17 de marzo de 2011

Generaciones

La lectura de Culturas/s, el suplemento cultural de La Vanguardia, me regala una frase del ahora más imprescindible que nunca Albert Camus: "Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea acaso se más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga".
Albert Camus hablaba en el contexto de un mundo destrozado por la Segunda Guerra Mundial. Salvando las distancias, tal vez hoy la situación sea igual de dramática. Vivimos una crisis económica terrible. Pero, más allá de lo que esta crisis tenga de coyuntural, esta crisis revela que nuestra forma de vida actual, sobre todo nuestra organización económica, es insostenible e inviable a largo plazo. La prosperidad que hemos vivido, con leves interrupciones, desde el fin de la segunda Gran Guerra hasta ahora, además de que estaba sostenida sobre la miseria de centenares de miles de personas en los países del Sur, no nos ha conducido en el Norte a un mundo más justo. No ha hecho nuestras vidas más ricas. No nos ha hecho más felices.
Las máscaras han caído y el carnaval ha terminado. Pensamos que nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Y, todavía más grave, la historia -nuestra historia- nos parece un callejón sin salida absurdo. También era así en tiempos de Camus. En aquel entonces, gente como él se rebeló contra esa sensación de impotencia y proclamó que, incluso en medio de un horrible sinsentido, de un mundo aparentemente absurdo, un hombre tenía que hacer lo que tenía que hacer. ¿Encontraremos en esta generación un coraje parecido? ¿Sabremos qué hacer en estos tiempos de desolación moral? Ojalá que sí. Ojalá que sepamos encontrar la manera de que este mundo no se deshaga.

Señoras y señores: ¡The Who!

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