20 de febrero de 2011

Postal desde Mozambique - San Antonio de Barada


Una estampa típica de Mozambique y de muchos otros lugares de África: una mujer lleva a su niño a cuestas, envuelto en una capulana. Así, los niños aprenden el ritmo de la vida: sus altos y bajos, su caminar sin fin hasta la parada final, tan tremenda que nos inventamos antepasados y dioses para creer que no es la última. Y tal vez no lo sea, quién sabe.
Hablando de otra cosa: La foto es una muestra de que las mujeres tienen más capacidad para llevar el peso de la vida, para cuidar de la alegría del mundo. Es una fortuna tenerlas cerca, una bendición.
Pero volvamos al mundo del espectáculo: Dylan hablando sobre esa tierra de sufrimiento y promisión que es Mozambique.



17 de febrero de 2011

Postal desde Brasil - La mirada del Otro


Estos niños indígenas que me miran mientras les fotografío en un momento que sucedió hace mucho y que sigue sucediendo ahora mientras que tú, amigo o desconocido, miras esta foto y mientras yo escribo estas líneas sin poder dejar de mirar esos ojos entre sorprendidos, divertidos y escépticos, a medio camino del juego y la interrogación son el Otro. No sé (no sabemos) sus nombres. Y ni siquiera recuerdo ahora la tribu a la que pertenecen. Sé que la foto está tomada en Boa Vista, la capital del estado brasileño de Roraima, en el verano de 2003, en la sede del Consejo Indígena. Nada más. Me llevó allí un misionero amigo de otro amigo misionero. Un pasaporte infalible.
Pues bien, estos niños que son el Otro me miran a mí como al Otro. Es como el juego de espejos de la cantinela infantil: "Yo soy yo y tú eres tú. ¿Quién es más tonto (Otro) de los dos?". La pregunta de quién es más Otro para el Otro no sabría responderla. La pregunta de quién es más tonto de los dos, sí: el que no sepa reconocer en el Otro ese Otro que es uno mismo.

En fin, como el cielo está enladrillado y no sabemos quién lo desenladrillará, os dejo dos opciones como consuelo: la melancolía de Caetano Veloso y Gilberto Gil o el rock desmesurado de Raul Seixas.


5 de febrero de 2011

Postal desde Marruecos - Tarde de lluvia en Asilah


Blanco de cal mediterráneo.  De repente, la explosión de color de una puerta de vivos colores o del detalle de una cenefa de cerámica. La lluvia se une al sentimiento luso de la decadencia en esta antigua plaza colonial. Una tarde leve, fuera del tiempo y del espacio. Tan cerca y tan lejos, Marruecos. Tan diferentes en la raza y en la historia y sin embargo tan vecinos y, en el fondo, tan hermanos. Familias juntas pasean comiendo pipas, lujo de los sin lujo. Alegría de los pueblos sin futuro y  pena de los días de pan escaso. Los móviles no reciben llamadas y en el aire flota la añoranza de algo que no vino, que no viene. Un cementerio al pie de la muralla, entre las rocas y la playa. Una sensación de paz. Un hotelucho pobre pero honrado fuera de la ciudadela, de color azul. Hace años.

2 de febrero de 2011

Postal desde India - En el tren Jaisalmer-Delhi IV

Mucha gente se baja del tren en una parada que no podemos identificar, pero Assa y su padre siguen allí, él con su silencio de mármol negro y ella con sus ojos de sonrisa comiéndose el mundo. Sentimos algo de hambre, pero nos percatamos de que, confiados en poder comprar algo de fruta en la estación, apenas nos quedan unas cuantas galletas para las largas horas de viaje que nos esperan. Sacamos nuestras magras existencias y, tras un momento de egoísta duda, les ofrecemos a nuestros compañeros de viaje. El padre rehusa con un gesto de dignidad, pero Assa mete alegremente la mano en la bolsa, pagándonos con una alegre mueca de desparpajo y amistad.
Luego, es el padre el que saca una pequeña bolsita que contiene unos pocos ejemplares de unas bolitas transparentes como pequeñas perlas. Parecen ser caramelos artesanales de anís, que Assa mezcla con el azúcar que contiene otra pequeña bolsa, tan humilde como mimosamente plegada. Aunque él no toma, no sabemos si por razón de su penitencia o de su pobreza, nos ofrece generosamente. No podemos rechazarlo. Con la misma ceremoniosidad con la que un sacerdote limpia el cáliz y la patena después de la comunión, este hombre misterioso guarda las dos bolsas para sacar una tercera, llena de migajas de bizcocho. El ritual se repite. Assa coge, nosotros cogemos y él rehusa comer de nuevo. Luego, guarda la bolsa con el mismo ceremonial parsimonioso.
En la última parada subió también un tipo grande, con una larga túnica y un gorro de lana musulmanes. Nada más entrar en nuestro departamento, ató ostensiblemente una maleta de cuero negro a un saliente metálico con una cadena que cierra con un candado. Una abultada cartera abultaba el bolsillo de su túnica junto a un moderno móvil. Evidentemente, está en otro nivel.
Al principio, el tipo mantuvo las distancias, pero ha ido esbozando y luego dibujando sonrisas cada vez más amplias al contemplar nuestro curioso diálogo mudo de cortesías mudas. Pasado un rato, saca su propia cena: una especie de ensalada en vinagreta, muy picadita, que embute en unas tortas de pan de harina de lentejas. Sólo habla lo que parece ser urdu, ni una palabra de inglés, pero sus sonrisas de hombre satisfecho son tan válidas como las de Assa y su padre, como las nuestras, para comunicarnos. Con una de ellas, nos ofrece parte de su cena. Así, la improvisada ceremonia de comunión se completa.
Un rato después, la luz de exterior desaparece. Cae la noche e intentamos dormir de la mejor manera posible sobre las incómodas tumbonas en que se transforman asientos y respaldos de asiento de nuestro departamento.
Pasa un tiempo indeterminado de duermevela y traqueteos hasta que el tren se detiene por un buen rato en una gran estación que identificamos como Jaipur, la capital de Rajastán. Confusamente, más dormidos que despiertos, vemos como el padre de Assa saca a su hija en brazos del vagón. Apenas atinamos a hacerle adiós con la mano. Nunca les volveremos a ver. Nunca les olvidaremos.

Y aquí llegamos, semanas después, al fin de nuestro relato, que ha durado más que una telenovela venezolana. Para quitar posibles malos sabores de boca, una bella reflexión final. Bob Dylan y su It takes a lot to laugh, it takes a train to cry (Cuesta mucho reír y basta un tren para llorar). El sonido es horrible y la versión no es la mejor, pero la canción es grandiosa.

Revolución, te echábamos de menos

Puede que sea una palabra gastada. Sin duda, ha sido prostituida en numerosas ocasiones. Parecía casi desaparecida de nuestros vocabularios postmodernos. Pero ahí está, como nos recuerdan nuestros compañeros de fatigas tunecinos y egipcios. Su reaparición en este teatro del mundo la saluda Lluis Bassets en un breve pero edificante post de su muy recomendable blog Del alfiler al elefante cuya lectura os recomiendo vívamente (la del post y la del blog en general).


Es una palabra que forma parte de los anhelos de mucha gente que no vive como nosotros en un postmundo hecho de presunta postmodernidad y posthistoria. De gente como los trabajadores rurales sin tierra brasileños que se organizan en el MST, por ejemplo (en la foto, campesinos del asentamiento del MST en Beira Rio, Marcionilio Souza, Bahía, en una misa de campaña celebrada en marzo de 1997).
Puestos a ponerle un poco de música a la cosa (hace mucho que tenía el mundo del showbiz olvidado), me apetece compartir con vosotros una canción que, evidentemente, ha envejecido mal. También han envejecido mal el cantante y la revolución a la que se refiere. Pero quiero reivindicar el valor de una palabra tan demediada para decir que el mundo puede cambiar. Sé que nos han hecho creer que no. Pero es mentira. Tiene que ser mentira. Los egipcios y los tunecinos nos demuestran que lo es. Sabemos que no hay que ser ingenuos. Pero alguien debe recordarnos de vez en cuando que tampoco debermos ser cínicos. Al menos, no todo el tiempo.

En fin: ¡con ustedes, el inigualable Silvio Rodríguez!

1 de febrero de 2011

Postal desde Perú - ¡Y luego dicen que la gasolina está cara!

Esta vez no soy yo el que envía la postal. Me la envía una amiga a la que a su vez se la han enviado. Pero quería compartirla con vosotros. Se trata del enlace a un blog que escriben unos amigos suyos que viven en la selva peruana. En él denuncian los tejemanajes de las compañías petrolíferas que operan en la zona causando variados desastres ecológicos y sociales. Nada nuevo bajo el sol, tristemente. Así explican sus autores la intención del blog:

Santa Rita de Castilla (Perú) está situada e las orillas del Río Marañón y es la fuente de vida de muchas personas, sin embargo a las PETROLERAS les da igual y DERRAMAN VERTIDOS continuamente. Este blog quiere ser un escaparate para mostrar la vida allí y además denunciar todas estas TROPELÍAS. 

Y aquí es donde podéis encontrar sus historias:
http://santaritadecastilla.blogspot.com/

Postal desde Argentina - Colabore con Gardelito


Gardelito bailaba solo, en su soledad sin muertos, en una calle de San Telmo. Le hubiera gustado ser otro, seguramente, y por eso se aferraba a un mito del pasado. Pero, en el fondo, no importaba Gardel. Era únicamente una justificación. A Gardelito tampoco le importaba que le hicieran o no caso. Las monedas eran lo de menos. Lo importante era su sueño de idas y venidas, giros y bruscos cambios de dirección. Su éxtasis, su excusa para seguir viviendo, su forma de escapar, aunque fuese sólo por unas horas, a la derrota. Todos necesitamos una salida de emergencia, porque todos hemos sido derrotados algunas veces. Pero no nos engañemos, seguir adelante es una victoria, LA VICTORIA. Como decía Rilke: "resistir lo es todo".