5 de mayo de 2013

Volver a ¿casa?

El pasado fin de semana estuve en España. Era la primera vez que volvía a mi país después de mudarme a Londres para trabajar para Amnistía Internacional (ya sé que los que seguís este blog sabéis por qué estoy aquí, pero voy a hacerle un poco de publicidad a mi organización, que al fin y al cabo lucha por defender los derechos humanos). Fue un gran fin de semana, con boda y cumpleaños incluidos. Una oportunidad de comprobar que los afectos siguen intactos, que los amigos siguen siéndolo y que realmente existen, están allí y son algo más que mensajes enviados codificados en el código binario de la informática. No es que dudase de que fuera así, pero la fe crece cuando se ven los milagros.
La visita dejó en mi varias impresiones profundas. La primera fue la impresión de un país paralizado y triste. Cuando llegué a Barajas y salí de la zona de recogida de equipajes a las salas del aeropuerto sentí que el tiempo se había detenido. Como en esas películas en las que el protagonista puede parar el tiempo y sigue avanzando en medio de una multitud congelada. Además, hacía un día nublado y frío, más propio de Londres que de Madrid y se me ocurrió pensar que, maldita sea, Merkel se había llevado hasta el buen tiempo para hacernos pagar  por nuestro pecado de haber vivido por encima de nuestras posibilidades.
Me dije que sería algo puntual, pero, cuando salí de la boca del metro en Alonso Martínez, en el centro de Madrid, tuve la misma impresión. Menos gente que de costumbre en las calles del centro de la ciudad, y más triste. Puede ser que estuviese sugestionado, predispuesto a verlo así. No lo voy a negar, pero así lo viví y así lo cuento.
La segunda impresión profunda fue la alegría de volver a ver a Ángel, un colega al que quiero como un hermano, sentado en una de las mesas de El Bierzo, una casa de comidas en el centro de Madrid que desde que me la descubrieron unos ex compañeros de curro del Círculo de Bellas Artes (sí, sí, la publicidad continúa) se ha convertido en un lugar de culto para mí. Nada especial. Decoración años duros del franquismo, camareros veteranos con sorna veterana y seca amabilidad castellana y comida casera pero profundamente honesta, como gustan de decir los ingleses. Pero uno de esos lugares que, por la razón que sea, se quedan en tu vida como algo más que un sitio por el que pasaste una vez. La alegría de ver a Ángel era la alegría de volver a estar en casa. De pisar el territorio de los afectos profundos que había abandonado hacía un par de meses.
Esos afectos no faltaron a lo largo de los siguientes días. El fin de semana fue todo un baño en el aceite y el perfume de viejas amistades renovadas. Un baño sanador. Familia, viejos amigos de Guadalajara y de Madrid. Los viejos compañeros del tiempo del instituto reunidos para celebrar la felicidad de Garri. La extensa pandilla de Guadalajara reunida alegremente para celebrar los cumpleaños de Ángel y Susana, con la sorpresa de la llegada de Miguel, un gallego que vive en Toledo y, en el fondo, en su propio mundo de música y cine.
Tantas emociones se acumularon el domingo a la hora de despedirme de mi sobrino, al que quiero con toda mi alma porque, entre otras muchas cosas -todo el mundo lo dice y yo no lo niego, todo lo contrario- se parece mucho a mí. Física y -hasta el momento- psicológicamente. Es un tipo brillante (ejem) pero enormemente despistado. Curioso para lo que quiere y renuente a que le marquen la línea a seguir, testarudo, vacileta y predispuesto a creerse más listo que los demás.
En fin, que me voy por las ramas. Darle el beso de buenas noches el domingo, después de improvisar una accidentada historia de Londres, interrumpido constantemente por sus preguntas me costó un segundo ataque de tentativa de llanto, que reprimí porque todo el mundo sabe que los hombres no lloran.
Al día siguiente, todavía atontado por un madrugón Ryanair (sí, el servicio es una mierda, pero pocos pueden competir con sus precios), llegué a un Londres que me recibió con sol. Tal vez fue esa la razón por la que me pregunté si era en ese momento que estaba volviendo a casa, después de un fin de semana de lluvia y frío en España. Tal vez no. Tal vez es que esta ciudad empieza a ser un poco mi ciudad, mi casa. El caso es que la confusión de sentimientos me sorprendió gratamente. Pensé que iba a ser duro volver al exilio después de un fin de semana de interrupción. Y no ha sido para tanto.
Eso sí, el interrogante queda planteado. La próxima vez que vaya a España, ¿estaré yendo a o saliendo de casa? La próxima vez que regrese a Londres, ¿estaré volviendo de o regresando a casa? A lo mejor es más simple que todo eso. A lo mejor estoy simplemente viajando de mi primera a mi segunda casa. Espero que el orden de factores no afecte el producto, porque ahora mismo me cuesta poner un uno y un dos.
En cualquier caso, les dejo con un par de canciones sobre casas y hogares.


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