13 de abril de 2012

La alegría cuesta (llegó la hora)

Hay que matar silencios. Llegó la hora de jugar las cartas. Y de jugar  a ganar.
Es hora de hacer caso omiso de los signos de interrogación y bañarse en la corriente de la vida, de huir de las cejas enarcadas y de los recelos. De dejar atrás las sombras. Sin prisas. Los caminos que merecen la pena se recorren despacio. Sobre todo, si son los senderos de un laberinto.
Hay que cambiar de rumbo. Despacio, girando poco a poco el timón para que la caña no se rompa.
Es hora de llorar sin dejar de buscar la risa. De hacer crecer los rosales. De cuidar la nueva casa. De hacer la compra solo. De saber disfrutar de las sorpresas que te iluminan el día y de no echar de menos los botes salvavidas.
Es hora de soledades sin pena. De insomnios sin ansiedad. De silencios sin angustia.
Pese a todo, pese a uno mismo, pese al futuro (o tal vez por el futuro), hay que dejar de estar "pensativo, febril, pálido y grave". Hay que buscar los amigos (los nuevos y los viejos), hay que buscar horizontes. Hay que hacer planes, a sabiendas de que los planes pueden salir mal (aunque me encanta que los planes salgan bien).  Hay que dejar que el viento idiota sople, pero también hay que buscar nuevas canciones.
No podemos volver al tiempo en que nacimos.
Ahora, la plaza de Olavide es el corazón del mundo. Y late con fuerza en los sábado soleados, en los atardeceres de nubes dramáticas y en las noches que preludian la llegada definitiva de la primavera.
Lo que me rodea está lleno de belleza cotidiana y de pavor. A veces, las calles asustan cuando se patean en soledad. Pero otras, de repente, parecen arder y un rincón te ofrece la eternidad por un instante.
Los vagabundos duermen bajo cartones en la glorieta de Quevedo bajo un cartel que dice "Salida de emergencia". Yo tengo una familia llena de promesas e incluso la luz quebradiza que alberga sabe sonreír con serenidad. Es tan fácil hacerla feliz con un beso de buenas noches.
Tengo miedo. Es hora de tener miedo. Todos lo tenemos. Pero es hora de no quedarse en el miedo.
Es hora de sudar. Hay que sudar. Porque la alegría cuesta. Y voy a sudar a cántaros. 

Os dejo con algunas canciones tristes y otras más alegres. Todas están llenas de vida. Al final, también, una declaración de principios.







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