17 de febrero de 2012

Men at work

Es el título del único gran libro de fotografía que realmente llegó a editar en vida. Pero Lewis Hine hizo mucho más que publicar Men at work. En sus 66 años de vida trabajó ejerció multitud de oficios, fue educador y, sobre todo, un fotógrafo que, según sus propias palabras, quiso hacer tan sólo dos cosas: mostrar lo que había que corregir y mostrar lo que había que apreciar.


Hine llegó a la fotografía un poco por casualidad y entendió la fotografía, como bien se desprende de sus palabras, como un arma cargada de futuro (sí, lo sé, en mis post abundan los lugares comunes, no da uno para más). Empezó a hacer fotos para la Ethical Culture School de Nueva York, luego las hizo para el Comité Nacional de Trabajo Infantil, la Cruz Roja... En fin, si queréis saber más de su vida y andanzas mirad el enlace a Wikipedia, que seguro que está más documentada que yo.


Yo sólo soy un tipo curioso que leyó sobre Hine en el maravilloso libro de Susan Sontang Sobre la fotografía y que, cuando supo que sus fotos se exponían en Madrid, pensó en que tenía que ir a verlas y que quiere compartir con vosotros algunas de las sensaciones que esas fotos llenas de vida ya muerta, memoria, pobreza, esperanza y dignidad le han transmitido.


Es una palabra muy manoseada esa de dignidad. Y, al mismo tiempo, muy en desuso. Pero describe muy elocuentemente el mundo de Hine. Un mundo de perdedores: emigrantes que llegan a la isla de Ellis de toda Europa buscando un presente del que hacer un futuro, muchachuelos que se duermen en las escaleras después de una jornada agotadora vendiendo periódicos, viudas que enseñan su retahíla de hijos sin padre y sin pan, trabajadores a los que el molino satánico ha arrancado no sólo la vida, sino los miembros de su cuerpo...


Están todos en la exposición que la Fundación Mapfre dedica a Hine, mirándonos desde su ultratumba que la fotografía hace irreal al hacerles a ellos tan reales. Son gentes explotadas, gastadas, muchas de ellas ya en desuso. Pero gentes que no han perdido su humanidad pese a ser, en el fondo, solo papel. Son gentes cuyos ojos nos gritan su pobreza y su esfuerzo. Gentes como nosotros. Gentes que viven en un pasado que creíamos superado, pero que vuelve.


Sí, amigos, la vida es dura y se está haciendo cada vez más dura. Y yo me pregunto si estamos preparados para despertar de nuestro sueño, desentumecernos, hacer que se evaporen en nuestra cabeza los vapores de la resaca del consumo y ponernos a trabajar mirando a la vida frente a frente sin perder nuestra dignidad. O, más bien, volviendo a hacernos dignos de ella. Y la única manera de conseguir eso es luchando.

El viejo Bob:

16 de febrero de 2012

Raimon, un icono que sigue en la brecha

Hace ya algunas semana que está en la calle el último número de la revista 21, que incluía esta dicharachera entrevista con Raimon (sí, sí, el de la transición, el de Al vent). Algunos se sorprenderán de que siga vivo. Otros de que siga cantando. Algunos más de que yo haya llegado a entrevistarle. En cualquier caso, aquí nos tenéis.

Raimon, cantante al viento
“Hace mucho que no soy un símbolo”

Hace más de 50 años que escribió Al vent (Al viento) y, aunque no parece molesto porque se le recuerde, no deja de reivindicar que es mucho más que un símbolo de la lucha contra la dictadura. Aunque llevan intentándolo enterrar desde los ochenta, Raimon sigue bien vivo y su último disco ha estado muy presente en los medios. Es como si hubiera vuelto a la carretera después de hace muchos años, pero no es verdad, el nunca colgó la guitarra. A diferencia de otros compañeros de generación, nunca abandonó el valenciano como lengua de trabajo y quizás esto le ha restado público, pero a él parece darle igual. No es un tipo que se preocupe por modas. Tiene clara su verdad, y la dice, incluso interrumpiendo amablemente al periodista. Ese es, al fin y al cabo, el trabajo de los poetas: decir su palabra contra viento y marea. Raimon lo tuvo claro desde el principio y, así, desde que empezó a cantar, su vida ha sido una vida al viento. Con todo y con eso no es alguien serio, envarado, sino que se ríe con frecuencia. Al menos, en esta entrevista.

-Va a cumplir 50 años sobre el escenario. Es de los pocos que podría jubilarse, incluso con la nueva ley de pensiones, pero ahí sigue.
-(Risas) No tiene que ver con la ley. Es algo mucho más vital. Me siento a gusto con mis músicos y con mis canciones. Y siento que el público está a gusto conmigo.

-Escuchas Al Vent y, más de 50 años después, sigue siendo actual. ¿Tan buena es la canción o es que lo hemos hecho muy mal en esta sociedad?
-Una canción es lo buena que la gente quiere. Depende de si significa algo para la gente o no. Eso sorprende. Muchas veces piensas que hay otras que te quedaron mejor y la gente elige una a la que no dabas tanta importancia. Desde luego, Al vent me cambió la vida.

-Fue todo inesperado.
-Sí. Yo ni siquiera pensaba que grabaría la canción. Tenía aficiones artísticas, pero las veía más como hobby. Lo que pasa es que coincidió que grabé Al vent y terminé la carrera y estaba en esa época, cuando uno termina, en que no sabe muy bien qué hacer. Al vent tuvo mucho impacto porque rompía con el ambiente sonoro que había entonces en España.

-Al vent fue un símbolo de lucha política, pero nació de algo tan simple como un recorrido en moto. Qué contradicción, ¿no?
-(Risas) Bueno, también el Che Guevara se recorrió América Latina en motocicleta y mire como fue la cosa. Claro que lo mío fue un paseo mucho más corto, de Xátiva a Valencia.

-¿Vivía mejor contra Franco la gente como usted, que simboliza la lucha contra la dictadura?
-Esa frase de mi muy querido y añorado Vázquez Montalbán tal vez sea un poco exagerada. Lo cierto es que en la dictadura había más complicidad entre gentes de ideas muy distintas.

-Al contrario que Dylan, usted sí quiso ser el portavoz de una generación, ¿no?
-El ser o no portavoz de una generación no depende de uno (risas). Lo de Dylan es un caso distinto, muy complejo.

-Hacen un documental sobre la transición y allí está usted. ¿No se cansa de ser un símbolo?
-Es que no lo soy. No lo he querido ser nunca. Eso no quita para que no reconozca que mis canciones, en algún momento, fueron útiles a mucha gente que luchaba contra un régimen dictatorial. Pero también he hecho canciones de amor, incluso durante la dictadura, porque, claro, no me iba a esperar a que se muriera Franco para enamorarme (risas).

-Años después de esa época gloriosa, ¿qué ofrece y qué cree que busca la gente en usted?
-Como digo, hace mucho que no soy un símbolo. Yo sólo quiero ser un cantante. Los 80 fueron especialmente duros para mí. Dominaba el pensamiento de que gente como yo éramos muy buenos para luchar contra la dictadura, pero no éramos artistas.

-Lo evidente es que sigue interesando, porque la gente de la discográfica me cuenta que, con el nuevo disco, va a estar usted en todos los medios.
-Es que el nuevo disco es muy bueno. Bueno, como los otros. Lo que pasa es que esta vez se han dado cuenta (risas).

-He repasado escritos y crónicas sobre usted. Más de uno le caracterizan como un existencialista rebelde. ¿Está de acuerdo con la etiqueta?
-No lo sé. Con lo de rebelión, sí. Siempre he sido un poco rebelde. Con lo de existencialista... Me interesó mucho el existencialismo en la facultad: esa idea del absurdo. Eso se refleja en mis primeras canciones. Pero, más allá de eso, ¿qué es el existencialismo?

-No puede actuar en Valencia, su región...
-(Rotundo) Sí que puedo. Lo que no tengo es acceso a la red de teatro públicos.

-¿Es una cuestión de censura o es que no tiene dinero para pagar trajecitos a nadie?
-(Risas) No me he planteado lo de los trajes. La situación tiene que ver con una visión sectaria del Gobierno valenciano, que no es el Gobierno de todos los valencianos. No es una cuestión personal, que también, sino una cuestión de exclusión de los que cantamos en valenciano.

-Tuvo sus más y sus menos con Serrat por una cuestión de normalización lingüística y nunca ha cantado en castellano. Es un hombre de ideas fijas.
-No tuve ni más ni menos con Serrat. Simplemente, él escogió un camino distinto del mío. Pero eso no quita para que seamos amigos. Por otra parte yo tengo ideas fijas y movibles, desmontables... Tengo ideas de muchos tipos: cuadriculadas, redondas, articuladas...

-Rellotge d'emocions (Reloj de emociones) es su primer disco con canciones nuevas en 14 años.
-No. En el 2000 saqué uno con canciones nuevas, pero grabado en directo. Es el primero con canciones nuevas grabado en estudio desde hace 14 años, eso sí. Pero en directo siempre interpreto canciones nuevas.

-Es un disco que mira al pasado, evidentemente, pero usted asegura que no es nostálgico. Explíquenoslo, por favor.
-Eso no se puede explicar. La única explicación posible es escucharlo. Una canción no se explica. Puedes explicar tal vez la letra, pero ¿y la melodía? ¿Y la voz?

-Dice que se ha vuelto muy exigente con sus canciones con los años y que evita repetirse. Así pues, nada de comer fabes, claro.
-Siempre he intentado no repetirme y no repetir cosas que ya habían dicho otros. Eso sólo fomenta la contaminación sonora. Sólo algunas veces he repetido algunas cosas a propósito.

-Asegura que compone por necesidad. No será monetaria, con la de royalties que le ha debido dejar Al vent.
-¡Qué va! Para el cantante en valenciano, los royalties son siempre muy pequeños. Estamos hablando de un mercado muy reducido.

-Entonces, ¿por qué escogió esa lengua?
-Más bien fue ella la que me escogió. Mi educación iba encaminada a que no me pudiera expresar en valenciano. Yo no quise contribuir a que siguiera siendo difícil expresarse en mi lengua materna.

Y, tras la entrevista la música. Lo clásico y lo último de Raimon:


13 de febrero de 2012

Feliz aniversario



Heteronomía

David Held, en su libro Modelos de Democracia, hace una disección de las distintas concepciones que esa palabra tan pronunciada y tan mal conjugada en la realidad ha tenido a lo largo de la historia. Desde la idea de democracia griega a la idea de democracia directa marxista, Held sube y baja por los escalones de las teorías y de la historia para acabar recogiendo en un modelo propositivo su visión de lo que la democracia debería ser.
Para Held, la democracia es un régimen político basado en el principio de autonomía:
"Los individuos deberían disfrutar de los mismo derechos (y, por consiguiente, de las mismas obligaciones)... deberían ser libres e iguales para determinar las condicones de sus propias vidas, siempre y cuando no utilicen este marco para negar los derechos de los otros".
Para que se cumpla este principio, Held asegura que el régimen político debe ajustarse a cinco criterios:
1. Oportunidad de participación efectiva de todos los ciudadanos.
2. Comprensión bien informada.
3. Igualdad de voto.
4. Control de la agenda.
5. Carácter comprensivo (todas las personas adultas con intereses políticos legítimos deben participar de los poderes de la ciudadanía).
Si confrontamos este modelo ideal con la realidad vemos, tristemente, que no sólo no caminamos hacia él, sino que nos alejamos:
-La precarización laboral (ole, ole y ole al último decreto-ley del gobierno del PP) crea personas más preocupadas -lógicamente- por su subsistencia que por cualquier supuesto bien común. Personas que no se preocupan -ni pueden hacerlo- de comprender ni participar.
-Las precauciones de las cúpulas de los partidos mayoritarios por mantener su posición elitista reduce las posibilidades reales de participación tanto dentro de los partidos como en la liza democrática general (ausencia de listas abiertas, leyes electorales progresivamente restrictivas).
-Las alianzas entre partidos políticos, poder económicos y empresas de la información y el entretenimiento crean un "circuito cerrado" a la hora de establecer la agenda de los medios que, en gran medida, es la imagen de la realidad.
Así, frente a un ideal de autonomía ciudadana, caminamos hacia un anti-ideal de heteronomía ciudadana. Es decir, frente al ideal democrático de gobierno del pueblo, el anti-ideal de un pueblo gobernado por fuerzas ajenas a él. Sin, duda, y no sólo por una cuestión etimológica, todas estas palabras cobran sentido en Grecia estos días. Tirando de refranero, por mucho que a mi chica no le guste, diría aquello de "cuando las barbas de tu vecino veas pelar...". 

En fin, por distraernos, les dejo con unas bonitas imágenes de un partido de fútbol en el que no se cumplió aquel famoso dicho de Gary Lineker de que este deporte es un juego de 11 contra 11 en el que siempre gana Alemania (como sabemos ahora, Lineker se trabucó y estaba hablando en realidad de la crisis de la deuda). De hecho, es un partido de fútbol en el que es Grecia quien gana a Alemania. Quién pensaría que eso es posible, a estas alturas.

4 de febrero de 2012

Lecturas - War!


Llevo meses cogiendo y dejando el libro Hubo una vez una guerra, de John Steinbeck. Por lo menos, entre decenas de lecturas que se cruzan, interrumpen, superponen, bajan y suben en la clasificación de prioridades, he conseguido terminar el bello prólogo del autor de Las uvas de la ira, De hombres y ratones y tantas otras obras maestras llenas de humanidad y buenas frases.
Hubo una vez una guerra recoge los despachos sobre la Segunda Guerra Mundial que Steinbeck mandó como corresponsal del New York Herald Tribune desde Europa. El prólogo de Steinbeck es  una amarga reflexión sobre el hecho de la guerra. El premio Nobel de literatura, asegura que "las guerras no son sino accidentes a los que nuestra especie parece muy propensa. Sería interesante mantener vivo el recuerdo de los accidentes si de ellos aprendiésemos algo, pero no aprendemos".
Pero, sobre todo, el texto es  una amena descripción de los mecanismos de la censura y de la autocensura periodística en tiempos de conflicto. Así, asegura, "existía una cosa llamada `esfuerzo de guerra´. Y todo lo que interfiriera en ese esfuerzo era, sin discusión posible, malo. Al corresponsal se le permitía una gran libertad de criterio; pero siempre, para juzgar sus artículos, estaban los censores, el mando militar, los periódicos mismos y, finalmente, los más duros de todos, los civiles ocupados en asuntos militares".
Entre la ironía, la justificación y la nostalgia, Steinbeck repasa algunos ejemplos de esa (auto)censura:

"No había cobardes en el Ejército norteamericano, y los más valientes de los valientes eran los soldados de infantería".
"Durante la guerra, cinco millones de hombres y muchachos perfectamente normales, jóvenes y sanos perdieron de pronto su interés por las chicas... Cuando la Armada solicitó X millones de anticonceptivos, tuvo que poner por escrito que serían usado para proteger las cajas de armas ligeras".

Steinbeck afirma que "poco a poco asumimos que conocer la verdad acerca de algo era automáticamente un secreto, que no podía airearse sin perjuicio". Por eso, "nos corregíamos tanto como nos corregían. Nos sentíamos responsables de lo que ocurría en el frente. Reinaba un sentimiento general de protección hacia nuestro Ejército y de que la verdad podía provocar el pánico".
Quería buscar un final para este post, un enlace con la realidad actual. Pero me detengo aquí. ¿Por qué tendría que hacerlo? Os dejo con un par de vídeos. El primero tomado de la miniserie de la HBO Band of Brothers. El segundo, un conocido alegato antibelicista en forma de canción.