Casi todo el mundo conoce esa frase maestra de la propaganda política: "Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo". Así comenzaban Karl Marx y Friedrich Engels el texto del Manifiesto Comunista, un breve opúsculo de poco más de 20 páginas en el que exponían los puntos claves del programa de la Liga de los Justos o Liga de los Comunistas, una asociación de pequeños artesanos alemanes que fue uno de los gérmenes de la Asociación Internacional de Trabajadores y de todo el movimiento obrero de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX.
El Manifiesto es casi una obra de juventud de Marx/Engels. Lo escribieron con 30 años en vísperas de la oleada revolucionaria que sacudió Europa en 1848. Un texto en el que, como introducción de todo lo que vendría después, Marx y Engels desarrollan el principio del materialismo histórico (básicamente: las condiciones en las que una sociedad produce lo que necesita para sobrevivir determinan cómo se estructura esa sociedad -fundamentalmente: quién ejerce el poder y se convierte en clase dominante y quién lo sufre y se convierte en clase dominada- y las razones morales, éticas, religiosas, etc. que se emplean para justificar este statuo quo).
El Manifiesto es un texto con más de 160 años de antigüedad. Sin embargo, asombra que, al leerlo, alguna de sus frases resulten sorprendentemente actuales. Ved si no:
"La moderna sociedad burguesa... no ha abolido las contradicciones de clase". "El poder estatal moderno no es más que una junta administradora que gestiona los negocios comunes de toda la clase burguesa" "(La burguesía) ha disuelto la dignidad humana en el valor de cambio". "La burguesía obliga a todas las naciones a apropiarse del modo de producción burgués si no quieren sucumbir". "La moderna sociedad burguesa, que tan espectaculares medios de producción y comunicación se ha sacado del sombrero, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias subterráneas que él mismo ha conjurado". "En las crisis se desata una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese aparecido como algo absurdo, la epidemia de la sobreproducción". "(la sociedad burguesa) posee demasiada civilización, demasiadas provisiones, demasiada industria, demasiado comercio". "Las clases intermedias hasta ahora existentes... caen en el proletariado".
Creo que la relación entre estas frases escritas en 1848 y nuestra realidad actual es evidente, por lo que no voy a detenerme a desmenuzar esa relación. Sin embargo, si que voy a permitirme -perdón por la chulería- corregir en un punto a Marx y Engels: hoy no es un fantasma el que recorre Europa, sino muchos. Tenemos, en primer lugar, el fantasma del Estado del Bienestar, esa aspiración, ahora parece que descartada casi definitivamente, de que era posible un cierto capitalismo con rostro humano (eso sí, sólo para una minoría privilegiada de la humanidad). De la mano con ese fantasma va el de la creencia en unos derechos humanos en expansión, cada vez más respetados y reconocidos. Junto a esos dos camina el espectro de la idea de progreso y de crecimiento económico ilimitado. Penando detrás de todos ellos marcha el fantasma de la propia idea de Europa.
La vieja dama ha vuelto a ser raptada, y lleva sus ropas manchadas de sangre, porque ha sido violada y golpeada por todos aquellos que se supone que debían defenderla. Sus guardias de honor la han traicionado y han hecho de la política una subasta de favores a lobbies empresariales; de la idea de ciudadanía una máscara que no tapa la realidad de despidos masivos para engordar cuentas de beneficios de grandes bancos o de funcionarios dimitidos para ajustar presupuestos deficitarios a la supuesta ortodoxia económica; de la aspiración al cumplimiento de los derechos humanos un barniz hipócrita para una diplomacia que no hace nunca nada, no asume riesgos y da carta de legitimidad a comercios más que sospechosos con países y personas más que dudosos. Con todo lo pavorosas que puedan resultar estas apariciones, es peor la procesión innumerable de horrorosos espectros que les siguen. Es una mezcla abigarrada y original, sin duda. Pero igualmente aterradora. En ella encontramos a desahuciados suicidas, inmigrantes ahogados en el Mediterráneo, adolescentes congoleños asesinados con armas fabricadas en Gran Bretaña, Francia y Alemania, enfermos crónicos a los que no cubría la sanidad pública... Tal vez esta descripción de Europa y sus fantasmas sea un tanto demagógica. Me alegraría mucho si así fuera.
Albert Camus explica, en su maravilloso ensayo El hombre rebeldeque un rebelde es alguien que dice "no". Pero no todo el que dice "no" es un verdadero rebelde. El verdadero rebelde dice "no" para decir "sí". Niega una realidad para afirmar un bien mayor. Dice no, por ejemplo, a las violaciones de los derechos humanos en las prisiones rusas para decir sí a la dignidad que tienen los presos rusos. La dignidad inherente a todas las personas. En un momento comprenderéis el por qué de este ejemplo.
Una de las más conocidas frases de Bertold Brecht es la que dice: "Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles".
No tan conocida como ésta, hay una frase de Caetano Veloso en la canción Podres Poderes (Poderes podridos) que ya he citado en este blog y que habla de aquellos "que cuidan de la alegría del mundo".
Para terminar con la introducción pedante, me voy a dar el lujazo de citar al padre de la patria cubana. José Martí, además de un luchador por la libertad de Cuba fue un gran poeta y un notabilísimo prosista. Uno de sus empeños más memorables fue La edad de oro, una revista dirigida a los niños. En su primer número, en un artículo dedicado a glosar la figura de Bolívar, San Martín e Hidalgo, los héroes de la independencia de América Latina, escribía sobre la luz y el decoro en estos términos:
"Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados".
En fin, como ya os habéis dado cuenta, este post va para largo. Posiblemente os estáis preguntando a santo de qué viene mezclar citas de un filósofo existencialista francés, del pope del teatro de vanguardia alemán de los años veinte, de un cantautor brasileño y un poeta cubano considerado el apóstol de la independencia de su país.
Pero creo que todo tiene un sentido. Con las cuatro citas he querido rendir homenaje y explicaros los sentimientos que despiertan en mí gentes como Aleksei Sokolov, a quien he tenido el privilegio de tratar a lo largo de los quince días que ha pasado en España invitado por Amnistía Internacional.
Aleksei es lo que en Amnistía Internacional llaman un defensor de los derechos humanos. Es el director de una organización que trabaja en favor de los presos y ex presos en la región de los Urales, en el corazón de la Federación Rusa. La organización se llama Pravovaia Osnova (Base Legal) y presta asistencia social y jurídica a presidiarios y ex presidiarios. Como parte de ese trabajo, denuncia las constantes violaciones de los derechos humanos de las personas que están en prisión. Así las resumía Aleksei en el curso de una entrevista:
"En
las prisiones rusas se quiere matar todo lo humano de las personas para que se
conviertan en esclavos controlables. Los problemas principales son la impunidad
de los carceleros, la ignorancia de las reclamaciones de los prisioneros y el
maltrato a base de palizas con palos, con patadas, con botellas de plástico
llenas de agua para que no queden huellas. En la mayoría de las prisiones, los
carceleros piden dinero a los prisioneros por todo tipo de cosas: para obtener
la libertad condicional, o para que no te golpeen. La corrupción está muy
presente en los centros penitenciarios. Todo tiene que ver con los sobornos".
Hablar de este tipo de cosas en Rusia no sale gratis. Aleksei ha sufrido hostigamiento por parte de las autoridades, que le han confiscado bienes, amenazado, ofrecido sobornos y hasta inventado acusaciones contra él para hacerle pasar tiempo en la cárcel y desacreditar su trabajo. Él me contaba así la secuencia de hechos que, en 2009, acabó llevándole a la cárcel:
"Cuando
en 2008, el presidente Medveded aprobó la ley de control sobre los centros
penitenciarios yo solicité ser miembro de la comisión pública de control de los
centros penitenciarios de la región de Sverdlosk. Después de conseguirlo,
comencé a visitarlos. Todo lo que veía en las cárceles lo hacía público.
Preguntaba acerca de dónde iba a parar todo el dinero del presupuesto que tenía
que dedicarse a obras en las prisiones y a comprar productos para los presos".
Las
autoridades de la región estaban muy descontentas con esto. Al final, me
detuvieron en mayo de 2009. Poco antes, un alto funcionario del gobierno
regional me había intentado sobornar para que dejase de hablar y hacer
preguntas incómodas. Yo me negué y él me amenazó con la cárcel. Pasado un mes,
estaba en prisión".
Cuando
me detuvieron, llevaba en brazos a mi hija de dos años. Ni me di cuenta de
quiénes eran las personas que se me acercaron. No sé identificaron en ningún
momento. Cuando me apartaron de mi niña, yo empecé a forcejear para protegerla.
Eso fue luego calificado de agresión en contra de la policía".
(En
una charla en Guadalajara que también tuve la suerte de compartir con él, Sokolov, haciendo una pausa en medio del dramático relato de estos
hechos, contaba cómo su niña de dos años mordió a uno de los agentes en un dedo
durante el forcejeo y cómo este hecho se utilizó de base para la acusación de
agresión. Divertido, Sokolov aseguraba: “evidentemente, los forenses
determinaron que no había sido yo quien había mordido al policía”. Los allí presentes no pudimos evitar dejar escapar una carcajada).
Me
llevaron a la comisaría y me acusaron de un crimen que supuestamente había
cometido hace cinco años. Me ofrecieron que reconociera mi crimen y que me
dejarían ir. Lo rechacé. Entonces me procesaron. El juicio se basó en
declaraciones de presos. No se presentó ninguna prueba. Pasé en la cárcel dos
años y cuatro meses".
Impresionado por el relato, pese a que ya conocía de antemano la historia, no se me ocurrió otra cosa que preguntarle, como algo casi evidente:
-Después
de pasar por la cárcel, ¿no hubiera sido más fácil abandonar? ¿Por qué has
seguido tu trabajo de defensa de los derechos humanos de los presos?
-Bueno,
alguien tiene que ocuparse de estos asuntos en Rusia- contestó Sokolov con pasmosa tranquilidad.
Esto es lo que más me ha impactado de Aleksei durante los ratos en que le he tratado. Más allá de sus méritos como defensor de los derechos humanos, creo que su testimonio atesora una lección mayor. Él es un tipo que está amenazado, que ha sido maltratado en prisión, que afronta día a día un trabajo duro, una pelea ingrata en un país en él que -él mismo lo dice- la libertad, la democracia y los derechos humanos tardarán por lo menos una generación más en consolidarse.
Sin embargo, a mí y a todos los que le hemos tratado estos día, Aleksei nos ha infundido alegría. Sonriente, nunca decía que no a una charla con activistas o a una entrevista. Curioso, en lugar de aprovechar ratos de inactividad para descansar pedía que le lleváramos a dar paseos por Madrid. Sereno, habla del dolor, de las escenas de crimen y castigo que hoy por hoy dominan la vida rusa con tranquilidad.
No se siente imprescindible, sino parte de una maquinaria vital que acabará por traer a su país un sistema más justo y humano. Sin embargo, Aleksei es imprescindible. Es un rebelde imprescindible. Un rebelde imprescindible que dedica su vida a cuidar de que en el mundo se expandan las fronteras de la alegría y el decoro.
Sin duda, es un gran honor y un privilegio haberle conocido.
En fin, os dejo con otras rebeldes rusas: las Pussy Riot. Dos de ellas siguen en prisión y deben ser liberadas cuanto antes. Pero bueno, ésa es otra historia (y, al mismo tiempo, la misma).
En el número de diciembre de la revista 21 acaba de salir publicado este artículo previo a las elecciones presidenciales y parlamentarias en Ghana, país que visité este pasado verano de la mano de Ángel Gonzalo y de su mujer, Elena, dos seres humanos increíblemente generosos.
Las elecciones tuvieron lugar el pasado 7 de diciembre y, como estaba previsto, el ganador fue John Mahama, candidato del partido gobernante. Pese a algunas protestas más bien minoritarias, acusando al Gobierno de adulterar los resultados, las elecciones se han desarrollado en medio de la calma general. Por encima de los muchos defectos que pueda tener la democracia en este Ghana, sus ciudadanos la aprecian por encima de muchas cosas. Ahí va el texto, por si sirve.
Una esperanza para África
Este mes de diciembre, Ghana celebra
elecciones presidenciales y parlamentarias. Serán las quintas consecutivas
desde que a comienzos de los noventa se restauró la democracia. Considerado un
ejemplo para el resto de países de África, tanto por su democracia como por su
alto crecimiento económico, el país no vive al margen de los problemas que
afectan al continente, pero sus ciudadanos valoran, por encima de todo, la
oportunidad de solucionarlos democráticamente.
Ghana. Su nombre tiene algo de mítico.
El padre de la patria, Kwame Nkrumah, lo tomó de un antiguo imperio africano
para sustituir a la colonialista denominación de Gold Coast (Costa del Oro).
Para muchos, aquí empezó la moderna historia de África: en 1957, Ghana se
convirtió en la primera colonia europea del África subsahariana en acceder a la
independencia.
Actualmente, Ghana es una democracia
consolidada y un país con unos índices macroeconómicos más que aceptables. Esa
democracia se verá más consolidada cuando, a principios del mes de diciembre,
Ghana celebre elecciones presidenciales. John Mahama, actual presidente tras la
muerte en julio de John Atta Mills, es favorito para continuar con el Gobierno
del Nuevo Partido Democrático (NDP, en siglas inglesas). Un gobierno que ha supuesto
prosperidad para el país, sobre todo tras el descubrimiento y el comienzo de la
explotación, en 2010, de los pozos de petróleo de la región de Tema, en la
costa.
La muerte de Atta Mills dio paso a
gigantescas manifestaciones de luto en todo el país. Este periodista estaba
allí en esos días y pudo observar como prácticamente todo el mundo vestía
prendas rojas y negras en señal de duelo. Enfrente de los edificios oficiales,
grupos de decenas de personas se congregaban para cantar –o danzar– las alabanzas
del difunto. La radio retransmitió las numerosas y prolijas ceremonias de los
funerales al completo. La foto de un sonriente Atta Mills era omnipresente en
grandes vallas publicitarias, sedes de su partido, mercados o capós de tro-tros
(los minibuses que constituyen prácticamente el único medio de transporte
público en el país).
También dio lugar a multitud de
especulaciones. Aunque en Ghana la salud del presidente es considerada secreto
de estado, se sabía que John Atta Mills padecía cáncer. Sin embargo, uno de los
cotilleos favoritos en África cuando alguien muere más o menos repentinamente
es la posibilidad de que haya sido envenenado. Y todo el mundo en Ghana, con
mayor o menor grado de escepticismo, se hizo eco de la posibilidad.
Pero, por encima de especulaciones y
lutos, dos palabras resonaban en las bocas de la gente: unidad democracia. El
traspaso de poderes al vicepresidente, John Mahama, no supuso ningún problema.
Todo el mundo aceptó el relevo con total normalidad.
Una historia convulsa
No siempre ha sido así en la historia
de Ghana. Kwane Nkrumah, el padre de la patria, fue expulsado del poder
mediante un golpe de estado en 1967. Su ideal visionario de un África unida le
hizo perder pie en la realidad, y mientras el luchaba por unos Estados Unidos
de África que blindasen al continente contra todo tipo de colonialismo o
neocolonialismo, la vida del día al día se iba haciendo insufrible en un país
mal gestionado en el que el mismo Nkrumah y la clase dirigente del partido
único, el Partido de la Convención del Pueblo (CPP, en siglas inglesas), iba
amasando ingentes fortunas.
Desde entonces hasta 1981, la vida
política del país fue un vaivén infortunado de golpes militares, breves
interregnos de precaria democracia y gobiernos corruptos. Jerry Rawlings, un
carismático teniente de aviación mulato, puso fin a este estado de cosas. Tomó
el poder e instauró una férrea dictadura de diez años. En 1990 comenzó una
transición a la democracia no exenta de problemas. De hecho, algunos consideran
que la dictadura duró de hecho hasta que en 2000 el triunfo en las elecciones
del candidato de la oposición, John Kufuor, fue reconocido por Rawlings.
Tras los dos mandatos presidenciales de
Kufuor, el NDP volvió al poder encabezado por el menos volcánico John Atta
Mills. La alternancia fue pacífica. El país, en el que las divisiones étnicas
existen pero no han generado alineamientos partidistas claros como en otros
lugares de África aprendía a respirar en paz, y el hallazgo de petróleo supuso
también una inyección de optimismo.
Accra, espejo de contradicciones
Accra, la capital de Ghana, es una
caótica ciudad de más de dos millones de habitantes. La polución y un atasco de
tráfico que al visitante le parece permanente son una de las constantes de su
la vida de la ciudad. Una ciudad de contrastes que reflejan los contrastes del
país. En las elegantes avenidas de la Independencia y de la Liberación y en la
calle Oxford hacen su vida el personal de embajadas, compañías comerciales
extranjeras y expatriados de las ONG y se encuentran los restaurantes chic,
las embajadas y consulados occidentales, los grandes hoteles y las grandes
oficinas bancarias.
Es una vida que nada tiene que ver con
la de, por ejemplo, los habitantes de Jamestown Beach, un slum de
precarias casas de madera en el que vive la comunidad de pescadores de la
ciudad. Aquí, en temporada alta de pesca, llegan a vivir hasta 3.000 personas.
Sin embargo, en un país cuya economía creció un 10% en 2011, la única escuela
que existe en este o barrio que se extiende a la sombra del fuerte James,
antaño símbolo del poder colonial inglés, es la que ha puesto en marcha la
comunidad. Los pobladores de Jamestown Beach se han unido para construir un endeble entramado de tablas y
plásticos y reunido con mucho sacrificio algo de dinero para comprar un mínimo
material educativo y pagar alguna pequeña compensación a los profesores que
acuden a dar clase a unas dos docenas de niños divididos en dos niveles.
Falta de infraestructuras
La carencia de infraestructuras
educativas es notable en todo el país. La escuela de Jamestown Beach no es la
única escuela comunitaria que me encontré durante mi estancia de quince días en
el país. Sólo en Ada, una apacible ciudad costera a dos horas de distancia de
Accra, estuve en otras dos. Muchas de ellas han sido construidas con la
colaboración de la cooperación extranjera. Bien de la cooperación oficial o
bien de la cooperación de expatriados extranjeros instalados en Ghana.
Es el caso de la escuela de Anyakpor,
cuya construcción han financiado dos amigos españoles, Ángel y Elena. Una
sencilla pero sólida estructura de bloques de cemento, rematada por un tejado
de madera y chapa da ahora cobijo a casi un centenar de niños de la comunidad,
un barrio de pescadores en el que abundan las familias numerosas y los
huérfanos: el mar es cruel y sus olas no respetan a padres de familia. La
escuela ya funcionaba precariamente, bajo los auspicios de una de las muchas
iglesias evangélicas locales, antes de que Ángel y Elena llegaran aquí. Ahora
lo hace en un local digno del nombre de escuela.
La educativa no es la única carencia
del país. El hospital de distrito de Ada está considerado el segundo mejor
hospital público del país. Aunque sus instalaciones distan de alcanzar el nivel
estándar de un hospital europeo, son bastante buenas. Sin embargo, se quedan a
menudo sin suministro de luz y agua. Los generadores alimentados con gasolina
apenas sirven para mantener en funcionamiento algunas cámaras frigoríficas en
las que se guardan medicamentos e instrumental médico esencial. Los tres
doctores del hospital, apoyados ocasionalmente por personal voluntario europeo,
deben atender una población de unos 160.000 habitantes. De las tres ambulancias
con que cuenta el hospital, sólo una es realmente operativa.
En buena medida, Ada es también un buen
reflejo de las contradicciones del país. Al lado de comunidades
extraordinariamente pobres como la de Anyakpor encontramos el mundo de los
ricos ghaneses y expatriados que acuden a esta localidad a descansar los fines
de semana de la ajetreada vida de Accra: los libaneses que han comprado islas
enteras en esta región en la que el Volta vierte sus aguas al Atlántico, los
políticos y hombres de negocios ghaneses que tienen su segunda residencia en la
que les guardan sus yates y motos de agua, los europeos que trabajan para
multinacionales y acuden a reposar en el lujoso hotel Tsarley Korpey.
Fe en la democracia
El crecimiento con desigualdad es una
nota dominante de la economía ghanesa. Y será el principal desafío del nuevo
gobierno repartir la riqueza proveniente del crecimiento entre los distintos
estratos de la población. Los ghaneses que albergan una mínima conciencia
crítica lo tienen claro. También tienen claro que, con todos sus defectos, la
forma de llevar a cabo ese objetivo es la democracia.
Este es el sentimiento que domina entre
los miembros de la redacción de noticias de Radio Ada, una emisora comunitaria
que emite en dangme, la lengua local mayoritaria en la región. Guillaume y
David son dos de sus periodistas voluntarios. Jóvenes despiertos e inquietos,
son buenos informadores, pese a no haber pasado por la universidad. Y la
palabra democracia asoma constantemente en su discurso. “Ya hemos hecho muchos
experimentos de gobierno en este país, aseguran, y no han funcionado. Lo que
mejor funciona es la democracia. No queremos perderla”.
Citan el ejemplo de la vecina Costa de
Marfil, inmersa en un embrollado conflicto étnico-político desde la muerte del
padre de la patria, Félix Houphouet-Boigni, como un hecho terriblemente negativo.
Y es cierto que, tras 10 años de guerra civil abierta o soterrada, la antaño
próspera ex colonia francesa es un lugar en el que reina la incertidumbre y el
desasosiego.
Joshua, un despierto joven de 18 años
que se prepara para ingresar en la universidad, también asegura que la democracia
debe preservarse por encima de todo. Y Jawi, un rasta que frisa la treintena, a
pesar de exaltarse hablando de las hazañas bélicas y del carisma como líder del
ex presidente Rawlings –hasta cuya casa natal me conduce en Keta, otra de las
ciudades de la costa ghanesa-, afirma convencido que, si bien el golpe de
estado del entonces teniente de aviación fue necesario, la democracia es lo
mejor que tiene hoy en día Ghana.
Los retos están ahí. Ghana es un país
que mira al futuro sin dejar de mirar al pasado: los jefes tradicionales son
una autoridad todavía muy presente en la vida cotidiana de sus gentes, que
siguen creyendo en la magia y en la brujería al mismo tiempo que llena los
cibercafés y sigue de cerca el desarrollo de las ligas de fútbol europeas. El
país crece con desigualdad. La corrupción y la economía sumergida siguen siendo
un hecho común. Las carencias de infraestructura y servicios, especialmente en
los slums de las grandes ciudades y en las extensas áreas rurales del país son
innegables. Pero es un país en el que, por encima de todo, su gente cree en la
democracia. Y eso supone, en cualquier sitio pero más en el contexto africano,
una gran esperanza.
Hace ya tiempo, casi en otra vida, que unos amigos me regalaron dos libros preciosos de Susan Sontag sobre la fotografía. Me leí Sobre la fotografía -perdonad la redundancia, pero ése era el título- hace ya algún tiempo, y dejé reseña de ello en este blog. Por lo que sea, no había vuelto a las palabras de Sontag en meses. Lo hice algunas semanas y en Ante el dolor de los demás me encontré un libro en el a sus reflexiones sobre la falsa neutralidad de la fotografía, Sontag encadena sus reflexiones sobre la compasión y la solidaridad y la posibilidad de una acción que transforme estallidos de indignación y compasión en algo efectivo. Unas reflexiones que creo iluminadoras en esta época de saturación de información y de pasividad y que comparto con vosotros.
Roger Fenton
Sontag parte de la idea de que las fotografías no tienen una lectura única. Ni siquiera las que muestran los horrores de la guerra. La razón es que
"no debería suponerse un "nosotros" cuando el tema es la mirada al dolor de los demás".
¿Es esto así? Así parece, si hacemos caso -y a mí me parece muy conveniente hacerlo- a las subsiguientes explicaciones de la novelista y ensayista norteamericana:
"Para los que están seguros de que lo correcto está de un lado, la opresión y la injusticia del otro, y de que la guerra debe seguir, lo que importa precisamente es quién muere y a manos de quién... Para los militantes la identidad es todo".
Mathew Brady
Pero, aparte del choque de lecturas que los distintos conflictos pueden provocar en los distintos espectadores (Sontag cita el acertado ejemplo de las distintas lecturas que la foto de un niño palestino o judío muerto puede tener para palestino y judíos), el libro se adentra en el problema de cómo leemos la violencia y la tragedia que se produce lejos de nuestras casas instalados en el cómodo sofá de nuestro salón. Un privilegio recientemente adquirido por parte de la humanidad, pues
"ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad, la ofrenda acumulativa de más de siglo y medio de actividad de esos turistas especializados y profesionales que son los periodistas. Las guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar".
Krieg dem Kriege!
Pero ese privilegiado acceso a la información no nos ha convertido ni nos convierte necesariamente en mejores, sino, en la mayoría de los casos, en simples mirones.
"Quizás las únicas personas con derecho a ver imágenes de semejante sufrimiento extremado son las que pueden hacer algo para aliviarlo o las que pueden aprender de ella. Los demás somos mirones, tengamos o no la intención de serlo".
¿Cómo puede uno llegar a ser un voyeur del horror? Muy fácil, según Sontag:
"La conmoción puede volverse corriente. La conmoción puede desaparecer... Al igual que se puede estar habituado al horror de la vida real, es posible habituarse al horror de unas imágenes determinadas".
Y, además,
"dondequiera que la gente se sienta segura, sentirá indiferencia".
¿Entonces? ¿Nadie conoce a nadie? ¿Nadie hará nada por nadie? No, no es así. La compasión es posible. Pero...
"es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita. La preguntas es qué hacer con las emociones que han despertado (las fotografías), con el saber que se ha comunicado".
Werner Bischof
No basta la simpatía, hay que ir más allá:
"Siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento. Nuestra simpatía proclama nuestra inocencia así como nuestra ineficacia.... (hay que) apartar la simpatía que extendemos a los otros acosados por la guerra... a cambio de una reflexión son cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa que su sufrimiento, y pueden estar vinculados".
Don McCullin
A partir de aquí, Susan Sontag no puede, honestamente preguntar a la leniniana pregunta de qué hacer. Tan sólo se atreve a aventurar que "parece un bien en sí mismo reconocer... cuánto sufrimiento a causa de la perversidad humana hay en un mundo compartir con los demás".
Larry Burrows
No sé si sirve de mucho o no ese reconocimiento. Evidentemente, está claro que el no reconocimiento sirve de menos. Por lo que pudiera pasar, este post está aderezado con fotos de algunos de los fotógrafos de guerra que la Sontag menciona en su libro.
La verdad es que podría haber titulado esta entrada algo así como "recuperando el tiempo perdido". Hacía mucho que no publicaba (tal vez un día de estos os cuente por qué) y vengo con ganas. Entre los últimos trabajos con 21 figura esta entrevista que le hice al actor Antonio Dechent. Una experiencia muy divertida, porque el tipo es muy divertido y me trató estupendamente. Espero que os guste. Va a pelo. Sin fotos, sin canciones, sin enlaces. Sólo la palabra. No sé si es una cuestión poética o pura vaguería. Os dejo con la duda.
Antonio Dechent, actor peleón
“Uno se pelea siempre contra uno mismo y, al final, gana el otro”
Trabaja mucho. Dice que su patria es el teatro, pero ha filmado tanto
que vive un poco exiliado. Sólo en lo que va de siglo, más de 40 películas le
contemplan (o mejor, se le puede contemplar en más de 40 películas). Entre
ellas figuran algunos títulos muy importantes del cine español (La voz
dormida, Los Borgia, Salvador (Puig Antich) o 7 Vírgenes,
por citar sólo algunos). Es lo que se suele decir “un secundario de lujo”
–bueno, vean lo que opina él de esto más abajo. Pero también un protagonista de
éxito. La prueba: sus actuaciones como actor principal en SmokingRoom
y en A puerta fría le han valido sendas Biznagas de Plata al Mejor Actor
en dos ediciones del Festival de Cine Español de Málaga. Además de todo eso, muchos le conocen por sus
trabajos en televisión (La familia Mata, El comisario, Brigada
Central). Poco amigo de dormirse en los supuestos laureles de la fama,
Antonio Dechent se considera sobre todo un currante, un tipo honesto que
intenta cumplir con lo que se le encarga de la mejor forma posible. Ya saben, a
lo John Ford, que se presentaba diciendo simplemente: “Me llamo John Ford y
hago películas del oeste”. No le importa arriesgar a la hora de elegir trabajos
si cree en lo que está haciendo.Sevillano, contesta esta entrevista con
un punto de guasa muy del sur, dispuesto tanto a defender su trabajo como a
reírse un poco de su persona y sus circunstancias.
-Es usted sevillano y de Triana. Más gracia no se pué tener…
excepto si se es gaditano, claro.
-No creo que yo sea nada gracioso. Y me parece que la mitad de los
gaditanos tampoco lo son.
-Hemos intentando rescatar aspectos oscuros de su pasado, pero lo más
que hemos encontrado es que la primera vez que actuó fue con 13 años en la
clase de literatura.
-No creo que ésa fuera la primera vez que actuara, sino la primera vez
que me aprendí un texto. Pero fue el padre Isaac García quien me inoculó el
veneno del teatro.
-Una leyenda urbana dice que regentó un bar en Sevilla. Una buena
escuela de aprendizaje.
-Era un bar que se llamaba La Revuelta y que Diario 16 llamó
“el último reducto hippy de Sevilla”. Yo perdí bastante ingenuidad, por decirlo
de alguna manera, llevando el local.
-La Revuelta suena como a rollo medio anarquista, ¿no?
-No tiene nada que ver con las barricadas. Es que estaba sito en la
calle Siete Revueltas.
-La gente tiende a identificarle como lo que se suele llamar
“secundario de lujo”. ¿Se siente usted secundario o más bien primario?
-Me siento primario contestándole esta pregunta. Respecto a lo de
secundario, quédese con lo de “de lujo” (risas).
-En algún momento ha asegurado que hace personajes difíciles que
aparecen poco. Es usted un genio económico: especialización y rentabilización
de esfuerzos.
-No lo rentabilizo tanto. Los actores secundarios tienen que hacer un
esfuerzo sobrehumano para que se fijen en ellos. Yo hago ese esfuerzo
sobrehumano para que mis personajes brillen.
-Casi cada vez que ha hecho un papel protagonista le han dado, como
mínimo, una Biznaga de Plata. Sucedió con Smoking Room y ha vuelto a
suceder con A puerta fría.
-Eso demuestra que el trabajo del protagonista está sobrevalorado.
-¿Por qué cree que le ofrecen casi siempre personajes duros, castigados
por la vida? ¿Tan peleado está usted con el mundo?
-Tiene que ver mucho con mi careto y con mi voz. Yo no estoy
peleado con el mundo. Uno se pelea siempre contra uno mismo y, al final, gana
el otro, que es lo peor.
-Dice que es por culpa de esos personajes que la gente no se le acerca
a pedirle autógrafos. ¿No ha pensado en reorientar su carrera?
-Esta es una carrera de fondo. Y su meta no es la fama, sino ser
actor. Lo de los autógrafos es algo que se da por añadidura, como decía la
Biblia.
-Por otra parte, sé que en alguna otra entrevista ha presumido de que,
cuando mira a la gente, la gente baja la cabeza y mira al suelo. A ver si es
que le va el rollo Harry el sucio.
-Para nada. Es divertido algunas veces. Pero porque es todo lo
contrario de lo que soy yo. Me asombra que alguien se sienta cohibido por mi
presencia, porque el que me conoce sabe que soy tierno y frágil como una
florecilla silvestre.
-Se involucra usted en proyectos raros. Por ejemplo, resucitar la
figura de Queipo de Llano. Tiene usted un lado violento, no lo niegue.
-Esta obra no se hizo por el salvajismo del personaje. Se hizo porque
la fama de Queipo todavía existe en Sevilla: aquí no tuvimos Guerra Civil, aquí
tuvimos a Queipo. Era una historia que había que contar, porque contando la
historia de este señor contamos la nuestra.
-También ha colaborado con una serie casi amateur, como Malviviendo,
filmada por un grupo de jóvenes sevillanos y distribuida por Internet. Tiene,
pues, también, su corazoncito.
-Mi corazoncito sigue a la sabiduría y el talento. Pocas veces me he
visto rodeado de tanto talento y tanta sabiduría cinematográfica como rodando
esta serie.
-En algún sitio ha dejado caer esta perla: “artistas son los
flamencos, yo soy un trabajador”. Ejem, entonces… el talento…
-El talento y el arte no son lo mismo. Uno puede ser un fontanero muy
talentoso, lo que no significa que sea un artista.
-Para usted, el teatro es su país. Con tanta película y tanta serie
anda usted un poco exiliado.
-He vuelto (risas). En época de vacas flacas, todo el mundo vuelve al
terruño, que es donde más calentito se está.
-Defiende el cine español y al mismo tiempo dice que es difícil
encontrar en él un buen guión. Esto, ¿es un poco esquizofrénico o es una mala
lectura mía?
-Es una buena lectura suya. Me parece que el cine español tiene unas
miradas diversas, interesantes. Pero también unos guiones que deberían ser más
libres y variados.
-Sin duda, A puerta fría forma parte de ese puñado de buenos
guiones, imagino.
-Efectivamente. Se sale de la norma establecida y necesita un
espectador inteligente para asumir el abocamiento al desespero y al infierno
del protagonista.
-Es una película que habla, entre otras cosas, de la esclavitud en la
que se está convirtiendo el mundo laboral. ¿También para los actores?
-Para los actores más que para muchas otras personas. Cuando se
reducen los presupuestos, la cultura es la maría, de donde más fácil se
recorta. Como no pase algo extraño a los actores van a dejar de enterrarnos en
sagrado, como antes.
-Ha dicho de su personaje que estaba hecho a medida para usted y que
es un personaje que se va degenerando. De la relación entre estas dos cosas no
hay que sacar conclusiones, imagino.
-(risas, dudas). No es bonito mostrar los demonios interiores y los
estragos que produce la experiencia y la edad. Pero por otro lado es
maravilloso poder hacerlo.
-Ha trabajado en la peli con Nick Nolte, uno de los grandes. Dígame,
en confianza, si él tiene algo que no tenga usted.
En el número de noviembre de la revista Mundo Negro publiqué este reportaje sobre los días pasados este verano en Benín. Los lectores habituales de este blog saben de lo que hablo, pero, bueno, ahí va. Intento resarciros de la publicación con fotos y con un par de canciones maravillosas, al final.
Días de
la Atacora
La Atacora, en el noroeste de Benín, es
una región montañosa en la que viven pueblos como los otammaríes o los taneka,
que conservan gran parte de sus costumbres ancestrales. Es un territorio hasta
cierto punto aislado en el que, gracias a intermediarios como la empresa
Eco-Benín, se puede entender un poco cómo transcurre la vida de las comunidades
rurales africanas. Una vida tal vez pobre, pero digna y apacible y, en esta
región, enmarcada en un paisaje de una belleza poco común.
Solo la luz que proviene de mi
habitación, que he abandonado para fumar un último cigarrillo antes de dormir,
ilumina un paisaje nocturno con aire de encantamiento. Siento que comprendo el
reverencial respeto a la noche de los africanos. No estamos perdidos, pero se
podría creer que sí. Las siluetas de los baobabs se recortan contra el cielo
oscuro. No se ve nada más en la sombra, y no se escucha ruido alguno en la
atalaya del eco-lodge La Perle de l´Atacora. Es como si el universo entero
estuviese en calma y en paz.
Cansado, rememoro la belleza del día. La alegre
camaradería de Jules. El caminar silencioso, como de estatua de ébano en
movimiento, de Mathias. El fulgor verde del valle que nos conducía a Boukombé.
Las graciosas formas de las dos líneas de montañas que enmarcaban una escena
idílica: suaves colinas coronadas por tata-sombas, las viviendas típicas de los
otammaríes que recuerdan a castillos en miniatura, rodeadas de campos en los
que la gente aprovechaba la fecundidad de la estación de las lluvias para
sembrar maíz, mandioca o ñame. El colorido de los trajes de los grupos que,
alegres bajo el sol que calentaba esta mañana la roja tierra de África se
dirigían al mercado a comprar o vender, pero, sobre todo, a charlar con viejos
conocidos para conocer y dar a conocer novedades y, posiblemente, a beber unos
cuantos tragos de tchouk, la cerveza local.
No es éste que describo el único momento
de dulce contemplación que experimenté este pasado verano a lo largo de los
pocos pero intensos días que pasé en compañía de Ángel y Elena, dos amigos
españoles, y de Jules, Mathieu, Parfait y otros compañeros de aventuras
africanos en la región de la Atacora, en el noroeste de Benín. Recuerdo también
el día en que… Pero, un momento, para contar bien la historia tal vez sea mejor
empezar por el principio.
La mala suerte es el comienzo de la buena
suerte
Cuando estábamos planeando nuestro viaje
por Ghana, Togo y Benín, Ángel y Elena quisieron incluir en el recorrido una
visita a Natitingou. La población más importante del noroeste de Benín es un
pueblo de tan solo unos 5.000 habitantes. Pero había una razón para querer
llegar hasta él. Varios años atrás, algunos amigos comunes habían pasado sus
vacaciones allí, ayudando a un grupo de religiosas panameñas a desarrollar sus
proyectos de acción social. A los tres nos apetecía conocer a las amigas de
nuestros amigos y vivir un poco de lo que habían vivido años atrás.
No tuvimos suerte con las comunicaciones
y, cuando llegó la hora de partir, no habíamos tenido noticias de la comunidad,
pero decidimos ir a Natitingou de todas formas para conocer la región. Para que
alguien nos introdujera en la zona, contactamos con Eco-Benín, una empresa de
turismo ecológico beninesa cuya página web tenía muy buena pinta. Prometían guiarnos por el paisaje natural y humano de la
región. Yo desconfiaba de las promesas compartirás-la-vida-de-la-gente-local, pero
Ángel y Elena eran mayoría, así que nos embarcamos en la empresa. No sabía
entonces lo infundada que era mi desconfianza, ni lo agradecido que les estaré
siempre a mis amigos por su idea.
Tras un cansado viaje de 10 horas en
autobús desde Cotonou, depositamos nuestros ajetreados cuerpos en las rústicas
habitaciones del hotel Taneka. Hasta allí se acercó Jules, el coordinador
regional de Eco-Benín, a saludarnos y a cerrar los últimos detalles de nuestro
recorrido. Eternamente sonriente, Jules repasó con nosotros el programa en una
mezcla de inglés y francés, y convinimos vernos pronto en la mañana.
El día en que iniciamos nuestro periplo, Jules
nos recogió con Parfait, un chófer otammarí que es, además, presidente de la
asociación La Perle de l´Atacora, que agrupa a buena parte de la población de
la comuna de Koussoukoingou, cuyo poblado principal, a unos 40 kilómetros de
Nati, sería nuestra base de operaciones durante los días siguientes. La sonrisa
de Parfait se enmarca en un rostro completamente cubierto de finas
escarificaciones que lo convierten en una especie de damasquinado vivo. Este
complejo y delicado adorno es marca de la casa de los hombres otammaríes.
Orgullo taneka
En el viejo pero hipercuidado Peugeot de
Parfait nos digirimos al primer destino de nuestro recorrido. Aunque íbamos a
pasar la mayor parte de los días de Nati entre los otammaríes (llamados
despectivamente somba por los colonizadores franceses contra los que lucharon),
nuestro primer día en la Atacora iba a ser un día fundamentalmente dedicado a
los taneka, otro de los pueblos de la región.
Los taneka son en realidad una parte de
un pueblo más amplio, los youm. Son su clan guerrero y sacerdotal. Una gente
orgullosa de sus tradiciones, que siguen manteniendo vivas a la par que intentan
acompasarlas con la inevitable llegada de la precaria modernidad que empieza a
vivir África. En la montañosa región de la Atacora han resistido durante siglos
el acoso de pueblos esclavistas como los hausa de la vecina Nigeria o los fon
del centro y sur de lo que hoy es Benín y de lo que en su día fue el reino de
Abomey.
Empezamos a conocer esa historia de
orgullosa resistencia en un pequeño y destartalado, pero interesante y cuidado
museo al lado de la carretera. Allí conocemos a Alassane, nuestro guía a lo
largo y ancho del universo taneka. Tras visitar la pequeña exposición que reúne
algunos ejemplos de los instrumentos musicales, armas de caza y objetos
ceremoniales partimos hacia la aldea de Taneka.
La pequeña aldea que es centro de la vida
del pueblo taneka descansa en una colina de dulces líneas sobre la que se
recortaban las siluetas de cabañas circulares coronadas por techos cónicos de
paja y de los baobabs. Una imagen de postal tras la que se oculta una densa
riqueza cultural.
A la entrada del poblado nos encontramos
con el namari, la autoridad tradicional encargada de las iniciaciones
del grupo de edad de los 60 años. Es un anciano de edad indefinida, vestido tan
sólo con un gorro de tejido vegetal y un taparrabos de cuero, que fuma una
larga pipa que, según las creencias taneka, le permite ver el futuro. Le
presentamos nuestros respetos arrodillándonos ante él y él nos bendice con un
abanico de crines de animal.
Pero la cosa no ha hecho más que empezar.
En las horas siguientes, Alassane nos presenta al youtula, la autoridad
tradicional encargada de la iniciación del grupo de edad de los 35 años. Nos
lleva a la casa de los espíritus, una cabaña construida con piedras y no con
tierra amasada que no tiene puerta. Nos enseña la cabaña en la que los candidatos
a rey son encerrados durante siete días sin comida y bebida para probar su
carácter. Pasamos por delante del pequeño bosque sagrado en el que se apareció
Sangú, el primer ancestro, fundador del pueblo taneka. Nos describe la compleja
organización social taneka, en dominada por las autoridades tradicionales, de
raigambre religiosa, a las que incluso el rey está subordinado.
La villa está poco poblada y vemos muchas
cabañas semiderruidas. Taneka es en realidad un centro ceremonial. Aquí residen
permanentemente tan sólo las autoridades tradicionales con sus familiares más
directos. El resto de la gente vive en sus poblados agrícolas y acude aquí en
las ocasiones en que se celebran alguno de los múltiples ritos que marcan el
ritmo de la vida de los taneka. Sobre todo, las iniciaciones de los distintos
grupos de edad.
Toda esta riqueza cultural de la región
se enmarca en un bello escenario natural. Y tras la visita a Taneka lo
comprobamos con un relajante baño en la laguna que forma la cascada de Kota, un
bello salto de agua de unos 20 metros de desnivel. Allí nos quitamos el calor
del día antes de partir hacia nuestra base de operaciones: el eco-logde La
Perle de l´Atacora, en Koussoukoingou. En el camino, África nos regala un
espléndido atardecer.
En el País Somba
Koussoukoingou es el corazón de lo que
los colonizadores franceses llamaron el país somba. El poblado se extiende por
una gran cantidad de terreno. Las casas están muy dispersas, pues tienen a su
alrededor los terrenos de cultivo de la familia. En el corazón del corazón está
el eco-logde en que nos alojamos, un edificio de dos plantas, recientemente
inaugurado y construido gracias a ayudas de la cooperación estadounidense, que
imita la edificación típica del país: el tata-somba. Justo enfrente de
nosotros, el pozo del agua. Unos 100 metros a nuestra espalda, descendiendo una
suave cuesta, la escuela. Y unos 100 metros a nuestra derecha, un destartalado
bar, tres centros de referencia fundamentales para los habitantes de
Koussoukoingou.
Mathieu es nuestro guía a través de los
senderos y la vida de la localidad. Nos habían prometido que Mathieu hablaba
inglés. Pero enseguida nos damos cuenta de que no. De hecho, Mathieu es un tipo
absolutamente amable, pero absolutamente silencioso. No habla a no ser que se
le pregunte (en francés, preferiblemente). Eso sí, cuando habla demuestra un
profundo conocimiento de la zona y que su universo vital sigue marcado
absolutamente por las coordenadas de la cultura tradicional otammarí.
Con él visitamos la gruta de Oira, una
cueva que se esconde tras la cascada del mismo nombre. La boca de la gruta está
llena de graneros construidos con tierra de termitero, como es típico de la
zona. Mathieu nos explica que éste era uno de los lugares en los que los
otammaríes se refugiaban para huir de las razzias esclavistas del rey de
Abomey.
Es él quien nos descubre los secretos del
tata-somba, la vivienda tradicional otammarí. Se trata de una casa
aparentemente pequeña, que asemeja un castillo almenado, pero en la que
confluyen tanto elementos simbólicos y religiosos como una estudiada
funcionalidad, que hace que en un pequeño espacio se pueda disponer de todo lo
que se necesita para cubrir las necesidades básicas de una familia.
A la entrada de la vivienda están los
diversos fetiches que velan por la felicidad de la casa y de sus habitantes: el
que propicia la buena caza, el que protege de la malaria, el que atrae la
suerte. Algunos están separados unos pocos metros de la vivienda. Otros están
integrados en sus muros. Todos muestran rastros de sangre y de plumas,
testimonio de los sacrificios que se les realiza periódicamente. Las jambas y
el marco de la puerta están tachonados de los cráneos y huesos de animales
cazados. Es la forma de reconocer al fetiche de la caza los beneficios que ha
proporcionado al creyente.
A la entrada, hay una cocina auxiliar
dedicada sobre todo a albergar instrumentos para pilar los distintos tipos de
cereal que son la base de la alimentación. Después, un corral-cuarto de estar
en el que se puede encender fuego. Es el lugar de reunión para la época de
lluvias y en donde reposa el pequeño ganado (generalmente cabras y gallinas) a
salvo del frío y el agua. A continuación, ligeramente elevada, una sala
circular es la cocina para la época de lluvias y una especie de
descansillo-hall desde el que se accede al techo del tata.
En el techo encontramos otro hogar en el
que se puede cocinar en época seca, tres graneros y tres habitaciones. Las
habitaciones son cámaras bajas en las que la gente tiene que entrar tumbada y
están exclusivamente dedicadas a dormir. Los graneros, construidos con tierra
de termitero, tienen una abertura superior a la que se accede por una escalera
africana (ese palo en forma de y griega en el que se esculpen los escalones)
por la que se llenan y se vacían. Hay tres habitaciones y tres graneros: para
el padre, para la madre y para los niños. Estas divisiones sirven tanto para
repartir el espacio como para organizar la economía familiar.
Durante unos días, acompasamos nuestro
ritmo al ritmo de la comunidad. Vemos a niños y adultos cultivar, a los niños
más chicos pastorear las cabras, nos escondemos en el hueco del baobab gigante
de más de 300 años de edad, bebemos unas cervezas en el bar, participamos en la
fiesta de graduación de unos jóvenes de la localidad que han terminado un
proceso formativo en unos talleres mecánicos de Nati, jugamos al lido (una
variante de nuestro parchís muy popular aquí) vemos cómo las mujeres de la
localidad elaboran trabajosamente manteca de karité, entramos y salimos de
diferentes tatas…
Mathieu, con su sonrisa, su silencio y
sus explicaciones, nos acompaña siempre.
Jules nunca anda muy lejos y a menudo contamos también con la compañía de
Parfait. Son días apacibles y bellos, como la luz que nos acaricia el último
día de nuestra estancia en Koussoukoingou. Tras un agradable paseo por el
paisaje encantado de la sabana, sacamos unas copas de vino y vemos atardecer
desde la plataforma de cemento de la bomba del agua, mientras vamos saludando a
los vecinos que se acercan a llenar sus grandes bidones de plástico para
abastecer sus casas. Nos sentimos plenamente realizados.
Entre antílopes y babuinos
No ha amanecido todavía cuando oímos el
motor del cuatro por cuatro que nos llevará al Parque Nacional Pendjari. Hemos
de partir pronto para recorrer los cerca de ochenta kilómetros que nos separan
de Batia, la entrada más cercana del parque. Saludamos a Bernard, nuestro
chófer, y a Salim, nuestro guía hausa, que no comerá en todo el día porque está
guardando el ayuno del ramadán.
Embarcamos nuestras cosas y partimos, con
una mezcla de expectación y de pena. No volveremos ya a ver, seguramente en
toda nuestra vida, este poblado de Kousoukoingou en el que tanto hemos
disfrutado durante los últimos tres días. Pero, sin duda, será siempre parte de
nosotros mientras nuestra memoria siga en pie.
Dormitamos en el camino hasta Batia y,
después, abrimos bien nuestros ojos. No llegamos en el mejor momento para
observar animales, pues estamos en medio de una estación de lluvias generosa.
Eso hace que la hierba de la sabana esté muy alta y los animales no se
concentren en torno a escasos puntos de agua, sino que vaguen más libremente
por el extenso territorio del parque. Aún así, tenemos ilusión por contemplar
algunas de las numerosas especies de aves, mamíferos y reptiles que habitan el
parque.
Esa ilusión se ve satisfecha, aunque no
de forma espectacular, a lo largo del día. En el recuerdo y en el cuaderno de
campo tengo anotados babuinos, águilas de las estepas, calaos, waterbroks, monos
rojos, antílopes de diversos tipos… Ni yo ni mis compañeros somos unos
naturalistas entusiastas, pero creo que nunca se nos borrará la emoción de ver,
desde el sillón instalado en la vaca del cuatro por cuatro, a una leona salir
desde la espesura de la hierba, mirarnos entre despectiva y calculadora,
decidir que no representábamos ningún peligro y proseguir su camino cruzando la
carretera seguida por tres lindos cachorros que cualquiera hubiéramos adoptado
inmediatamente como mascotas.
Con o sin animales, el territorio del
Parque Nacional Pendjari es, en esta estación de lluvias, inmensamente generoso
con los visitantes. Tiene muchas cosas que ofrecer: el verde intenso de una
hierba que casi supera en altura el coche en algunos puntos del recorrido; la
densidad amenazadora de la sábana arbórea o de corredor que rodea el recorrido
del río Pendjari, que marca la frontera con la inminente Burkina Faso; el cielo
de una pureza azul increíble, que parece una inmensa turquesa incrustada entre
nosotros y los secretos del universo, más allá de la atmósfera…
Fin de fiesta en Tanongou
Tanongou es una aldea de unas cincuenta
casas encajada en el fondo de un estrecho valle de la Atacora habitada por
gourmanchés, una etnia que proviene de Burkina Faso. Un lugar idílico al que
llegamos ya extraordinariamente cansados tras la visita al Pendjari. El
todoterreno nos deja a la entrada de Chez Denisse. Denisse es una mujer
vivaracha, de unos 30 años de edad, que ha habilitado, dentro del cercado de
varias edificaciones que es su casa, un cercado más pequeñito que constituye
una pequeña pensión de dos habitaciones, comedor y ducha al aire libre.
Mientras atiendo a alguno de los guías y
artesanos locales que se acercan a darnos la bienvenida y, al mismo tiempo, a
ofrecernos sus servicios, Ángel y Elena se acomodan en una de las habitaciones
y se duchan. Cuando llega mi turno, disfruto enormemente del agua que hago
correr sobre mi cabeza usando una pequeña palangana de latón. Es un placer
básico. Nada de hidromasajes ni jacuzzis en este rincón de la Atacora. Pero
cuando has pasado todo un día bajo el sol de África, un gesto tan elemental
proporciona un placer inmenso.
Ha oscurecido ya cuando llega la cena. La
tomamos iluminados por una lámpara que se carga gracias a una placa solar. El
tendido eléctrico no llega hasta aquí. Aparece el siempre sonriente Jules, que
no nos ha acompañado al parque y ha pasado todo el día en el poblado, haciendo
gestiones con los dirigentes de la asociación local y los guías y artesanos,
con los que la empresa Eco-Benin comparte sus ingresos.
Abrimos una botella de vino de las que
cargamos desde Cotonou. Sabemos que para viajar es bueno ir ligeros de
equipaje, pero también sabemos cuánto reconforta un trago de tinto después de
una larga jornada. Brindamos con Jules y le contamos, satisfechos, el día. Nos
vamos a dormir, arrullados por las conversaciones de la gente en la calle, los
ladridos de algún perro y el balar de alguna cabra. Bajo la mosquitera,
cansado, leo un poco a la luz de la linterna, me revuelvo entre las sábanas y
acabo por dormirme pacíficamente.
Los cantos de los gallos nos saludan al
día siguiente. Desayunamos y empaquetamos nuestras cosas. Es un día de
despedidas, pero no queremos irnos sin visitar la espléndida cascada de
Tanongou. Ángel, menos perezoso que Elena y yo, incluso se baña. Nos gustaría
disfrutar un poco más de la tranquilidad de este pueblo, pero el tiempo se
acaba. Bernard y Salim esperan otro grupo de turistas para visitar el Parque
Nacional de Pendjari y hemos estar a una hora razonable en Natitingou. El
todoterreno va lleno. Se unen a la expedición una mujer con su niña, que baja a
Nati para que le examinen un ojo que no le deja de llorar desde hace una
semana. Probablemente tenga un herpes o algún parásito. Le deseamos suerte al
despedirnos de ella.
Cuando nuestros amigos nos dejan en el
hotel Taneka, completando el recorrido circular de estos días en la Atacora,
sentimos un cierto pesar. Sobre todo por Jules, que se ha portado con nosotros
como un amigo, más que como un guía. Nos abrazamos efusivamente. Sabemos que es
una despedida para siempre. Pero sabemos que la riqueza de lo visto y vivido
también lo es, y eso reconforta.
Pero lo que reconforta más son las buenas canciones: Africando y Orchestra Baobab, dos grupos legendarios.