31 de diciembre de 2010

Amanecer rima con renacer

Ya los antiguos pensaban que los dioses morían con cada noche y resucitaban con cada día. nuevo También los humanos lo hacemos. Cada amanecer es una oportunidad de ser mejores, de renacer más puros y enteros, de afrontar la vida sin renunciar a nada de nosotros mismos. En estos días que la costumbre hace eso más evidente, os dejo esta foto tomada en el Amazonas, en un pueblecito llamado Urucurituba en donde vivió un gran amigo mío durante un tiempo. Sirva como muestra de mis deseos de que en el año nuevo que comienza todos seamos capaces de renacer cada día, todos seamos capaces de no renunciar a nada de nosotros mismos.


Mediterráneo

30 de diciembre de 2010

Postal desde India - En el tren Jaisalmer-Delhi I


En la estación de tren de Jaisalmer cogemos el tren que nos ha de llevar, en unas 20 horas, hasta Delhi. Hace un calor sofocante. Grupos de jóvenes con la adolescencia a fiel de piel se pasean por el andén, gritones y llenos de ganas de vacilar a cualquiera, extranjero o no, con quien se crucen. Dentro del vagón, el calor es infernal, la atmósfera es  opresiva y asfixiante. Fuera, el sol recalienta la cabeza y nuestro vagón está parado en una zona en la que no hay un maldito árbol que amortigüe la dureza de sus rayos. Sudamos. No sabemos muy bien si cocernos dentro o achicharranos fuera. Los asientos del vagón, que a todas luces ha conocido tiempos mejores, están bastante sucios. Los servicios exhalan olor a orín, un olor que se va haciendo más y más intenso conforme aumenta la demora de la partida.
Un nutrido grupo de militares se instala en el vagón, despejando la amenaza de tener que sufrir la compañía de  adolescentes llenos de vitalidad que, según nos explican luego, son algunos de los numerosos reclutas que llegan a Jaisalmer, la última ciudad de cierta importancia antes de adentrarse en el desierto del Tar hacia la frontera con Pakistán, para incorporarse . Estamos en una zona militar y políticamente sensible. Soldados y oficiales visten uniformes de camuflaje y sombrero de tela. Cargan pesadas mochilas con espaldares de hierro, algún fusil automático y negras cajas metálicas que se nos antojan de munición, pero que podrían ser perfectamente de cualquier otra cosa. 
En la cabina de al lado, dos turistas japoneses se han atrincherado con sus mochilas y sus botellas de agua en las literas superiores, y parecen dispuestos a defenderse de toda agresión o contacto como si les fuese la vida en ello.
Finalmente, el tren arranca. Una vertiginosa tormenta de arena penetra por las ventanas abiertas. Nos apresuramos a cerrar las de nuestra cabina, pero algunos de nuestros compañeros de viaje prefieren aguantar el polvo al calor. Alguien del grupo de tres turistas que formamos echa de menos la primera clase y maldice nuestra falta de previsión al comprar el billete. Personalmente, dudo de que haya primera clase en este tren. Salgo a la puerta del vagón, a ver si el panorama es distinto, pero me resulta imposible respirar con tanto polvo. Atravesamos el desierto del Tar a un ritmo parsimonioso, entre densas nubes de polvo que se mezclan con la espléndida columna de humo que despide la máquina de gasoil de nuestro convoy. Un panorama idílico para afrontar 20 horas de viaje, ¿no? 

Un poco de música india servirá para amenizar la espera de la próxima entrega. Seguro. 


29 de diciembre de 2010

Frases para empezar un año

Una frase de Joseph Brodsky en un artículo de Guillermo Altares sobre Venecia me llamó la atención:

"nuestro amor es también más grande que nosotros mismos".

Me pareció una inspiración para empezar el año, y me recordó otra frase, sacada de una canción del grupo brasileño Legião Urbana. La canción se titula Pais e filhos (padres e hijos) y la frase dice:

"es necesario amar a las personas como si no existiese el mañana, porque, si te paras a pensar, en realidad, el mañana no existe".

La canción es preciosa y les dejo con ella:

Postal desde Canadá - Judy en la ventana

Ju está sentada en el alféizar de la ventana. Atardece mientras hablamos. Esperamos la llegada de sus hijos, que han ido a despedirse de Miss Angie, la dueña de esta casa para estudiantes en la que hemos estado alojados juntos durante un mes. No se puede decir que hayamos convivido. De hecho, apenas sí les he visto. Pese a todo, nos hemos cogido algo de cariño. Ellos son unos niños encantadores, muy alegres y curiosos. Ella, una mujer callada que se sorprende mucho de casi todo lo que digo. Problemas culturales, no lingüísticos. Ni su inglés ni el mío son tan malos como para no comprender las palabras que pronunciamos. Pero nuestras culturas y visiones de la vida son tan diferentes que ella no comprende mucho de lo que le digo y yo no llego ni a intuir todo lo que calla.

Hoy las cosas cambian un poco: los niños no están y en una hora a lo sumo desapareceremos, casi con toda seguridad para siempre, el uno del otro de nuestras vidas. En estas condiciones, Ju rompe un poco su silencio. Me habla de su vida en Indonesia, un país del que ignora casi todo pese a llevar viviendo allí algunos años. La familia de su marido, taiwanés como ella, tiene allí una fábrica de textiles. Ella lleva una vida totalmente extranjera, sin relacionarse apenas con nadie, tan sólo los niños y algunos parientes de su marido. Por momentos, su voz dice sin decir que le gustaría que las cosas fueran de otra manera, pero que, claro, están los niños, ella no tiene ni oficio ni beneficio... Enumera los viajes que le esperan en breve: vuelta a Taiwán e Indonesia, una posible escapada a Australia para seguir mejorando el inglés (en realidad, una excusa para escapar a la monotonía).

La silueta de Ju, recortada contra la luz de las farolas que rompen la oscuridad de la noche que se adueña de la calle, me recuerda la de los pájaros enjaulados. Sólo le falta el detalle de la jaula. Pero ella y yo sabemos que existe, aunque no se vea. De oro, pero jaula después de todo.

De repente, se oyen gritos en la calle de este suburbio de Vancouver, lleno de casas de madera prefabricada al más perfecto estilo americano, con su jardín y sus vecinos que viven encerrados en sus vidas domésticas. Son los niños, que llegan con su carga de juegos y risas, iluminándolo todo y encerrando de nuevo a Ju en su silencio. En breve vienen sus parientes a recogerles para llevarles al aeropuerto. Yo me quedo solo, pensando en la oscuridad del salón de esta confortable casa de la parte este de Vancouver, en el estado de British Columbia, al oeste de Canadá acerca de las distintas formas de soledad que existen en este planeta.


Les dejo con un gran solitario: Elvis Presley.

22 de diciembre de 2010

El ángel de la historia y el ángel de la magia

Walter Benjamin hablaba del ángel de la historia. Un ángel al que un viento que sopla desde el Paraíso arrastra indefectible hacia el futuro. El ángel se resiste, y no deja de mirar hacia el pasado, contemplando las ruinas de sucesivas civilizaciones que los humanos vamos dejando detrás de nosotros, osamentas de modos de convivencia presuntamente ideales que pudieron haber sido y no fueron, o que fueron y dejaron de ser.
Estoy seguro, o quiero estarlo (tal vez es la Navidad y su colección de buenos sentimientos y deseos, tan ajados en muchas ocasiones como necesarios siempre), de que, junto a ese ángel de la historia, cargado de terribles buenas intenciones de esas que acaban empedrando el infierno, existe algo así como el ángel de la magia.
Si el ángel de la historia se ve arrastrado por leyes rígidas, inexorables, el ángel de la magia es mucho más libre. Vuela cuándo y dónde quiere. Las trayectorias del vuelo de ambos ángeles no son, pues, coincidentes. A veces, transcurren paralelas; la mayor parte de las ocasiones son divergentes. Sin embargo, en algunas increíbles ocasiones, convergen. Son muy contadas las oportunidades en que ese acercamiento es tan profundo que ambas trayectorias se entrelazan, unen su potencia y dan lugar a acontecimientos únicos.
Bromeaba con mi chica, un poco borracho, especulando acerca de las tres únicas ocasiones en que eso pasará durante la existencia de este mundo. Le decía que la primera fue cuando Adán y Eva se besaron, inventando el amor romántico; que la segunda fue en Navidad, cuando alguien que se supone que es Dios se hizo hombre y con ello nos hizo dioses a todos y que la tercera está por llegar. Cuando suceda, en este mundo habrá definitivamente paz y justicia para todos los seres humanos. Evidentemente, mi leve intoxicación etílica y mi deseo de seguir teniendo su mirada pendiente de un cuento que me iba inventando al mismo tiempo que lo verbalizaba, me hizo recurrir a manidas ideas románticas, viejas reminiscencias de mi en otros tiempos acendrado cristianismo y buenos deseos voluntaristas.
Junto a esas ocaciones realmente únicas en que el ángel de la historia y el ángel de la magia entrelazan sus trayectorías y bailan para nuestra felicidad sobre esta tierra tan castigada y ajada por movimientos telúricos milenarios y el sufrimiento de miles de millones de personas a lo largo de la historia, hay también ocasiones en que sus trayectorias no llegan a entrelazarse, pero sí que se rozan, se cruzan tangencialmente. Por muy leve que sea ese roce, la fuerza que impulsa a los ángeles es tan potente que produce una enorme descarga de energía.
En esos momentos, acontecimientos igualmente preciosos suceden. Mientras iba desgranando alguno de los que para mí son algunos de esos momentos singulares (la carrera de Bob Dylan, las novelas de Vargas Llosa y García Márquez, los ensayos de Camus), contemplaba la mirada y la sonrisa de mi chica y ver que seguía atenta al cuento me hacía sentir feliz, como si el ángel de la magia nos estuviese tocando en ese momento.
En fin, tal vez sea porque los efectos de esa leve intoxicación etílica persisten o porque la fe de mi chica siempre me impulsa a escribir y a buscar lo mejor de mí mismo, el caso es que no me resistí a hacerles partícipes de mi teoría de los dos ángeles. No me digan que no es bonito (sería mejor decir necesario) creer en que existe algo más que un ángel de la historia, ese ángel que ahora mismo condena a tantos a ser triturados en el molino satánico de la crisis permanente de la civilización capitalista, acentuada estos dos últimos años si cabe por la falta de frenos a la codicia y ambición de los pocos en detrimento de unos medios adecuados para la vida honesta de todos. Sé que los tiempos no invitan al optimismo, pero, como decía hoy Ignacio Escolar, siempre se puede hacer algo.

Llevado por tan buenos deseos, les dejo con Dylan y Lennon. Sin duda, dos tipos nacidos de la confluencia de historia y magia. Sirva toda esta digresión como felicitación navideña.



16 de diciembre de 2010

Postal desde Cuba - Un desayuno en Santa Clara


Acabamos de levantarnos y el calor es ya sofocante. Nos desperezamos y bajamos a la cocina a la espera de que lleguen Marisa y Susana, que se quedaron a dormir en casa de Dora. Alfredo, Fer, Pedro y yo hemos dormido aquí, en casa de Tony. No tenían sitio para todos en una misma casa y no consintieron de ninguna manera que nos fuéramos a una casa de huéspedes o un hotel. Todo ello, pese a que sólo conocemos a esta familia de forma tangencial. Ernesto, uno de los hijos de Dora, trabaja con la hermana de Susana y Alfredo y, cuando supo que veníamos a Cuba de viaje, nos dio algunos paquetes para su familia. Hicimos idea de pasar a visitarles, por tener algún contacto local no mediatizado por nuestra condición de turistas y aquí estamos. Pese a no conocernos de nada, la conversación fluye con naturalidad, como si fuésemos parientes o amigos de toda la vida. Sólo sentimos una punzada de pudor cuando nos preguntan por Ernesto, por cómo está.
Estamos en la ciudad de Santa Clara, en el corazón de la isla. el lugar en el que el Ché Guevara, descarrilando un tren blindado, abrió definitivamente las puertas de la victoria a una revolución que fue pura, que fue necesaria y que, vista de cerca, sin los idealismos llenos también, por decirlo todo, de mala conciencia, no resulta tan justa, tan laicamente santa. Patria o muerte, venceremos, es un slogan que queda bonito en los posters, pero que en la cotidineidad resulta un callejón sin salida, a veces angustioso, incluso para los pueblos mestizos tocados por el don de la alegría que da la luz del Caribe.
Dora, la matriarca de la familia, nos pregunta si queremos comer unos huevos fritos para desayunar. Los chicos decimos ingenuamente que sí. Nos hemos acostumbrados a unos desayunos en general opíparos en las casas de huéspedes en las que nos hemos alojado a lo largo de una semana de estancia en Cuba.  Desayunos servidos por gente humilde y luchadora como Dora y su familia, pero que, debido a su negocio, tienen acceso al maná en forma de billetes con la efigie del fundador del imperio. Ese imperio tan cercano y tan lejano, tan amenaza y tan, para muchos también, promesa.
Mientras se prepara el desayuno, no sabemos cómo, surge la conversación sobre la cartilla de racionamiento. Dora –¿O Guillermo, su otro hijo varón?– nos cuentan con naturalidad, entre otras cosas, que incluye cuatro huevos por persona adulta al mes. Una miseria, pensamos automáticamente. A continuación, nos damos cuenta de que es lo que generosamente nos han regalado. Cuatro tipos hechos y derechos, occidentales bien alimentados, nos disponemos a devorar la ración de huevos de un mes de un cubano adulto. Ya no hay vuelta atrás. Los huevos se están friendo. Sería una descortesía rechazarlos, tan sólo  un intento inútil de despojarnos de la vergüenza que sentimos  avergonzando a  nuestros huéspedes, trazando una línea entre ellos y nosotros, haciendo  explícito el hecho implícito de la diferencia de estatus. Aquellos huevos fritos son, posiblemente, los  que menos he disfrutado en mi vida.


Para quitar el mar sabor de boca, nada mejor que el buen son, ya sea al estilo clásico:





o al moderno:


14 de diciembre de 2010

Postal desde Chad - Filipinos en el aeropuerto Charles de Gaulle


La sala de embarque del aeropuerto Charles de Gaulle es un gran espacio diáfano en el que lenguas, formas de vestir, colores de piel forman una abigarrada mezcla. Constantino Bogaio y yo, compañeros en la redacción de la revista Mundo Negro, esperamos para coger el avión de Air France que nos ha de trasladar a Yamena, la capital de Chad. Los asientos están llenos de personas de rasgos asiáticos (piel cetrina, faz lampiña ocasionalmente adornada con un ralo bigote, baja estatura, ojos achinados) que hablan inglés. Son técnicos de grado medio (soldadores, principalmente) filipinos que van a trabajar en las instalaciones petrolíferas de Doba, en el sur del país. Llegan desde Manila a Francia, y, desde allí, viajan a Yamena (Air France es la única compañía aérea que une directamente Europa con la capital chadiana).
Según nos enteraremos después, una vez en Yamena la compañía petrolera les hospeda en un hotel cercano al aeropuerto. Al día siguiente, son trasladados de nuevo al aeropuerto de Yamena, para viajar en avioneta hasta la pista de aterrizaje del campo base de Komé. Allí viven durante tres o cuatro meses en containers metálicos, precariamente adaptados para servir de viviendas prefabricadas.
Veremos estas casitas que parecen de hojalata, en cuyas paredes metálicas se practican tres o cuatro aberturas –puerta, un par de ventanas y, sobre todo, un hueco para encajar el aparato de aire acondicionado- derritiéndose bajo el hostil sol del mediodía chadiano, algunos días más tarde. Los filipinos y otros trabajadores expatriados que trabajan para las multinacionales petroleras en el sur del Chad realizan jornadas de trabajo intensivas y, al cabo de esas 14 ó 18 semanas de jornadas agotadoras y escasos días libres, regresan a su país de origen. No han visto nada del país, ni han tenido contacto con la población chadiana –salvo tal vez algún chofer o vigilante de pozo, o alguna prostituta del cercano poblado Satán, rebautizado ahora como Atán, un conjunto de chozas miserables, casi todas ellas dedicadas a albergar precarias discotecas-prostíbulos o cabarets, los precarios bares en los que se bebe la espesa cerveza local de sorgo o mijo.
Para estos trabajadores filipinos que esperan como nosotros el avión de Air France para Yamena, estar en Chad será como haber estado en Arabia Saudí, en Nigeria, o en una plataforma perdida en el Mar del Norte. Debe ser cierto eso que se dice de que, gracias a la globalización, los distintos lugares del planeta son cada vez más parecidos.
Les dejo con el grupo Tibesti, uno de los más conocidos de Chad. Quizás su sonido les permita sentir un poco del inmenso calor del sur del país.

Postal desde Chad - Una mañana en el aeropuerto de Yamena (2ª parte)

Hay muchas estaciones de autobuses en Europa que son más grandes que el aeropuerto de Yamena. Pese a ello, la instalación estaba prácticamente vacía. Parecía evidente que la precaución de acudir al primero de los dos posibles horarios de vuelos había sido innecesaria y nos esperaba una larga espera. Pasamos un primer control en que nuestros equipajes fueron inspeccionados visualmente por agentes de un cuerpo de seguridad imposible de distinguir, pues cada uno vestía un uniforme completamente diferente del de los demás. Después, facturamos las maletas y pasamos el equipaje de mano por el escáner para penetrar en una sala de espera bastante nueva. Jesús nos aclaró que estaban renovando el aeropuerto y mostró su satisfacción por cómo la nueva salía, comparativamente hablando, ganando con respecto a la anterior.
Al cabo de una hora de espera, el tedio y la sed eran insoportables, así que me fui a dar un paseo por los dominios del área de espera del aeropuerto. A estas alturas, la en principio impoluta  y diligente vigilante del escaner ya se había relajado y medio sesteaba sobre la silla echada para atrás y apollada contra la pared. Seguíamos siendo (creo que junto con un chino o japonés sentado a una prudencial distancia de nosotros) los únicos pasajeros en espera de nuestro avión. Jesús, medio en serio medio en broma, comenzaba a especular con la posibilidad de que nos tocara recoger los bártulos y volver a la casa de huéspedes del arzobispado de Yamena para esperar al avión hasta el día siguiente.
Subiendo unas escaleras y abriendo una puerta me encontré con un bar de suelo enmoquetado y sillones donde negros cargados con pulseras de oro e hindúes con pinta de ricos comerciantes, vestidos impecablemente de blanco, bebían cervezas y combinados. El lugar tenía un aire decadente e irreal. Era una especie de remanso de confort en ese inhóspito aeropuerto. Algo a medio camino entre un cabaret golfo y el Café Americain de Rick en Casablanca. La barra la atendían dos espigadas chadianas de rostro tan bello como su figura, vestidas con unos vestidos estampados muy coloridos que realzaban la tersura de ébano de su piel. Uno se imaginaba que todo tipo de comercio era posible en ese lugar. Pero el único comercio que me interesaba en ese momento era el de bebida.
Bajé a la desolada sala de espera para informar a mis compañeros del hallazgo y sugerirles hacernos fuertes en el bar hasta que llegase el avión. Les pareció demasiado trajín mover todos nuestros archiperres escaleras arriba. Además, Jesús no se fiaba de que el avión pudiese llegar y marcharse sin nosotros si no estábamos atentos. Me dijeron que no me preocupase, que me tomase una cerveza tranquilamente en el Edén recién descubierto, pero no me pareció justo, así que busqué otra alternativa.
"Siento molestarla", dije en mi pobre francés a la indolente policía de fronteras, ya casi dormida con la frente apoyada en el escáner, "quería hacerle una pregunta: ¿sería posible bajar del bar unas bebidas a la sala de espera? Tenemos mucho equipaje y nos resulta engorroso trasladarlo todo allí. Y parece que el avión se retrasa". "No se preocupe, el avión llegará hoy", dijo, como para alejar de mí todo miedo. "No, no hay problema, baje las bebidas que quiera", me respondió con un gesto de marcada indiferencia y rumiando en su mirada un pensamiento acerca de las raras costumbres de los blancos.
Subí al bar y le pedí a una de las dos encantadoras chicas que atendían la barra un par de refrescos y una cerveza. Puso las botellas y tres vasos en una bandeja con movimientos tan pausados como elegantes y, cuando, tras pagar, me disponía a bajarlas a la sala de espera, me detuvo con un gesto amable. Dio la vuelta a la barra y me pidió que, por favor, la precediese. Hice, pues, una entrada triunfal en la sala, bajando las escaleras escoltado por la bella camarera, ante la sonrisa entre incrédula y divertida de mis dos compañeros.
Comenzamos a consumir las bebidas y, entonces, estalló una pequeña tormenta: un policía (o militar, ya he dicho que los abigarrados uniformes eran un tanto indescifrables) se acercó hasta nosotros furibundo, mostrando su disgusto por cómo unos supuestamente civilizados hombres blancos (bueno, no todos, Constantino es bien negro) habíamos convertido un lugar tan honorable como la sala de espera del aeropuerto de Yamena en poco menos que un lupanar.
Le explicamos que su compañera nos había autorizado y le aseguramos que no habíamos pretendido ofender ni comportarnos con prepotencia, le pedimos que atendiese a la gran cantidad de equipaje de mano que transportábamos, nos excusamos una y otra vez y le pedimos que nos dejase terminar tranquilamente la bebida, prometiendo hacerlo pronto. Con todo esto, el tipo, como dice el clásico "fuese y no hubo nada".
El avión llegó en un par de horas más, cuando nuestra paciencia ya desfallecía. Tras identificar nuestro equipaje ya facturado en medio de la pista (una costumbre que ya he visto en otros aeropuertos africanos), montamos en un avión tripulado por dos azafatas negras vestidas al modo africano y varias otras de rasgos marcadamente eslavos. Los letreros del avión estaban escritos en inglés y en un lenguaje lleno de zetas acentuadas, nada africano. El misterio se desveló cuando una de las azafatas nos aclaró que estábamos volando en un avión serbo-montegrino, alquilado, con tripulación y piloto incluídos, por las líneas aéreas camerunesas. África siempre reserva sorpresas.

El avión despegó y, tras un momento de incertidumbre y amplios balanceos en el que alguno de nosotros apretó fuertemente los dientes para darse valor, emprendió rumbo hacia Duala, en Camerún. Fue un viaje plácido, tan plácido como la Samba do aviao, de Tom Jobim. Con ella os dejo.


11 de diciembre de 2010

Mitología e historia


Llega el fin de semana y vuelven los estudios de Teoría de la Cultura Contemporánea, una fuente de gozos y perspectivas. Ahora el libro en liza es Diversidad cultural y mundialización, de Armand Mattelart. Dentro de él, como en una muñeca rusa, encuentro una perlita de Roland Barthes, una cita de su libro Mitologías:

“Uno de los rasgos constantes de cualquier mitología es la incapacidad de imaginar al Otro. Frente al extraño, el Orden no conoce sino dos conductas, ambas de mutilación: o bien reconocerlo como guiñol o bien desactivarlo como mero reflejo de Occidente. De todas formas, lo esencial es quitarle su historia”. 

Me viene a la cabeza la pobre impresión que tenía Hegel sobre África, a la que, por las características de su gente, creía un territorio en el que era imposible la Historia a no ser que ésta fuese unida a la historia de Europa. Ello era así porque los negros no podrían tener conciencia del Espíritu que guiaba la historia, ya que 

"en los negros aparece como detalle saliente el hecho de que su conciencia no ha cristalizado todavía en puntos de mira de estricta objetividad, tal por ejemplo como los conceptos de Dios o ley".

Esta idea de Hegel, a diferencia de otras, ha sido y es muy popular en nuestra sociedad. Pero es falsa. En África hay y ha habido historia desde mucho antes que en muchos territorios del Occidente civilizado. Hay están los ejemplos del Imperio shongay, en el África Occidental, del reino de Nupe, en la actual Nigeria, que el antropólogo Siegfried Frederick Nadel calificó de Bizancio negro, o la unión ashanti, en actual territorio de Ghana. Estos pocos ejemplos (hay muchos más) son hechos históricos igual que la conquista de América, las guerras napoléonicas o la revolución rusa. Sin embargo, no se estudian en los libros de historia. No se mencionan ni de pasada en los medios de información general. Será, seguramente, algún pequeño descuido de editores, historiadores y periodistas. O, sencillamente, que pese a la supuesta superioridad intelectual de Occidente, seguirmos recurriendo a los mitos y no a la historia a la hora de representarnos el mundo.
En fin, para quitarnos este mal sabor de boca, escuchemos a Salif Keita (descendiente de la casa imperial de Malí) y su tema Africa. Porque los africanos no sirven para la filosofía, pero sí para la música. Eso lo sabe todo el mundo, ¿no?

 

10 de diciembre de 2010

Postal desde Chad - Una mañana en el aeropuerto de Yamena (1ª parte)

Quienes conozcan Yamena, la capital de Chad, sabrán que es una ciudad destartalada y polvorienta. Al menos, lo era hace seis años, cuando la visité en abril de 2004. La inestabilidad política que ha dominado la vida del país desde entonces no creo que haya contribuido mucho a darle un aire más moderno y ordenado. Viajé allí como redactor de la revista Mundo Negro, una publicación de los misioneros combonianos que es la única revista especializada en África que existe en España.
El aeropuerto de Yamena era (creo que tampoco ha cambiado sustancialmente) tan destartalado como el resto de país. No me había dado tiempo a darme cuenta de ello el día de mi llegada, una noche de algo más de dos semanas atrás. Pero la mañana en que mi compañero de aventuras, el mozambiqueño Constantino Bogaio, y yo abándonábamos el país me dio tiempo a sufrirlo (y también disfrutarlo) en toda su magnitud.
Constantino y yo nos desplazábamos a Camerún, en donde íbamos a continuar recolectando material periodístico para la revista por una semana más. Nos acompañaba Jesús Ruiz, un comboniano español que viajaba como nosotros a Duala, la capital económica camerunesa y luego proseguía camino hacia Lomé, la capital de Togo.
La situación era de partida chusca: teníamos billete para el mismo vuelo, pero mientras que el nuestro (comprado en España) marcaba una hora cercana al mediodía para la salida, el suyo indicaba que el avión saldría para Duala a primera hora de la mañana. Ante la duda, nos desplazamos al aeropuerto a una hora temprana. Jesús es un tipo encantador y bienhumorado, un veterano de África y nos aderezó el viaje hasta el aeropuerto con un par de anécdotas que, estoy convencido, tenían como segunda intención meternos un poco de miedo en el cuerpo y tomarnos un poco el pelo al respecto de la incertidumbre que rodea a los medios de transporte aéreo en Yamena.
Él mismo era el protagonista de la primera. Teniendo un vuelo programado, creo recordar que para el mismo trayecto que debíamos emprender, para un día, se presentó en el aeropuerto en la fecha señalada. Pasó los controles de seguridad, facturó y, tras varias horas de espera, le dijeron que el vuelo no partiría ese día. "Vuelva usted mañana", le dijeron, al más puro estilo del artículo de Larra. El día siguiente volvió, repitiendo el ritual ya descrito para encontrarse, después de horas de espera, con la misma conclusión. Volvió al día siguiente y al otro, obteniendo el mismo resultado. Sólo el quinto día de idas y venidas consiguió finalmente despegar.
La otra tenía como protagonista a otro misionero comboniano. Confiado en viajar el día señalado en el billete, se presentó en el aeropuerto. Tras efectuar todos los trámites previos al vuelo, se le informó que el avión de las Ethiopian Airlines no efectuaría la parada programada en Yamena y pasaría de largo. La razón: ningún pasajero descendía en la capital chadiana y él era el único al que debían recoger. No valía la pena aterrizar y despegar de nuevo sólo por él.
Con esta información fresca en la cabeza, entramos en el aeropuerto yamení, cargados con nuestros equipaje personal y nuestros entonces pesados equipos fotográficos.

The Byrds no estaban allí, pero no me digáis que su tema The Airport Song no viene al caso:

Dinero, dinero

Este país (seguramente, no sólo éste) tiene un problema: las conversaciones de bar se quedan en el bar. Nuestras diatribas contra la clase política, los mercados, la banca, el presidente de la patronal, los jueces que se dejan presionar por la diplomacia extranjera, los sindicatos, el precio de la vivienda se quedan en alardes de machotería verborreica y altisonante. NUNCA (o casi) pasamos a la acción, tomamos decisiones concretas que, bien es cierto que a pequeña escala, pueden tener incidencia sobre la realidad.
Hay individuos que lo hacen y ahí tienen a Julian Assange y su gente de Wikileaks revolucionando el mundo. Espero ansioso su anunciada filtración sobre las prácticas de la banca internacional. Muchos somos conscientes de cómo las decisiones de las grandes corporaciones financieras (bancos, fondos de pensiones, ingenieros de productos financieros hechos de opciones sobre opciones a opciones) crearon en años precedentes una burbuja que nos ha explotado en nuestra cara de aspirantes a nuevos ricos. Pero verlo ahí escrito, negro sobre blanco, con entrecomillados, va a resultar tan estremecedor como, espero, indignante. A muchos nos darán ganas, como sugiere algún académico de renombre y como asegurábamos hoy un grupo de amigos sentados hoy fraternalmente en torno a una mesa (es bastante intercambiable a los efectos de lo que nos referimos), de instalar una guillotina en la Puerta del Sol.
No creo que haya que llegar a tanto. Entre el pistolerismo anarquista y la pasiva conformidad hay muchos caminos intermedios. Hoy quiero sugeriros uno que, gracias al buen hacer de los medios de comunicación generalistas, es muy probable que muchos de vosotros no conozcáis: la banca ética. Aunque sé que existen más experiencias, hay dos de las que tengo noticia directa: Fiare y Triodos Bank. Si la primera es una iniciativa exclusivamente española, en el segundo caso hablamos de un grupo europeo asentado en nuestro país desde 2004.
Los principios de estos bancos éticos están claros: no crear ni participar en productos bancarios de economía especulativa, cuyas inversiones sean o puedan ser desviadas a empresas que violen o faciliten la violación de los derechos humanos (petroleras que contraten como seguridad primaria o secundaria a grupos armados no estatales responsables de crímenes contra los derechos humanos, empresas de armamento, grandes empresas agrícolas que desplacen a comunidades campesinas o indígenas de sus tierras...) y colaborar, a través de créditos y del reparto de parte de sus beneficios y de los beneficios de sus clientes, en la financiación de empresas que contribuyan a fomentar otro modelo económico (desde ONGs de derechos humanos a empresas de agricultura ecológica, pasando por cooperativas de consumo, plantas de obtención de energías renovables). Todo ello, sin renunciar a resultar rentables para sus clientes.
Les dejo con un extracto de la entrevista que le hice a comienzos de 2009 a Esteban Barroso, director general de Triodos Bank en España, por si les convence. Salió publicada en la revista 21:

"La banca ética trata de incorporar los valores y los ideales de lo que podemos llamar la búsqueda de un mundo mejor al mundo financiero. Nosotros pensamos que es posible hacer negocios y mejorar la vida de las personas y el medioambiente al mismo tiempo".
"A través de nuestras decisiones económicas podemos transformar la sociedad. Si inviertes en agricultura ecológica, fomentas la existencia de agricultores ecológicos. Si inviertes en comercio justo, fomentas el comercio justo. Uno puede tener su dinero en el banco, obtener una rentabilidad y, al mismo tiempo, contribuir a que proyectos valiosos para la sociedad y que tienen que ver con su forma de entender la vida puedan ser viables".
"Si algo está mostrando esta crisis es que la dimensión no es lo que más importa. Instituciones financieras de tamaño colosal se han desplomado. La dimensión es sólo un elemento más a la hora de valorar la viabilidad de una empresa. Hay que tener en cuenta también su modelo de negocio, sus productos y servicios, sus clientes… Por otra parte, las más importantes organizaciones sociales –ONGs de desarrollo, medioambientales y de derechos humanos– son clientes de Triodos. Puede que económicamente estas organizaciones tengan una dimensión pequeña, pero, desde el punto de vista del impacto social, su repercusión es enorme. La efectividad de las decisiones económicas y financieras no se mide sólo en dinero. Para nosotros, la efectividad tiene que ver con la mejora de la calidad de vida de las personas".
"Somos personas, básicamente, con ideales y con valores. Nuestros clientes son personas que quieren llevar a la práctica sus valores y que eligen llevarlos a la práctica también a la hora de tomar decisiones financieras.
Invertir en economía real es rentable y sensato. Eso es muy importante para nuestros clientes y para prevenir situaciones como las que han llevado a esta crisis. Nuestros clientes entienden lo que hacemos. El negocio de la banca no es sólo para los banqueros. Los clientes, los accionistas también tienen que entenderlo. La transparencia de las instituciones y de los productos financieros es muy importante".


Y para terminar, con todos ustedes: ¡OBÚS! (porque los viejos rockeros nunca mueren).

7 de diciembre de 2010

Wikileaks

A veces no está el horno para bollos. Es decir, que uno no encuentra ni las palabras, ni los besos y abrazos necesarios y no sabe comunicar ni el amor ni el humor. Por suerte, Internet a veces funciona como esos robots de cocinar que te hacen todo (o casi). Me gustaría decir algo personal sobre Julian Assange, el tipo que con Wikileaks ha cambiado el concepto de periodismo (y, posiblemente, de alguna otra cosa). Pero, ya digo, hoy soy hombre de pocas palabras. Así que os dejo con este enlace que he hallado en otro blog (el muy recomendable de Ignacio Escolar, por si no lo habéis visto ya. Esperemos que la detención de Assange se quede convertida en anécdota en un par de días, como mucho.

6 de diciembre de 2010

Mark Twain y el imperialismo

Samuel Langhore Clemens, más conocido como Mark Twain es, sin duda, uno de los más grandes escritores estadounidenses. Yo no conocía sus escritos antiimperialistas hasta que, hace un par de meses, el diario Público publicó un libro recopilando buena parte de ellos. En realidad, se trata de una reedición de un libro publicado anteriormente por la siempre recomendable Icaria Editorial. Apenas estoy comenzando su lectura, pero ya me ha regalado momentos memorables. No me resisto (¿Quién dijo que la originalidad era un valor?) a compartir uno con vosotros. Corresponde a un artículo publicado en 1901.

"Llevar la bendición de la civilización a nuestro hermano que vive en las tinieblas ha sido un buen negocio y ha dado excelentes beneficios, en general; todavía queda dinero por ganar si se trabaja con cuidado, pero, en mi opinión, no lo suficiente para justificar riesgos considerables. Los pueblos que viven en las tinieblas comienzan a escasear; son cada vez más escasos y más retraídos. La oscuridad que aún exite es de baja calidad, no es lo suficientemente oscura como para justificar este juego. La mayoría de esos pueblos que viven en las tinieblas ya han recibido más luz de la que necesitaban y son menos lucrativos para nosotros. Hemos sido imprudentes".

Seguramente, la visión de Tintín en el Congo (un territorio que fue colonia personal del rey Leopoldo II, aunque luego pasó al gobierno belga y en la que no ha dejado de morir gente a millares desde el desgraciado día en que el monarca de un pequeño país se inventó una de las mayores factorías coloniales de la historia) es menos irónica:


5 de diciembre de 2010

Burkina

Para concluir este ajetreado debut en el mundo bloguero y demostraros que sé hacer algo más que citar a Bauman, os dejo con el texto completo del artículo Burkina Faso: contradicciones en el país de los hombres libres, que fue publicado en noviembre en la revista 21, recortado (por razones de espacio) en la edición impresa e íntegro en su página web.

Burkina Faso: Contradicciones reales y aparentes en el país de  los hombres íntegros

En septiembre tuve la oportunidad de viajar a Burkina Faso, la tierra de los hombres íntegros, tal como la bautizó el gobierno revolucionario de Thomas Sankara para dejar atrás su nombre de colonia francesa: Alto Volta. El nombre de un territorio fue sustituido por el nombre de un pueblo. De un pueblo que aspiraba a un ideal. Los ideales quedaron atrás, pero el pueblo permanece.
Burkina Faso es el 177 (de 182) país en la lista del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, según el informe 2009 del PNUD, elaborado con datos relativos al año 2007. Tiene una esperanza de vida de casi 53 años y una tasa de analfabetismo adulto del 71,3 %. El 81,2% de su población vive con menos de dos dólares diarios. Según el último informe anual de Amnistía Internacional, no es un país especialmente cuyo Gobierno viole especialmente los derechos humanos, aunque casos como el asesinato del periodista Norbert Zongo, crítico con el poder, siguen sin esclarecerse.
Repaso estos datos mientras el avión de Air France despega del aeropuerto de Niamey, la capital de Níger, describiendo una amplia curva sobre el majestuoso río que da nombre al país. El Nilo de los negros, como también se le conoce, es un caso extraño: nace en Guinea Conakry, a pocos kilómetros del mar, pero, en lugar de encaminarse hacia su fin natural por el camino más corto, se rebela, corre hacia el interior, y describe una amplia curva de más de 4.000 kilómetros a través de Guinea Conakry, Mali, Níger, Benín y Nigeria para acabar rindiendo sus armas en un extenso delta, región rica en petróleo y en conflictos. ¿Contradictorio? Esto es África.
En Burkina Faso, una vez más, África se revela como una tierra de contradicciones. La tierra de los hombres íntegros, como la bautizó el presidente Sankara, vive desde hace 23 años bajo el gobierno opresivo del hombre que traicionó a su compañero de lucha. Blaise Compaoré estuvo detrás del asesinato de su camarada y asumió un poder que ni ha dejado ni tiene intención de dejar. Desde 1987 maladministra la pobreza de un país seco, con escasos recursos naturales, que ha doblado su población desde el final de la segunda guerra mundial y en el que muchos de sus habitantes miran a Europa como un sueño. Un sueño imposible, como sabemos.
En el aeropuerto de Ouaga nos espera un comité de recepción compuesto por un buen número de voluntarios que gestionan equipajes y trámites administrativos. Vamos llegando gente de diversas nacionalidades para asistir al 22 congreso mundial de la Unión Católica Internacional de Prensa (UCIP). El lema de la reunión es Medios al Servicio de la Justicia, la Paz y el Buen Gobierno en un Mundo de Desigualdades y Pobreza. El Gobierno de Burkina facilitado muchos medios para que el congreso pueda tener lugar en este país y, por primera vez en la historia de la UCIP, en África. Y ya hemos hablado algo del sentido de la democracia del presidente burkinabe. Otra contradicción, sin duda.
La africanidad del congreso se revela plenamente al día siguiente. En la confortable y funcional Sala de Convenciones Internacionales de Ouagadougou, los europeos somos minoría. Casi todos los congresistas (llegaremos a ser 455, de 48 países distintos) son africanos. Sus apellidos no son Smith, Faber, Alessandrini o López; sino Zongo, Tiendrebeogo, N´Diaye o Ekouli. Muchos visten trajes tradicionales o camisas africanas, con sus típicas explosiones de color, al tiempo que se inclinan sobre sus portátiles para transmitir por Internet sus crónicas del congreso o graban con sus cámaras de vídeo. ¿Una nueva contradicción? Sólo aparente, sólo a ojos europeos.
La Sala de Convenciones Internacionales está situada en Ouaga 2000, la zona más nueva de la ciudad. Un barrio que aspira a la occidentalidad, con todas las calles asfaltadas y grandes mansiones entre las que figuran buena parte de las embajadas. Poco que ver con los barrios de calles de tierra que se abren tras las calles principales asfaltadas, inundadas de puestos de cualquier cosa, de tenderetes improvisados en los que se venden carteras para el cole o comida. Algunos, bien tristes, consisten en una simple tela extendida sobre la tierra con cuatro o cinco piezas de verdura. Las calles de Ouaga rebosan de actividad. Los africanos son gente casi siempre en marcha. Algo que contradice nuestra percepción del continente como un territorio sin posible solución, y de los africanos como mendigos de la ayuda internacional.
El segundo día del congreso tocamos poder. A la inauguración oficial acude Compaoré. Por supuesto, rodeado de toda la prosopopeya de los jefes de Estado: detector de metales a la entrada, amplio despliegue militar, multitud de ministros y de embajadores. Por la tarde, le toca el turno a Jerry John Rawlings, ex presidente de la vecina Ghana. Un militar golpista que dio paso a un gobierno democrático. Pese a los años que lleva fuera de los cuarteles, Rawlings se expresa como un militar. Habla casi una hora, el doble de lo previsto. Su tema es Cómo instaurar el buen gobierno en nuestras sociedades (africanas, se sobreentiende). Antes de aproximarse a él hace un largo relato de anécdotas de vida militar. Es un mitin, una arenga, más que una conferencia. Como a Castro, como a Chávez, el tiempo se le queda corto. Él es el líder. Él tiene la verdad y deberían haberle dejado un día entero para hablar.
El miércoles por la mañana me escapo del congreso. Viene a buscarme Delphine Ouédraogo, una actriz burkinabe para quien un amigo periodista de Madrid me ha dado un pequeño recuerdo de cuando se conocieron en el Festival de Cine Africano de Tarifa. Ese día tiene rodaje, y me invita a acompañarla.
Descubro una nueva contradicción –aparente, como tantas; para ojos europeos, como tantas-: en Ouaga ¡se ruedan telenovelas! Delphine interpreta a una mujer rica, pero insatisfecha con la vida de lujo que lleva, pues le falta el amor. La estética es muy parecida a la de las telenovelas latinoamericanas y, como ellas, cae en una contradicción nada aparente: retratar una vida de lujo para una audiencia que vive en la pobreza.
Salvo el director de fotografía y cámara principal, un bosnio que vive desde hace seis años en Burkina con su mujer, que trabaja para una ONG, todo el equipo es burkinabe: la directora, Valèrie Kaborè, la script, el segundo cámara, las maquilladoras, los actores, los planchadores y atrezzistas. En total, un equipo de unas 25 personas. Efectivamente, no estamos ante un juguete, ni una producción casera. El resultado del rodaje, que se extenderá hasta el mes de diciembre, será una serie de 20 capítulos que se pasará en la televisión de Burkina y que se exportará a otros países del África francófona. Con suerte, puede que la compre TV5, el canal internacional de la televisión estatal francesa.
Con la excusa de mandar unas postales, me pierdo un poco por las calles del centro de la ciudad. Acuden multitud de personas vendiendo todo tipo de artesanías. Alí, un supuesto tuareg que ha venido desde Gao, en el norte de Mali, me cuenta que la zona está vacía de turistas por miedo a posibles secuestros de Al-Qaeda. Así que (los africanos, siempre en movimiento) ha venido a Ouaga a vender las piezas de artesanía que hace su padre (brazaletes y pulseras de plata y de cuero de camello, pendientes de plata y polvo de ébano). Le quedan apenas unas pocas y, por supuesto, las deja a buen precio. Joseph vende postales con pequeños batiks pegados, llaveros, máscaras. Un tercero vende música africana. Otro grupo ofrece sobres pintados a mano.
Todo Ouaga es un inmenso mercadillo, un ir y venir de gentes que no paran de, como dicen los cubanos, “inventar”, buscarse la vida en un país en el que nadie regala nada. Por supuesto, el precio para los blancos es diferente del precio para los negros y todos tratan de sacar el máximo rendimiento a su mercancía. Pero no es sólo una cuestión de mercado. Es algo que tiene que ver con las tradiciones de pueblos en los que el que más tiene, sea por riqueza o por poder, es el que más está obligado a dar.
Todo tiene sus reglas y su sentido, muchas veces oculto para el extranjero. Desde los largos saludos en los que una de las preguntas clave es si has dormido bien (algo no tan fácil en un país en el que incluso en plena estación de lluvias el calor suele ser sofocante) hasta el regateo. Bouba es un tipo extrovertido que sienta sus reales enfrente del Pacific Hotel, buscando colocar a los turistas y hombres de negocios que se alojan en él las mercancías que elabora una pequeña cooperativa de artesanos. Jovial, siempre saluda, siempre invita a visitar su pequeña cooperativa y orfanato adjunto. Sin embargo, se enfadará muchísimo con un turista que le dijo que le compraba un traje africano por x sin que él hubiera dicho su precio inicial. El ceremonial no es así: el vendedor dice su precio, el comprador hace una contraoferta y comienza el regateo. Regateo que es también un diálogo. Diálogo que supone reconocer al otro como persona.
El paseo por las calles atestadas de Ouaga me regala, sobre todo, el encuentro con Tiko. Tiko Sana es un artesano al que le hago una pequeña, mínima compra. A cambio, me premia con su compañía y su conversación. Tras mostrarme su pequeño puesto en el mercado, va conmigo hasta el Centro Cultural Francés, uno de los pocos espacios culturales oficiales que existen en la ciudad (la cultura no oficial está en cada esquina: en cada tienda de batiks, esas preciosas telas pintadas a la cera con escenas de la vida cotidiana africana; en los parques en los que grupos de músicos se juntan para tocar).
Por el camino, filosofamos sobre África y sobre las razones de su postración. Por cómo se ve a África fuera de África. Ésta es un tema recurrente en los más lúcidos hijos del continente negro. A todos ellos les preocupa que Occidente vea a África únicamente como una tierra de hambre, dictadura, tribalismo y guerra. Que se le niegue su cultura, la humanidad de su gente, su historia. Es, seguramente, otra contradicción. Esta vez, nuestra. Y, desde luego, nada inocente.
Tiko aún me acompaña después, siempre sonriente, siempre amable sin ser servil, a coger un taxi, y regatea un buen precio para mí. No consigue un precio de negro, pero me evita pagar el precio de blanco al completo. La noción de taxi es también diferente en África. Único pasajero al principio, acabo viajando con otros cuatro compañeros de aventura en un destartalado Mercedes. Cae la tarde y, en las aceras, los comerciantes musulmanes interrumpen su jornada para atender la llamada a la oración.
El jueves por la noche se celebra la cena de gala del congreso en un gran salón de actos del Salón Internacional del Artesanato de Ouagadougou (SIAO). Como sacados de una gala de José Luis Moreno, el presentador y la presentadora van anunciando actuaciones y premios internacionales de periodismo concedidos por la UCIP. Impecables trajes europeos se mezclan con vistosos vestidos tradicionales africanos y hasta el Nuncio de Su Santidad el Papa en Burkina Faso contempla las increíbles piruetas de los bailarines del Ballet Nacional de Burkina. Nada que ver con Giselle o El lago de los cisnes, claro. Pese a tratarse de un supuesto salón de gala, renuncio a aliviar mi vejiga, pues los servicios de tan supuestamente fino lugar están literalmente llenos de mierda. Otra contradicción bastante real.
El viernes es día de inmersión cultural. Tras la ceremonia que recrea la falsa partida del Mogho Naba, una leyenda sobre un hecho de armas del jefe supremo de la etnia mossi, la mayoritaria en Burkina Faso (en el país cohabitan unas 60, contradicción nacida de la arbitraria partición del territorio africano por las potencias coloniales europeas en la Conferencia de Berlín, a finales del siglo XIX), el llamado emperador de los mossi nos recibe en su palacio. Aunque este jefe tradicional tiene un poder más honorífico que otra cosa, no deja de ser un símbolo para los habitantes del país. Especialmente, para los de Ouaga.
Allí está presente el ministro de cultura del Gobierno de Blaise Compaoré junto a los ministros del Mogho Naba y multitud de representantes de otros jefes tradicionales de Burkina, vestidos con sus abigarrados trajes tradicionales y portando sus espadas en bellas fundas de cuero decorado. Hay también algún embajador, representantes de los imanes de Ouaga… Uno de los ministros del Mogho Naba, al que le hago una foto, me da su dirección de correo electrónico para que se la envíe. ¿Contradictorio?
La ceremonia se desarrolla con mucho protocolo, al estilo africano. El jefe no habla, lo hace su portavoz. Hay intercambio de regalos y elogios. Al final, termina con otra contradicción, creo que tan aparente como real. El Mogho Naba ha escrito un libro de poemas, según explica su portavoz, para poner por escrito las tradiciones y la sabiduría ancestral del pueblo mossi, cuya cultura, como en toda África, es fundamentalmente oral. Sin embargo, cuando llega la hora de leer alguno de los poemas que forman el libro, el texto está dedicado ¡al papel de los medios de comunicación modernos!
Después de la publicidad, emprendemos un cansado viaje en carretera, escoltados por coches y motos de la policía, a visitar un par de museos relativamente cercanos a Ouaga. Por la ventana del autobús desfilan las casas y mercados de la capital de Burkina. Luego, el paisaje de la sabana africana, verde en esta época de lluvias, se adivina terrible en la estación seca.
En Laongo, un museo de escultura de granito al aire libre, Eugene, un voluntario que también es guía turístico y que ha aprendido español en la calle, charlando con turistas (los africanos tienen gran facilidad para los idiomas, pues hablan varios casi desde niños, aunque, contradictoriamente, a los occidentales nos parezcan poco dotados de inteligencia) nos cuenta a un grupo de hispano-lusohablantes la leyenda de Yennega y del primer rey mossi en Burkina, Ouedraogo (que quiere decir caballo en moré, el idioma de los mossi).
Yennega, hija del rey de Dagomba, en la actual Ghana, se sentía agraviada porque su padre no le buscaba marido, pese a que sus hermanas pequeñas se iban casando. Así, empezó a cultivar un campo de mijo, pero dejó dos cosechas sin recoger. Al dejar sin recoger la tercera cosecha, su padre le preguntó por qué no se ocupaba de su campo. Ella le dijo que por qué le preocupaba que no se ocupara de su campo cuando él no se preocupaba de ella. Su padre cayó en la cuenta de su error y le dio un caballo, diciéndole que se fuese, que era libre de ir a buscar un marido de su gusto donde ella quisiera. Yennega, mujer fuerte, partió hacia el norte y, en la región de Tenkodogo, en el sur de Burkina, encontró a un cazador de la etnia mande, fuerte y apuesto, con quien se casó. A su hijo le llamaron Ouédraogo, en honor al caballo en el que Yennega ganó la libertad y el amor. Cuando la noticia del nacimiento de Ouédraogo llegó a oídos de su abuelo, éste se puso muy contento y le concedió el honor de ser rey.
En el museo de Manéga, poco después, paso las que seguramente son las horas más emotivas y fascinantes de mi visita a Burkina. Es un museo privado fundado y sostenido por el escritor y abogado Titinga Frederic Pacéré que seguramente sea el mejor de Burkina Faso. Nos recibe Pacéré en persona, ataviado con sus mejores galas africanas. Hay preparada toda una fiesta en el sentido africano y tradicional de la palabra. Nuestra visita coincide, no sé si por azar, con un día de mercado, y la simple vista desde el autobús es impresionante. Al pie de unos árboles, humean los fuegos de los puestos de comida, y hay aparcadas una multitud de motos y bicicletas. Cientos de personas, ataviadas con sus mejores galas (en África, ir a mercado no es sólo a la compra: es encontrar a los compadres y comadres, dar y recibir noticias, exhibirse ante posibles parejas), pasean de aquí para allá, curioseando, repartiendo su atención entre los puestos y los recién llegados con sus cámaras, sus rostros negros y europeos y su caminar y actitud distintas.
Si la fascinación era ya grande antes de entrar en el museo en sí, se vuelve totalmente embriagadora una vez dentro. Incluso en una visita apresurada como la nuestra uno no puede dejar de sentirse sobrecogido en la cámara de los fetiches funerarios, o en el pabellón dedicado a las máscaras que te miran hipnóticas, llenas de misterio y leyenda, o en el pabellón que reconstruye, con maniquíes tan burdos como entrañables las vestiduras de los distintos jefes guerreros de los mossi.
Pero una vez completado el recorrido, la fascinación no para. Pacéré ha preparado una completa exhibición de las más espectaculares danzas de las distintas culturas burkinabes. Mientras los distintos grupos se suceden antes la carpa montada para proteger del sol a los visitantes extranjeros, grupos de ancianos disparan salvas de honor con viejas espingardas. Los atronadores disparos, salidos de cañones que parecen tan antiguos que dan la impresión de que debían de ser viejos cuando los colonizadores franceses llegaron por estos pagos, a finales del siglo XIX, hacen su efecto y la lluvia se desata torrencial, avasalladoramente sobre Burkina.
El sábado es un día de pereza. Por la mañana visitamos la sede de Crear Realizar Educar Difundir y Organizar (CREDO) Media, la productora audiovisual que dirige Bernard Yameogo. Me acompañan un periodista brasileño, Paulo Lima, director de la revista Viraçao (algo así como giro, cambio, en portugués), un medio hecho por y para adolescentes, y Silvia Vizcarra, una periodista argentina residente en Alemania experta en maltrato infantil. Bernard es un tipo simpático, expansivo, que nos oyó hablar en español y que empezó a conversar con nosotros. Su gente ha estado filmando todo el congreso. Sus filmes han estado presentes en festivales como Tarifa o San Sebastián.
Aparte de producir películas y teleseries, CREDO hace producciones audiovisuales por encargo, da cursos de formación a estudiantes y a profesionales de los medios. Es todo un entramado de producción y agitación cultural que funciona, tal vez precariamente, tal vez avanzando a pasos pequeños. Pero avanzando. Una idea, la de avanzar que a los occidentales nos parece contradictoria con la idea de África. Una nueva contradicción (¿aparente? ¿real?).
El domingo, antes de partir, nueva excursión. Tras una festiva misa en la catedral de Koudougou, en el curso de la cual descubro que Bernard es también sacerdote (¿contradictorio, un sacerdote cineasta?), visitamos el Museo Rayimi, inaugurado en julio de este mismo año. Es una iniciativa del Yisuka Naaba Saaga, un jefe tradicional de la zona de Koudougou, la tercera ciudad en importancia del país, tras Ouagadougou y Bobo-Dioulasso, cuyas calles, por las que hemos pasado, recuerdan a las de una pequeña ciudad del lejano oeste, llenas de polvo y de caserones aparentemente improvisados.
Aquí nos asaltan las últimas contradicciones del viaje. Fuera de hora, y pendientes de los aviones de regreso de muchos congresistas europeos, no hay tiempo para celebrar una ceremonia tradicional. Así que el propio jefe nos explica rápidamente –en francés y en un inglés superrcorrecto: es funcionario del UNICEF- el sentido de hacer un museo que él mismo confiesa modesto, pero que cree necesario para comenzar un trabajo de preservación y recuperación de la cultura tradicional. Ni la prisa, ni el hecho de que el jefe hable (“no podría hacerlo si esto fuera una ceremonia tradicional”, nos explica), ni el que lo haga en francés y en inglés, como si fuese un guía turístico cuadran con sus vestimentas tradicionales, ni con el entorno. Pero esto es Burkina Faso.
No va más. La semana en Burkina se acaba sin visitar la tumba de Thomas Sankara, ni ir tan siquiera al mercado central de Ouaga. No ha habido tiempo para ir a una obra de teatro en el Centro Cultural Francés, ni a alguno de los varios cines que funcionan en la capital del cine africano, sede cada dos años del FESPACO (Festival Panafricano de Cine de Ouagadougoú). Pero vuelvo a mi confortable y mortecino occidente con una maleta invisible llena de olores, sabores, experiencias, datos y asombros. Asombros que nacen de contemplar y conocer algo más acerca de las contradicciones (reales y aparentes) de un país africano.

Comunidad (Conclusión)

Rompo mi promesa para compartir con vosotros mi resumen del epílogo del ya archiconocido (en este blog) Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Por otra parte, este post es una excelente excusa para recordar una bella canción de Bob Marley (hay que ser coherentes con la sociedad del espectáculo en que vivimos, aunque aquí debo pedir disculpas, ya que mis limitados conocimientos de sus aportaciones sociales no me permiten incluir video-citas de Belén Esteban).
“La inseguridad nos afecta a todos, inmersos como estamos en un mundo fluido e impredecible de desregulación, flexibilidad, competitividad e incertidumbre endémicas, pero cada uno de nosotros sufre ansiedad por sí solo, como un problema privado… Buscamos la salvación individual de problemas compartidos. Es improbable que esa estrategia logre los resultados que buscamos, puesto que deja intactas las raíces de la inseguridad; además, es precisamente ese recurso a nuestro ingenio y recursos individuales lo que introduce en el mundo la inseguridad de la que queremos escapar… En otro ejemplo de ilusión óptica, es nuestro propio yo el que creemos que está fuera del torbellino como el único punto estable en medio de un mundo volátil… De modo que tendemos a buscar un remedio para el malestar de la inseguridad en el cuidado de la seguridad… Cuando actuamos así empiezan a parecernos sospechosos quienes nos rodean”.

Frente a una comunidad-gueto que piensa en la seguridad/inseguridad como el principal problema y se refugia en el ailamiento, la construcción de una verdadera comunidad humana pasa, para Bauman, por reclamar “la igualdad y los recursos necesarios para reconvertir el destino de los individuos” que tienen reconocidos sus derechos pero no pueden ejercerlos y “ofrecer garantías colectivas frente a las incapacidades y desgracias individuales”:

“Todos necesitamos tomar el control sobre las condiciones en las que luchamos con los desafíos de la vida, pero para la mayoría de nosotros, ese control sólo puede lograrse colectivamente. Aquí… es donde más se echa en falta la comunidad; y es también aquí, para variar, donde está la oportunidad de que la comunidad deje de echarse en falta. Si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, sólo puede ser… una comunidad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo”.

Bob Marley:

Miedo (II)

Como complemento a lo anterior, Bauman habla sobre Loïc Wacquant y su teoría sobre la guetificación de nuestras sociedades . Asegura que este fenómeno "es parte integral del mecanismo de tratamiento de residuos que a veces se pone en marcha cuando los pobres ya no son útiles como un ejército de productores de reserva y se han convertido en consumidores fallidos y por tanto inútiles… (el gueto es) un mero vertedero”. Junto a la guetificación, la criminalización de la pobreza: “existe un continuo intercambio de población entre los guetos y las cárceles”. De ahí nace otra contradicción que caracteriza de forma muy marcada la vida política de nuestras sociedades occidentales: una compulsiva preocupación por la seguridad ciudadana que enmascara la falta de asunción de políticas que ataquen la raíz del problema. Ahí, Bauman cita directamente a Wacquant:

"Los mismos partidos políticos, intelectualoides y profesores que ayer se movilizaron, con un éxito rápidamente observable, en apoyo del menos gobierno en lo que se refiere a las prerrogativas del capital y a la utilización del trabajo, demandan ahora, exactamente con el mismo fervor, más gobierno para enmascar y contener las deletéreas consecuencias sociales en los segmentos ingeriores del espacio social de la desregulación del trabajo asalariado y del deterioro de la protección social"

La ampliación del razonamiento a escala mundial es, creo, evidente: es más fácil desencadenar una guerra global contra el terror que no solucionar las situaciones de injusticia que propician (no digo que determinen, ni mucho menos, pero es evidente que contribuyen a) el alistamiento de multitud de personas olvidadas y ofendidas en el terrorismo internacional. Entre esas situaciones de injusticia ocupan dos lugares muy destacados la cuestión Palestina y la pobreza en la que vive gran parte de la población asiática y africana.
En fin, pese a todo, el show debe continuar. Prometo dejar de citar a Bauman (ya estoy terminando con el libro) y os dejo con Elvis (que, como todo el mundo sabe, está vivo).


Miedo

Sigo con Bauman y Comunidad. Es lo que tiene estar estudiando Teoría de la Cultura Contemporánea. El pensador habla del espíritu del gueto que se ha impuesto en nuestra sociedad, apoyándose en una referencia Sharon Zukin y Mike Davis y su libro City of Quartz. Los años setenta fueron, según Sharon Zukin, “un hito en la institucionalización de miedo urbano”. Se optó por “comprar protección” en lugar de aprobar medidas para eliminar la pobreza, gestionar la rivalidad étnica e integrar a todo el mundo en instituciones públicas comunes. Además, se instauró “la política del miedo cotidiano” que mantiene a la gente lejos de los espacios públicos y “los disuade de buscar el arte y las habilidades que se requieren para participar en la vida pública”.
Es, además (esto ya lo añado yo) una política rentable para los medios de comunicación, pues entronca con su objetivo de conseguir audiencia convirtiendo la información en espectáculo. Si no fuera así, ¿por que dedicarían tanto tiempo a las noticias de sucesos y a las informaciones sobre el tiempo, calificando de temporal cada dos por tres lo que no es más que la llegada del invierno, por ejemplo?
En fin, les dejo con Forges y con Rocío Jurado.

 

Orden global / Desorden local

El libro de Bauman que ya cité en la anterior entrada (Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil) es una joyita que no tiene ningún desperdicio. No me resisto a citar una frase más:

"El orden global precisa mucho desorden local `para no tener nada que temer´"

Que se lo pregunten, por ejemplo, a los habitantes del este de la República Democrática de Congo. Allí, en los últimos años, se ha librado una feroz guerra que ha causado más de cuatro millones de muertos. Tanto desorden  local ha servido eficazmente a la causa última del conflicto: saquear los ingentes recursos naturales del  territorio y aumentar las cuentas de resultados de importantes compañías transnacionales. Es decir, a garantizar el orden global.

Os dejo un enlace sobre esta cuestión, por si os resulta de interés: Mundo Negro/R.D. Congo

4 de diciembre de 2010

Nostalgia de la comunidad / El ángel de la historia

En su notable libro Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, el polaco Zygmunt Bauman indaga sobre el sentimiento de inseguridad y pérdida que existe en un mundo en el que la verdadera comunidad ha desparecido. En una de sus páginas, citando al filósofo alemán Walter Benjamin, y su imagen del ángel de la historia, describe la historia de la humanidad como una inmensa huida hacia adelante. Una huida buscando un paraíso que hemos dejado atrás, engañados por la idea de un falso Edén: el progreso.

"Es como si la espada clavada al este del Edén todavía siguiera allí, amenazadora. Puede que ganes el pan con el sudor de tu frente... pero no habrá sudor que reabra la puerta derrada de la inocencia comunal..."

Dice Bauman que, a continuación, cita la descripción que Benjamin hace, inspirándose en un cuadro de Paul Klee, del ángel de la historia:

"Su faz está vuelta al pasado. Lo que a "nosotros" nos parece una cadena de acontecimientos, "él" lo ve como una única catástrofe que amontona incesantemente ruina sobre ruina, arrojándosela ante los pies. Él querría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el Paraíso sopla una tempestas que atrapa sus alas y que es tan fuerte que ya no le deja cerrarlas. Esta tempestad le arrastra constantemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientra que el montón de ruinas que tiene ante él crece hasta el cielo".

Bauman apostilla:

"Walter Benjamin da a entender que el progreso no es una persecución de los pájaros del cielo, sino una necesidad frenética de huir de los cadáveres esparcidos por los campos de batalla del pasado".


Trabajador

Trabajo en una ciudad distinta a en la que vivo (o a en la que tengo mi casa, al menos), y salvo la distancia entre una y otra en tren. Esto me hace ser consciente de mi condición: soy un trabajador. Es verdad que ejerzo una profesión liberal (al menos, teóricamente; si yo tuviese que decir mi verdad, pienso que lo que ejerzo es una profesión terriblemente precarizada) y que trabajo en una institución cultural; que no visto mono ni uniforme de trabajo. Pero quienes van conmigo de vuelta a casa son sudamericanos, ucranianos, rumanos, africanos que vuelven a casa de sus diferentes tajos. O de buscarse tajo. Como decía Sabina, a esa última hora de la tarde que en invierno ya es noche y que en primavera y verano la anuncia, el vagón huele a "carne de cañón y soledad".
Los teóricos sociales dicen que, tras un periodo en que la clase trabajadora se estaba volviendo clase media, ahora es la clase media la que se está proletarizando a marchas forzadas. Creo que, simplemente, en la mayoría de los casos, más de la mitad de la población nos estamos lumpemproletarizando. Nos hemos convertido en mano de obra de reserva que se pelea duramente entre sí para ocupar puestos de, con un poco de suerte, mileuristas. Al menos, eso es lo que sucede en los sectores en los que me muevo: el periodismo y la cultura. Sin tanto tecnicismo, todo esto se puede resumir en una frase de Charly García, más cierta que nunca en esta situación de crisis en las que las sartenes se rompen siempre por el mango: "Nos siguen pegando abajo".
Desengañémonos, compañeros: Terminado el espejismo del sueño americano de los nuevos ricos, queda la realidad: somos trabajadores, y tenemos más en común con el ucraniano que viaja a nuestro lado en el tren que con los representantes de las 39 empresas españolas más importantes que se reúnen con el presidente de este país para darle lecciones acerca de cómo capear la crisis. Las identidades culturales están bien. Pero no nos pueden hacer olvidar algo tan básico como la conciencia de clase. Si nos empeñamos en trazar líneas divisorias en nuestras sociedades teóricamente abiertas, la frontera no está entre nosotros y los ucranianos, sino entre los qnadamos contracorriente para que no nos engullan las aspas del molino satánico del mercado y los que son dueños del molino y recogen el grano.


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