30 de enero de 2011

Postal desde Canadá - Vancouver´s Skyline


La ciudad de cristal deslumbra. Los rascacielos del Down Town, son, sin embargo, un espejismo. En los días de lluvia, los barrios residenciales del este,  llenos de filipinos, chinos y coreanos que vinieron en busca de una nueva quimera del oro son desolación y tristeza. Ni un alma por las calles. ¿Habrá algún alma tras las puertas? Sólo se ve distancia, miedo, ailasmiento carcelario. La civilización del coche y del no en mi patio trasero. El decorado exterior es bonito, pero el interiorista es un lamentable incapaz.

25 de enero de 2011

Postal desde India - En el tren Jaisalmer-Delhi III

Los adictos ponemos nuestros vicios por encima de la vida, así que, pese a no poder dejar de mirar los ojos de mi nueva dama, ni dejar sin respuesta sus demandas de juego, risa y vida, el síndrome de abstinencia me impulsa a buscar el desahogo de un cigarrillo. Salgo pues, a la plataforma del vagón, convertido en una especie de muestrario de tipos, en un museo antropológico vivo. En una de las cabinas, militares jugando a las cartas. En otra, militares conversando en un tono que a mí se me antoja licencioso con mujeres del desierto, probablemente gitanas. La monotonía de sus uniformes verdes de camuflaje y tela basta contrastan con el abigarrado espectáculo de los trajes femeninos de multitud de fucsias, rojos y amarillos, realzados por los pendientes, collares, anillos nasales, tobilleras y pulseras de oro y de plata que lucen, como estrellas sobre la noche, contra la piel de cobre y ébano. En otra de las cabinas, viejos guerreros rajputas con sus orgullosos y multicolores turbantes y sus viriles bigotes charlan animadamente. Desde el privilegiado mirador de una plataforma de un vagón de segunda clase indio, protegiéndome de la polvareda y del humo, pienso en que el mundo es colorido, ancho y no tan ajeno.

Vuelvo a la cabina. Viene conmigo un tipo con el que he cruzado  algunas palabras en la plataforma del tren. Se sienta, uno más entre un millón, en nuestro compartimento y, pese a su mal inglés, tras cambiar unas palabras con el padre de la niña, nos informa de que nuestro amigo vuelve de una peregrinación de más de 700 kilómetros a pie y 17 días de marcha desde Delhi a no sé qué santuario famoso cercano a Jaisalmer. Una peregrinación en la que su única compañía fue su hija y de la que guarda el  único recuerdo material de una foto apenas sin foco, a todas luces realizada por un fotógrafo callejero.

Transcurren los kilómetros y los minutos, y el tren atraviesa el desierto y la tarde sin que la animación decaiga. Ahora la novedad es que Assa –así llaman a la niña- ha sacado de la mochila de su padre una rudimentaria cartilla plastificada, llena de imágenes de objetos de la vida cotidiana, con sus nombres escritos en hindi y en inglés. su padre, con paciencia y ternura infinitas, le va señalando objetos y ella pronuncia, insegura o decidida según el caso, la palabra. A su vez, ella me los señala a mí mientras repite la palabra, con el bienintencionado objetivo de inculcarme alguna lección de su lengua materna. El polvo del desierto y la incomodidad del vagón han quedado atrás. Bueno, están todavía ahí, sin duda, pero no nos acordamos de ellos. Estamos deslumbrados por el espectáculo de la fraternidad humana. Una fraternidad sin palabras, hechas de gestos cómplices, de deseo de entenderse.

Una vez más, os hago víctimas de mi prolijidad narrativa. En fin, para compensar, os propongo un nuevo tentempié musical. Indio, por supuesto. Ravi Shankar y George Harrison por mantras.

23 de enero de 2011

Postal desde Bélgica - En los campos de Flandes


A menos de dos horas de Bruselas, la pequeña ciudad de Ypres (Ieper, en flamenco) guarda, además de algunas joyas de arquitectura medieval, una vívida memoria de la Primera Guerra Mundial. Entre 1914 y 1918, murieron en los alrededores de Ypres más de medio millón de personas. Museos, cementerios y ceremonias recuerdan esta masacre de forma conmovedora.
De las piedras de la Menin Gate brotan nombres y amapolas. Sus muros albergan los nombres de 34.984 soldados del Imperio Británico que desaparecieron durante la contienda. Es decir, que murieron, pero cuyos cuerpos, destrozados por la artillería o enterrados bajo toneladas de barro, nunca aparecieron.
Al cabo de un minuto de hipnótica observación, los ojos del visitante ya no distinguen los nombres (procedentes de todas partes del mundo en las que ondeaba la Union Jack: India, Nepal, Irlanda, Canadá, Nueva Zelanda, Australia), pero su espíritu no puede dejar de seguir mirando, intentando hacerse una idea de la magnitud del horror vivido alrededor de Ypres entre 1914 y 1918. Mirada y espíritu se relajan cuando, entre los intersticios de las placas de piedra del memorial encuentran una roja amapola de papel y plástico. Estas amapolas hacen referencia al sencillo pero conmovedor poema del médico militar canadiense John McCrae, En los campos de Flandes, todo un símbolo del sufrimiento que provocan las guerras:  

“En los campos de Flandes / se mueven las amapolas / entre las filas de cruces, / que señalan nuestro sitio. / En el cielo las alondras / cantan, desafiantes pese a todo, / vuelan oyendo apenas los cañones de abajo. / Somos los Muertos. / Hace pocos días vivíamos, / sentíamos el amanecer, /veíamos el brillo del crepúsculo, / amábamos y éramos amados. /Ahora yacemos en los campos de Flandes”. 

Y, para acabar, una canción tan simbólica como el poema de McCrae. Una canción que también habla de soldados y flores: Where have all the flowers gone?, de Peter, Paul and Mary.


Postal desde Ecuador - Un coche-péndulo en Quito (IV)

Ramiro, cumpliendo con su palabra, se presentó esa tarde-noche en la casa de la diócesis de Sucumbíos. Vino en su coche, un pequeño utilitario color azul de baja cilindrada, como luego tendríamos ocasión de comprobar. Le acompañaba una de las abogadas que habíamos conocida esa mañana, una morena de rasgos lejanamente indios, más que aceptablemente atractiva y muy simpática. Desde luego, Jesús y yo estábamos en bastantes peores circunstancias que él, que apareció todavía trajeado después de una jornada de juicios, encuentros y clases en la Universidad.
Yo sufría los últimos estertores (y retortijones) de una diarrea que me había molestado bastante en mi visita del día anterior al bello centro del caso histórico de Quito. Jesús... En fin, lo de Jesús es una historia más larga y también un poco más sabrosa. 
Estaba preparándome para la salida cuando, de repente, había escuchado una voz que me llamaba desde uno de los servicios del vestíbulo de entrada. Era Jesús. Llevaba varios minutos allí encerrado porque... en fin, porque quería cagar y aquello que tenía dentro del intestino estaba tan duro, después de varios días de estreñimiento, que le estaba costando un verdadero esfuerzo sacarlo fuera. Así que, acobardado, detuvo su intento y pidió ayuda.
Esto os sonará raro, quizás, pero el asunto tiene una justificación: meses atrás, una socasión parecida, había acabado produciéndole una hernia inguinal de la que tuvo que ser operado posteriormente. Ahora, temía que el riesgo de que le ocurriese algo similar fuese mayor, pues la cirugía había tenido lugar en una fecha relativamente reciente y los tejidos podían estar reblandecidos. Así pues, Jesús me llamaba para que fuera con urgencia a alguna farmacia próxima a conseguir un laxante que le ayudara a desocupar su intestino con menos esfuerzo y riesgo y con más garantías de éxito. Cumplí con su encargo y, justo cuando él terminaba de aliviarse, llegó Ramiro.
Animoso y extrovertido, no aceptó de ninguna manera las protestas de Jesús acerca de nuestras respectivas crisis digestivas, dijo que estas ocasiones hay que aprovecharlas cuando se presentan y que dejar para otro día nuestra cena de celebración significaría que, seguramente, no llegaría a tener lugar. Además, aseguró que el también tenía el cuerpo revuelto, pues su estómago estaba lleno de gases que de cuando en cuando tenía que evacuar y que no por eso se había echado atrás. Los tres compartiríamos nuestras miserias estomacales con su compañera, que asistía divertida a una escena de la que Ramiro, rompiendo todas las etiquetas acerca de la discrección, le había hecho plenamente partícipe.
Los cuatro, abandonamos, pues, la casa de la diócesis de Sucumbíos en Quito rumbo a una pizzeria en el pequeño utilitario azul de baja cilindrada, como luego tendríamos ocasión de comprobar, de Ramiro.

(Una vez más, la historia se alarga y se alarga sin que yo sepa hacer nada, para evitarlo, así que hago aquí una pausa, espero que la última, antes de relataros en otro post su conclusión. Mientras tanto, para completar nuestro repaso a la música ecuatoriana, y haciendo caso de la recomendación de nuestro común amigo Jesús en su comentario al anterior post de esta interminable historia, os dejo con un poco de bomba, la música afroecuatoriana típica del valle del Chota)

22 de enero de 2011

Postal desde Argentina - El tango es cosa de dos

 (Una pareja baila tango en las calles de Buenos Aires, en noviembre de 2007)

Postal desde Ecuador - un coche-péndulo en Quito III

Como decía, Ramiro y yo nos volvimos a encontrar en Quito, alguna semana después del incidente de la rata. Por la mañana había tenido lugar una sencilla pero entrañable ceremonia a las puertas del penal en donde permanecían los últimos cuatro campesinos colombianos detenidos por el ejército ecuatoriano de manera totalemente injusta y arbitraria tras el asesinato por las FARC de una patrulla de 13 militares y policías en el río Putumayo.
Allí estaba Ramiro, junto con otros abogados que habían tomado parte en la defensa de los 11 del Putumayo, el obispo de Sucumbíos; Gonzalo López Marañón, un carmelita valiente, buen ejemplo de la opción por los pobres de parte de la Iglesia sudamericana; otros religiosos y voluntarios laicos de la diócesis y, en el centro de todo, cuatro campesinos en cuya cara se reflejaba a partes iguales la satisfacción por su liberación, el horror por los meses pasados en prisión y los días de tortura y la analfabeta y cruel condena de la pobreza, con todo lo que conlleva. Era emocionante ver a aquellos hombres bajos, recios como un tocón de árbol, indefensos y condenados a ser carne de cañón y pensar que, por esta vez, habían escapado de la quema. Daba la sensación de que la justicia es posible incluso en un lugar tan desalmado como el nororiente ecuatoriano, esa especie de Far West latino que yo había conocido durante un par de semanas. Tenía ganas de cantar la Marsellesa, la Internacional, o cualquiera de esos himnos movilizadores que hablan de futuros de pan y libertad para los desheredados.
La ceremonia se prolongó en la casa que la misión de Sucumbíos tenía en Quito. En su jardincito trasero se montó una sencilla pero emocionante recepción para los cuatro liberados en la que brindamos por ellos y por lel triunfo de los derechos humanos. Aunque fuera inusual, era la señal de que la victoria del bien sobre el mal es posible, y permitía soñar en conquistas más importantes y definitivas.
Ramiro y yo, que habíamos entablado una amistad a primera vista, quedamos de acuerdo en que esa noche lo festejaríamos de forma más prolongada, y nos emplazamos para, junto con Jesús, el amigo español al que yo había ido a visitar a Ecuador salir a cenar y a tomar la noche quiteña.

(Continuará, claro. Para amenizar esta nueva espera, les propongo un nuevo interludio musical. Un arrullo ecuatoriano. Una música que intenta hacer bajar a Dios del cielo subiendo a los creyentes hasta él en trance. Una música de los negros ecuatorianos de Esmeraldas, que heredaron de sus antepasados, los fugados de los barcos negreros hundidos en la costa del Pacífico)

Romper el círculo vicioso

Retomo los apuntes sobre estudios culturales y me vuelvo a encontrar con Bauman, cuyo libro Comunidad fue para mí uno de los grandes descubrimientos del último trimestre del año pasado. En un bello pero tremendo capítulo titulado Tiempos de desvinculación asegura que el eje fundamental en torno al que giraba el resto de la vida, el trabajo, se ha roto. No se puede confiar en él, y no es lo único que se desmorona. Toda la vida social "parece encontrarse en un torbellino... (en el que) nada permanece lo bastantes como para adaptarse plenamente a ello". Se han acabado "la mayoría de los puntos de referencias constantes". Así, la existencia de la comunidad es imposible, ya que las incertidumbres ante el futuro "no unen a los que sufren: los separa y los aísla". Por ello, "la decadencia de la comunidad... se perpetúa a sí misma: una vez que se inicia, hay cada vez menos estímulos para contener la desintegración de los lazos humanos".
Esta es, creo, la gran cuestión del siglo XXI: cómo romper esos círculos viciosos que hacen que nuestras comunidades degeneren cada vez más en meros agregados de individuos, cómo podremos -si es que podemos todavía, que tenemos que poder- poner en marcha proyectos colectivos. No es fácil para personas educadas en la poca resistencia a la frustración y en el culto a las cosas y desencantadas de todos los ismos habidos y por haber.
De entrada, la reflexión de Bauman creo que debería invitarnos a rechazar de plano aquellas propuestas de organización social basadas en maniqueísmos y dinamitación de puentes de diálogo entre opciones políticas, culturas e individuos. Tristemente, la vida pública actual nos da cumplidos ejemplos de justo lo contrario. Pero, seguramente, para que cambien nuestros supuestos líderes tendremos que cambiar nosotros primero. ¿O será al contrario?
En fin, imaginemos que todo esto es posible.


21 de enero de 2011

Los imprescindibles

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht


en una manifestación en Salvador de Bahía (Brasil)

Postal desde Ecuador - Un coche-péndulo en Quito II

El caso de los 11 del Putumayo era, como decía en el anterior post, una triste muestra de lo duras que eran las cosas en Sucumbíos. La provincia lindaba con Colombia, con una zona en la que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) eran especialmente activas. Meses antes de mi llegada, un grupo de guerrilleros había emboscado a una patrulla de militares y policías ecuatorianos en el río Putumayo, matando a 13 de ellos.
Airados, los milicos ecuatorianos irrumpierron en varios poblados de colonos colombianos en territorio de Ecuador a sangre y fuego, tiroteando, golpeando y amenazando. Tras implantar un súbito e intenso terror, se llevaron a 11 de ellos a una base militar, acusándoles de ser los responsables de la muerte de sus compañeros. Varios días de totrura les arrancaron la confesión de su pertenencia a las FARC y su culpabilidad en el asesinato de los militares y policías ecuatorianos.
La diócesis de Sucumbíos asumió la defensa de los pobres campesinos colombianos y se involucró en la denuncia de su caso y en la petición de su liberación mediante movilizaciones populares y acciones judiciales llevadas a cabo por su oficina de derechos humanos con el apoyo de algunos abogados concienciados de Quito, uno de los cuales era Ramiro.
Un tipo curioso, Ramiro. Hijo de la alta burguesía quiteña, en vez de seguir los dictados familiares había decidido hacer suya la defensa de causas casi imposibles. Años más tarde, lo reencontré en España y, todavía algunos años después, lo reencontré de nuevo en Ecuador. Había pasado varios años en Guatemala, trabajando para la ONU en la investigación de los crímenes de guerra cometidos en ese país durante la guerra civil y en la puesta en marcha de un sistema judicial independiente. Cuando lo conocí en Lago Agrio, viajaba siempre con Chucho, un perrito (¿o era un oso? la memoria me falla en este punto) de peluche con el que mantenía largas conversaciones en las que implicaba a todos los presentes. Decía que no podría dormir sin él.
Valiente y frágil al mismo tiempo, Ramiro era puro nevio. Verborreico, no dejaba de gastar bromas, incluso en momentos supuestamente solemnes. La noche en que me lo presentaron, habíamos salido a tomar una cerveza. A mí me entró hambre y decidí comerme un arroz con cuy (un inmeso roedor amazónico que está considerado un verdadero manjar en Ecuador). El tipo no dejó de repetirme, hasta que terminé mi plato, que me estaba comiendo una rata y que me debería dar asco y vergüenza hacerlo.
Algunas semanas después de este primer encuentro, volvimos a reunirnos en Quito, también para cenar, pero en unas circunstancias bien distintas. Era un día de celebraciones. Los cuatro últimos campesinos que permanecían presos de los implicados en el caso de los 11 del Putumayo habían sido liberados ese día por la mañana. Era tiempo de celebraciones.

(En fin, como la introducción está siendo prolija, hago una pausa aquí para que disfrutéis de algó más de música ecuatoriana. ¡Viva la cumbia!)

20 de enero de 2011

Postal desde Ecuador - Un coche-péndulo en Quito I

Fue una de las noches más surrealistamente divertidas de mi vida. Corta pero intensa. Había ido a Ecuador a visitar a un paisano que en aquel entonces conocía ligeramente y que se convirtió desde entonces en mi amigo. Él trabajaba como voluntario laico en una misión en el norte de Ecuador, en la región amazónica. Instalado en una zona rica en petróleo, cuya capital, Lago Agrio (también conocida como Nueva Loja) era una verdadera ciudad del Far West, Jesús formaba parte de un grupo de idealistas que aspiraba a poner un poco de humanismo (cristiano, por supuesto) en un territorio en el que  colonos venidos de otras partes de Ecuador, compañías petrolíferas, indígenas presentes en la zona desde tiempo inmemorial, guerrilleros colombianos que de vez en cuando traspasaban las fronteras, narcos, agentes de la DEA, prostitutas, militares y aventureros de toda laya luchaban por su lugar bajo el sol, a menudo a costa de l de los demás.
A mí me interesaba conocer Radio Sucumbíos, una emisora educativa y comunicativa puesta en marcha por la diócesis del mismo nombre, de cuyo equipo Jesús formaba parte. En aquella época en que era al mismo tiempo más joven y más viejo de lo que soy ahora, aspiraba poco a menos que a redimir el mundo con mi particular máquina de matar nazis: la profesión de periodista.
Uno de los hechos que tuvieron lugar en aquel entonces y que mostraba en toda su crudeza lo difícil que era la vida en ese rincón del planeta me dio la oportunidad de conocer a una de las personas más divertidas con las que me he topado a lo largo de mi vida.
Ramiro era un abogado experto en derechos humanos que estaba echando una mano a una abogada española, Tere, otra voluntaria de la misión carmelita de Lago Agrio que lideraba un programa de lucha por los derechos humanos en la zona. Aunque la escena a la que se refiere esta postal tuvo lugar algunas semanas después en Quito, conocí a Ramiro en la capital de Sucumbíos, adonde había acudido de visita para recabar datos acerca del caso de los "11 del Putumayo", un grupo de campesinos de origen colombiano arrestado arbitrariamente por el ejército ecuatoriano, sometido a torturas, y obligado a confesar su pertenecencia a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

(Continuará, claro. No os preocupéis, que no os voy a dejar así. Pero, para amenizar la espera, lo más propio es un bonito pasillo, de Julio Jaramillo. Los pasillos ecuatorianos son, posiblemente, la música más melancólica del mundo. Más que los fados y que los boleros, me temo. Que lo disfrutéis)

19 de enero de 2011

Postal desde Brasil - Niña indígena

¿Qué verá esta niña del pueblo pataxó-ha-ha-hae cuando sus manos se abran: el horror o la esperanza? Brasil, el país del futuro sería un mejor país si en el hubiese lugar para sus pueblos indígenas. Si queréis saber algo sobre el tema, os remito a la página del Consejo Indigenista Misionero (CIMI), del que algún día hablaré en este blog. Mientras tanto, quería compartir esta foto brasileña con vosotros porque me he dado cuenta de que, con lo mucho que me ha dado Brasil, apenas una vez lo había mencionado en estas páginas. Una injusticia que debía reparar y que me propongo seguir subsanando.


La respuesta está flotando en el viento

En los años treinta, en medio de una de las peores crisis que ha vivido nuestra civilización, el pensador alemán Walter Benjamin escribía un ensayo que para muchos ha sido revelador La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. No es que yo lo se lo vaya a descubrir a nadie, pero sí que confieso que yo lo acabo de descubrir. Lo terminé de leer ayer, y sus últimas frases me parecieron reveladoras. Benjamin hacía una disección estupenda del fascismo que, en lo básico, se puede resumir en dos frases: 1) El fascismo supone una estetización de la política que, inevitablemente, conduce a la guerra. 2) El fascismo crea las condiciones para que las masas se expresen, pero no cambia el orden fundamental de las cosas, el orden de la propiedad. Frente a ello, el comunismo responde con: 1) La politización del arte; 2) El cambio de las relaciones de propiedad.
Sin duda, en esta época postideológica y desencantada, fascismo y comunismo son palabras que nos dicen poco. "Fascista" ha quedado como un adjetivo fácil y gratuito para conversaciones de bar. "Comunista"... En fin, quién demonios sabe para que ha quedado esa palabra. Sin embargo, las palabras de Benjamin me hicieron pensar por un momento en las nuevas alienaciones que realmente existen. Si el fascismo supone una estetización de la política que conduce a la guerra, sin lugar a dudas el consumismo produce una estetización del consumo (sé que la frase queda poco elegante, pero pasada la media noche uno no está para filigranas)  que no sabemos muy bien conduce (apunto algunas hipotesis: el desastre ecológico, la injusticia planetaria, el fin de la ciudadanía, la ruptura de la convivencia). Además, al igual que el fascismo, el consumismo permite que la masa se exprese (una la masa reconvertida a una especie de masa-individuo, en la que cada uno se crea una personalidad eligiendo entre los númerosos artículos que el mercado audiovisual, publicitario y mediático nos ofrece para hipotéticamente singularizarnos). Haciéndonos freaks -una figura muy valorada hoy en día- de alguna de las marcas más o menos alternativas que el mercado pone a nuestra disposición -desde literatos a cineastas pasando por presuntas divas del pop- creemos definir nuesta personalidad, expresarnos. Eso nos hace creer que estamos justificados -y probablemente lo estemos, no quiero tampoco ser talibán. En cualquier caso y por supuesto, todo eso sucede sin que cambien las relaciones de propiedad.
No creo que a esto le podamos oponer, como pedía implícitamente Benjamin, el comunismo. No a estas alturas. Tal vez ni siquiera tengamos que cambiar las relaciones de propiedad. Pero mi pregunta es si tenemos que seguir aceptando lo que nos ha sido dado como algo inmutable o deberíamos preguntarnos realmente si la cosa debe cambiar. Es indudable, como dijo el historiador británico Tony Judt antes de morir, que algo va mal. Pero, ¿qué debe cambiar, qué es posible cambiar, qué estamos dispuestos a cambiar para que ese algo que conocemos como civilización occidental -ya, casi, planetaria- cambie?
La respuesta, ya lo dijo alguien, está flotando en el viento. Y más vale que hagamos algo para encontrarla porque, si no, nos va a caer un buen chaparrón encima. Una vez más, mi larga introducción sólo sirve para acabar trayéndoos un poquito más de espectáculo. ¡Pan y circo! ¡Pasen y vean!



13 de enero de 2011

Magia potagia

Una compañera de Guadalajara nos envía a un grupo de amigos este interesante vídeo que explica como, por arte de birlibirloque, la deuda privada de la especulación se convierte en deuda pública que pagamos entre todos. Para no perdérselo.

El gran casino europeo from ATTAC.TV on Vimeo.

10 de enero de 2011

Hermano Cortés

Hubo un tiempo en que creí en la Iglesia. Creo que ahora no podría hacerlo. Al menos, no en cierta Iglesia. No, desde luego, en la Iglesia Católica en la que cree su jerarquía. Sin embargo, no puedo evitar una punzada de rabia cuando la gente exhibe un anticlericalismo trasnochado, de manual de propaganda. Junto a la Iglesia-jerarquía que vemos aquí, en España, dura, inmisericorde, intransigente, nostálgica del nacional-catolicismo, hay otra Iglesia que acoge inmigrantes, que trabaja junto a prostitutas, que hace incidencia política en términos que para muchos serían sorprendentemente progresistas en países como Chad, Brasil, El Salvador... Lo sé porque yo la he visto, he escrito sobre ella, he hablado con sus responsables. Hay una Iglesia que cree que el mensaje fundamental del cristianismo es el amor. Y que cree que sus dirigentes actuales (y otros muchos a lo largo de la historia) lo han traicionado. Como hicieron en su día los fariseos.

Una vez tuve la suerte de entrevistar en Boa Vista, la capital del estado brasileño de Roraima, con Carlo Zacquini, un hermano de la Consolata que llevaba 40 años trabajando entre los indios yanomami (o yanomamo, según el antropólogo de cabecera de cada cual). A lo largo de esos 40 años había denunciado invasiones de su territorio ancestral, puesto en marcha organizaciones de defensa de sus derechos, proyectos de formación profesional y... no había bautizado a ninguno de ellos. Jugando a abogado del diablo le pregunté cual era el sentido de su presencia entre ellos para él, un religioso. Me dijo sin dudar: "Yo creo en las palabras de Jesús: `Vine para que tengan vida y vida en abundancia´".

Al igual que el hermano Carlo, si yo puedo creer en una Iglesia es en una Iglesia que se pone al servicio del hombre. Una Iglesia que cree que "el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado", como dijo Jesús. Una Iglesia dulce, que acoge, perdona, comprende. Una Iglesia que tiene derecho a decir lo que le parece mal en la sociedad (el lucro excesivo del que se aprovechan unos pocos en contra de muchos, por ejemplo), pero desde la propuesta positiva y el cariño por la gente.

Toda esta larga introducción viene al caso porque hoy visité el blog gráfico de José Luis Cortés, un humorista religioso que con sus viñetas nos habla de esa Iglesia dulce, vital, positiva, madre tan distinta de la que vemos todos los días en los periódicos condenando, descalificando. Una Iglesia que a todos (creyentes, dudantes y definitivamente no creyentes) nos vendría bien. Si un hipotético Jesús viniese hoy a la tierra, me temo que echaría a muchos obispos del templo con cajas destempladas. Ya lo hizo una vez con los fariseos.

En fin, os dejo con la última viñeta de Cortés y con el enlace a su blog, por si os interesa. A mí, sí.

http://blogs.periodistadigital.com/hermano-cortes.php

9 de enero de 2011

Jaisalmer

Dylan

Entro a un bar y suena Subterranean Homesick Blues. Mi preferida es Like a Rolling Stone, pero no me importa: Dylan es siempre Dylan. Un consejero espiritual es un consejero espiritual para siempre y está siempre ahí. Ahora mismo, un poco bebido, recurro a la escritura automática para expresar un poco lo que Dylan es y ha sido para mí. Siempre me acuerdo de lo que lei en un articulo sobre él cuando cumplía 50 o 60 años, no sé. Porque, ¿cuántos años tiene Dylan? A veces, yo juraría que es eterno, que siempre ha estado ahí, como la Biblia. La frase era de Tom Waits: "sus canciones están esculpidas en los huesos del espíritu". Entonces, me acuerdo de las flautas que hacían con huesos de muerto los incas (al menos, eso se deduce de Tintín en el Templo del Sol) y pienso que Dylan tiene algo de chamán. Algo de quien es capaz de verdad las verdades profundas ocultas bajo tantas capas de máscaras cotidianas.

Hay un tiempo de matar, y un tiempo de morir, dice el libro de los Números (creo, ¿o es el Eclesiastés? No recuerdo bien, la ginebra no me deja, tira de mi memoria hacia el fondo, hacia el lodo, hacia lo pantanoso que todos guardamos dentro. Es como estar en una nube, la ginebra). Y hay también un tiempo de escuchar a Dylan.

Dylan ha sido un demiurgo (¿qué coño significa realmente esta palabra? ¿Alguién lo sabe a ciencia cierta ahí fuera? Probablemente no, pero creo que cuadra, que queda bien) que ha sabido expresar lo que yo mismo no sabía expresar cuando me sentía un rebelde sin causa (Billy), un amante desafortunado empeñado en un amor imposible que me trataba con crueldad y desdén (Idiot wind), un vagabundo que había encontrado finalmente su puerto (Shelter from the storm) o un tipo totalmente perdido (Just like Tom Thumb´s Blues). Además, aparte de todo eso, sus canciones son cojonudas, ha hecho lo que le ha venido en gana cuando le ha venido en gana y nunca ha sentido que le debiera nada a nadie. Y, de hecho, no se lo debe. A todos nos hubiera gustado sentirnos así alguna vez, incluso muy a menudo, ¿no?

No creo que sea sólo la euforia del gintonic la que me haga expresar mi amor por ese tipo hosco, huidizo, misterioso y genial. Y si lo es, no me importa. Pero bueno, el movimiento se demuestra andando y, como he citado un buen puñado de canciones y pretendo no divagar más sobre el tío Bob (así le llaman los U2), pues sería contraproducente para mi reputación y vuestra paciencia, aquí os dejo con ellas (me refiero, por supuesto, a sus canciones). Estoy seguro de que las disfrutaréis.

Y, como dice el viejo Dylan: "no sigas a los líderes, vigila los parkímetros... no necesitas al hombre del tiempo para saber de dónde sopla el viento".







Y, como no he encontrado vídeos de todas las canciones citadas, ahí va alguna de propina:




7 de enero de 2011

Postal desde India - en el tren Jaisalmer-Delhi II

Ante la perspectiva de pasar las casi veinte horas de tren que nos esperan para trasladarnos desde Jaisalmer a Delhi, intento relajarme en la litera superior de mi compartimento, pero resulta difícil. Los vetustos ventiladores del vagón apenas consiguen disipar el torbellino de arena que entra por las ventanas desde el desierto que circunda nuestro avance y que parece tener cierta querencia a la amable curvatura del techo del vagon, del cual estoy tan cerca.
Afortunadamente, el Tar no es un desierto tan sólo de arena y dunas idílicas. La morfología de su paisaje es muy cambiante y ahora que atravesamos una región más rocosa, la situación mejora. Cesan los aportes de arena del exterior, y los ya recibidos parecen dispuestos a permanecer quietos sobre equipajes, ropas y demás elementos que conforman el entrañable paisaje de nuestro envejecido vagón, que será nuestro vagabundo hogar durante un buen puñado de horas.
Hacemos varias paradas en pequeños apeaderos atestados de gente, y el vagón se llena. En las cabinas destinadas a seis pasajeros viajan ocho, diez o hasta doce personas. La incomodidad de la situación, ha pasado a segundo plano, sin embargo. Tras la parada en la última estación, se ha sentado en nuestra cabina un hombre de gesto adusto, piel oscura y barba de muchos días acompañado de una niña. Toda la dureza del gesto de él la compensa la sonrisa de la niña. Una sonrisa de dientes blanquísimos y ojos vivaces, acuosos, grandes como para contener el mundo.
Una sonrisa provocadora que ilumina todo el universo, de repente reducido a este vagón, cuando responde a nuestras muecas, cosquillas, juegos de manos, piruetas de las marionetas que inventamos con dedos, fulares o sombreros para complacer la avidez de vida y diversión de esta princesa pobre que se ha colado en nuestras vidas.
La cabina se ha transformado en un teatro. Un teatro en el que esa niña y nosotros somos los actores y el agradecido y entregado público son la decena de indios que miran, sonrientes, nuestros juegos cómplices, hipnotizados por la sonrisa de nuestra princesa o enternecidos por el detalle de humanidad de unos extranjeros que no se refugian en las literas superiores. O, tal vez, simplemente, viajeros cansados como nosotros que se aferran a la única distracción posible en este vagón que atraviesa el desierto entre nubes de polvo y olor a gasoil en combustión.

Pasamos, después de este avance en la narración, a unos minutos musicales. Raul Seixas es un roquero brasileño injustamente desconocido en España, pero muy popular en Brasil. Os dejo con su místico tren de las siete.


Noche de Reyes

Mi amor me regala libros. Sabe que me gustan, que amo su alma de negro sobre blanco; la música extraña de sus palabras, que se transforma en imágenes y sueños. Impaciente, después de amar a mi amor, me vuelvo hacia los libros que, traídos hasta mí por ella, se han vuelto también una extensión suya. Y en los libros y en ella amo más la inaprensible esencia de la vida. Una vida que ella y los libros hacen más honda, más sentida, más densa, más sensualmente viva.

Mis padres me enseñaron a dar gratis lo que se recibe gratis. Haciendo honor a su lección de vida, quiero daros gratis algo de esa vida que ella y sus libros me dan. Algunas cosas, evidentemente, no se pueden compartir, ni tan siquiera mencionar. Otras no son tan secretas, y merecen (casi deben) ser difundidas.

Por eso, aquí os dejo algunos retazos de vida que en esta Noche (insomne y lectora) de Reyes me han regalado ella y sus libros.

Haz mucho el bien
y después tíralo al río.
Aunque los peces lo ignoren,
Dios lo sabrá.
(Amadou Hampaté Ba, en Cuentos de los sabios de África)

Numerosos viajeros espirituales,
seres a ratos perdidos, a ratos
demasiados solos o sencillamente preocupados
por sortear un obstáculo -usted y yo, a fin de cuentas-,
han pedido a los cuentos que alumbren su camino.
Y los cuentos les han proporcionado 
la luz que necesitaban...
Los cuentos son ancianos inmemoriales
y benévolos. Conocen la música
del corazón del mundo. Responden siempre
a nuestras preguntas, a poco que se lo pidamos,
con esa misma inocencia de la que están hechos.
(Henri Gougaud, Sabiduría de los cuentos: modo de empleo, poema-introducción al libro Cuentos de los sabios de África, de Amadou Hampaté Ba)

Hacer ver las cosas rodeadas del aura de su actualidad es más valioso, resulta mucho más fructífero (aunque sea indirectamente) que jugar la baza de las ideas de la educación del pueblo, en última instancia tan pequeñoburguesas.

La realidad, la existencia de las cosas es epifánica.
(Miguel Ángel Cuevas, hablando sobre Pier Paolo Pasolini y su cine en la introducción a su novela Chavales del arroyo)

Los hombres no saben estar solos, por eso forman agrupaciones absurdas.

La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan... de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados... Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto.
(Paul Valéry, citado por Zygmunt Bauman en el prólogo de Modernidad Líquida)

¡Uf! Tal vez demasiada cita literaria, ¿no?. Terminemos con una musical. Por que sí o porque no, y porque no había aparecido todavía en este blog, siendo uno de los grandes, con todos vosotros: ¡Caetano Veloso!

5 de enero de 2011

Montañas de enero

Desde hace tres años, los primeros días de enero están bloqueados para mí en el calendario. Son días para la amistad y la montaña, para respirar más fuerte y más hondo en medio de la naturaleza. Para sentirse más animalmente vivo cuando percibes tus músculos tensos en la subida y en la bajada. Días luminosos de sudor, risas y buena comida en medio de paisajes que a los urbanitas nos parecen de ensueño. Días de reencuentro con lo básico, con lo esencial. Días de humanidad.