26 de junio de 2011

Amigos que regalan libros

Hay amigos que te regalan libros. Algunos lo hacen como rutina, otros para devolver favores o acallar viejos rencores. Siempre me gusta que me regalen un libro. Sobre todo cuando con él la otra persona te entrega además un puñado de buenos deseos y una parte de su espíritu en forma de amistad. Tengo la suerte de que muchos de los libros que me regalan cumplen estos últimos requisitos. Para compartir a mi vez esos regalos traigo aquí alguno de esos libros.
Niños en su cumpleaños es un delicioso cuento de Truman Capote (gracias, Concha). Una breve y  profunda historia de amor y amistad ambientada en el sur de los Estados Unidos que en apenas 60 páginas crea un universo perfecto en torno a la enigmática figura de Miss Bobbit, una niña de diez años de edad que revoluciona la vida de todos los habitantes de un pequeño villorrio. Sobre todo, la de Billy Bob. Capote habla del amor que siente B.B. por ella y describe en una magistral frase el temor de hallarse al descubierto que supone estar enamorado:

"Ella era su parte extraña: el árbol de nogal, el gusto por los libros, querer a alguien lo suficiente para dejarse lastimar, las cosas que tenía miedo de mostrar a los demás"

El caso de Perros en la playa, el último libro de Jordi Doce, es distinto. Lo es porque estamos hablando de un doble regalo. Jordi me ha regalado su libro físicamente, pero ha hecho un regalo previo, más generoso y amplio, que es escribir este compendio de aforismos y diversas otras piezas de escritura fragmentaria que incluyen poemas, pequeñas narraciones, pensamientos negros, blancos, puros e impuros de un hombre corriente expresados en un lenguaje delicado, tallado con el esmero de un maestro ebanista que ama profundamente su trabajo. El libro de Jordi ha sido amplia y merecidamente reseñado. Se han destacado fragmentos, se ha hablado de su forma y de su fondo. Yo sólo quiero traer aquí una experiencia personalísima. Una iluminación profana que me provocó el libro de Jordi. Mi caída del caballo no tuvo lugar camino de Damasco, sino en el metro. Concretamente, en la estación de Ópera, en mi cotidiana ascensión de la línea de Ramal a la línea 2. Abrí el libro por su última hoja y allí me deslumbraron los últimos versos del poema que da por concluido el libro:

"Aquí dentro la vida insiste una vez más
y la sangre se mueve, no sabe estarse quieta,
no sabe estar. Circula,
y es unos pies que bailan en la arena,
el brillo de la arena bajo el sol.
Algo debe ceder en ti para que seas".

De repente, sentí que alguien comprendía, porque había vivido experiencias similares a las mías, mi existencia. Y eso hizo comprensibles, porque además ahora las podía expresar, muchas cosas vividas desde muchos años atrás. Y muchas cosas vividas también en este instante tan rico de mi vida. La lectura del poema fue todo eso y mucho más: una lección de filosofía, una edición resumida de miles de libros de autoayuda convergiendo hacia mí en un rayo de luz cegador. Un enorme regalo que iluminó todo el día. 

Para seguir con el tono sentimental, algunas canciones de amor y un poema desesperado:

"Y todos mis amigos están profundamente dormidos
en lugares elevados y de empinado acceso
sus cuerpos desgarrados en cruces
que sus visiones pretendían saltar 
Y entre sueño y sueño odian
la compañía que otorgan"




2 comentarios:

Jordi Doce dijo...

Mil gracias, caro... No sabes cuánto te agradezco tus palabras, y sobre todo que me tranquilices en relación con ese poema, que tanto trabajo me dio.

Me pido George Harrison para que tú puedas hacer de Dylan. ¿Hace? Nos vemos en el curro, amic. Abrazote, J12

cortescarrasbal dijo...

Por supuesto que te dejo el papel de George, beatlemaníaco. Además, mi voz siempre ha sido más nasal que la tuya.
Un abrazo.