha hecho muchas transacciones en un tiempo en que eso era posible. Pero eso de bandido… En el tráfico de obras de arte solo se puede trabajar si aceptas mucha responsabilidad.

-Dicen que es usted el mayor ladrón de guante blanco del siglo XX.
-Bueno, cuando yo actuaba había mucha obra de arte religioso que se podía expoliar y esto ya no es así. Los tiempos han cambiado. Por otra parte, no habría podido vender ni una obra de arte obtenida con violencia. Mis clientes eran cristianos ante todo.

-También le han llamado “mercenario del arte”. ¿Se siente cómodo con esto?
-¿Por qué no? De hecho, yo trabajaba siempre bajo pedido. Me hacían el pedido, obtenía el pedido y cobraba lo pactado. Nunca he tenido ningún problema con esto.

-Sus cifras son espectaculares: más de 600 robos. ¿Ha pensado mandar la documentación al Libro Guiness de los Récords?
-No, no (risas). Para mí no es un récord. Lo que yo hice pasó hace ya casi 30 años. Los hechos ocurrieron, sin duda, pero ya son más una leyenda que otra cosa. Desde entonces, me dedico a pintar y a trabajar en el campo del patrimonio religioso. Sigo cultivando el amor por el arte religioso, pero de otra manera.

-Nunca detuvieron a ninguno de sus hombres, pero usted fue detenido al menos tres veces. Es usted un santo, siempre velando por los suyos.
-Era fundamental. Conseguir un equipo de gente que fuese capaz de hacer este trabajo de la manera que tenía que hacerse, no violenta y eficaz, era muy difícil.

-También dice que gracias a usted se han salvado piezas de arte. Otro motivo para estar en los altares.
-Sin ninguna duda. Además, conmigo todos los gitanos han comprado al clero obras de arte que durante siglos habían guardado en sus reservas y que el clero tenía que vender porque el Vaticano II les obligaba a hacerlo.

-Dicen que tiene “la moral del antiguo bandido”. Para robar hay que ser honesto.
-Por supuesto. Sobre todo, para robar arte religioso. Tienes que tener un cliente recto que espera para pagarte tu trabajo. Como decía, la pasión sin dinero está muerta.

-Dejemos el personaje y vayamos a la persona. ¿Cómo se transforma el anticuario René Alphonse van de Berghe en el ladrón Erik el Belga?
-Porque había una gran demanda de arte religioso. En particular, español, porque en Bélgica teníamos una reina, Fabiola, que era española. Fuimos casi obligados a expoliar para tener a nuestros clientes contentos y satisfacer su pasión por el arte.

-Vive en España desde el 74. ¿No sería lógico cambiarse el apodo y llamarse Erik el hispano-belga?
-¿Por qué no? Me siento más español que belga, aunque me gusta también Bélgica. Estoy enamorado de Málaga y Andalucía, de la tranquilidad con que se vive aquí. Vamos todo el año en camiseta y el sol, a mi edad, es un placer. No soporto la lluvia.

-Asegura que con 14 años traficaba con armas. El delito fue una vocación temprana.
-Es algo que pasó después de la Segunda Guerra Mundial. No traficábamos con armas, sino con antiguos vehículos militares, obuses y etcétera, que se vendían para aprovechar el cobre. Además, había coleccionistas de armas que querían, después de la guerra, tener un fusil alemán en su casa. En aquella época era muy normal.

-Su biografía no es nada aburrida. Se ha casado siete veces. Es como un gato.
-(risas) El amor ha movido toda mi vida. El amor a Dios, a los santos, a la mujer. Eso hace que uno se mantenga en pie.

-Buena parte los cuadros que pinta los dona a hermandades y conventos. ¿Una manera de purgar sus pecados?
-No, pero me gusta mucho el clero e intentar hacer el bien. Son cuadros que pinto y que dono, sin cobrar un duro. La gente lo agradece.

-Su mujer dice de usted que es más frágil de la familia y que es como un niño.
-Desde luego, siempre me trata como si lo fuera.

-Ya sabe que sólo los que son como niños entrarán en el Reino de los Cielos.
-Por supuesto. Y también sabe usted aquello de que quien no llora no mama.

-Dice que en su tumba piensa poner como epitafio: “No llores, que nos veremos pronto”. Lo que usted es, me parece, es un cachondo.
-Siempre he intentado llevar una vida divertida, sí.

Para terminar, porque hoy es hoy, para cerrar este late night show: los Rolling Stones.