20 de abril de 2011

Buenas y malas noticias en torno a dos premios

Os dejo antes de irme a la playita para santificar con descanso estos días de Semana Santa un artículo, recientemente aparecido en el anuario de la Asociación de la Prensa de Guadalajara, que contiene algunas reflexiones sobre la dichosa y penosa profesión de periodista. Es un poco densito para un post pero, bueno, ahí va:

En 2009 tuve la suerte de que Vida Nueva, una revista religiosa de la que fui redactor y con la que colaboro de tanto en tanto, me encargase un artículo sobre el 20 aniversario de la matanza de la Universidad Centroamericana (UCA) José Simeón Cañas. Allí, el 16 de noviembre de 1989, fueron asesinados, a manos de tropas de élite salvadoreñas, los jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López, junto con su empleada doméstica, Julia Elba Ramos, y la hija de ésta, Celina Ramos. Los hechos sucedieron en medio de una gran ofensiva de la guerrilla salvadoreña contra San Salvador, la capital del país y en el marco de un cruel conflicto armado que se cobró la vida de unas 75.000 personas entre 1980 y 1991. Quedé satisfecho del resultado y lo presenté a varios premios. Los miembros del jurado del Premio Internacional a la Excelencia en el Periodismo de la Unión Católica Internacional de Prensa (UCIP) y del V Memorial de Periodismo Solidario Joan Gomis estuvieron de acuerdo conmigo en que era un trabajo bien hecho y me concedieron sendos premios que recogí en la segunda mitad de 2010. 


A raíz de estos galardones, una compañera periodista me entrevistó para un periódico de Guadalajara. La primera pregunta fue si este premio era una buena noticia. Le dije, evidentemente, que sí. Alrededor de estos premios hay, lo creo firmemente, muchas buenas noticias. Una es, por supuesto, el premio en sí. Otra, la existencia de unas personas como los jesuitas, que dedicaron toda su vida a, como decía el más representativo de todos ellos, Ignacio Ellacuría, “bajar de la cruz a los crucificados”. Una tercera, sobre la que me gustaría detenerme, es que haya revistas que le den espacio a este tipo de historias.

La mayor parte de mi carrera ha estado ligada a publicaciones del ámbito socio-religioso, como redactor o como colaborador. Tanto en Vida Nueva, como en Reinado Social (ahora 21) o en Mundo Negro he encontrado acogida a historias que no suelen aparecer en los medios generalistas. Historias ligadas a comunidades humanas que luchan por su dignidad y sus derechos, a ONGs que ponen en marcha proyectos de desarrollo, a personas que se comprometen en el intento de construir un mundo más justo. Historias también de cómo los intereses económicos y geopolíticos trituran la vida de miles de personas. (Esto de triturar proviene de una expresión de Karl Polanyi, una de las figuras clave de la antropología económica, que hablaba del molino satánico para referirse al sistema capitalista. Aunque en este país de ex nuevos ricos hayamos tardado en darnos cuenta de esto, es algo de lo que cada día, tristemente, tenemos más abrumadoras evidencias).

En Mundo Negro, por ejemplo, hablamos ya hace diez años de la seriedad de la situación en la  República Democrática del Congo. Durante los últimos 14 años, en este país han muerto más de cuatro millones de personas a causa de distintos conflictos armados cuya causa es la lucha por los ingentes recursos naturales del este del país. El más preciado de todos ellos, el coltan, es un mineral indispensable para la fabricación de teléfonos móviles. Extraído en condiciones infrahumanas en minas clandestinas del este del Congo, era trasladado a la capital de Ruanda (y, en menor medida, a las de Burundi y Uganda) antes de terminar su periplo en Occidente. Por supuesto, con el conocimiento, la complicidad o la incitación de compañías occidentales. 


Nadie más hablaba de todo ello. Centenares de miles de muertos no eran noticia para nuestros compañeros de los medios generalistas. Sólo en los últimos años, y en espacios más bien de segundo orden, la noticia ha comenzado a ser reconocida.

El silencio en torno a estos y otros hechos similares no es casual. No es fruto de la mala suerte o de la falta de atención de un par de becarios que ese fin de semana estaban a cargo del teletipo en el periódico. Es un silencio interesado en el que influyen muchos factores. En el caso de Congo –y de África en general– habría que señalar el deseo de que siga siendo un corazón de las tinieblas insondable. Así, bajo el telón de fondo de una brutalidad que se da por supuesta, las grandes multinacionales de Occidente –y, últimamente, chinas– o sus secuaces pueden explotar impunemente los recursos económicos de un continente inmensamente rico, relegado a la pobreza por razones que tienen mucho que ver con el resultadismo de los balances financieros de muy honorables compañías y bancos occidentales.

Razones semejantes valen para otras geografías. ¿Qué se publica en España de la lucha de los indios mapuches contra las inversiones de importantes compañías eléctricas españolas en Chile? ¿Y de la más que probada relación de importantes petroleras de nuestro país con fuerzas paramilitares culpables de extensas violaciones de los derechos humanos en Colombia?

Sin irnos a tales extremos y sin salir de España, es raro encontrar en la prensa noticias sobre los grupos de voluntarios de Pastoral Penitenciaria; sobre organizaciones como BASIDA, que acoge a enfermos terminales de sida, o cooperativas de autoconsumo que se organizan para comprar productos ecológicos directamente a los agricultores. ¿Saben ustedes algo de Triodos Bank, un banco ético que financia proyectos de agricultura ecológica, destina parte de sus beneficios a ONGs y no invierte ni en economía especulativa ni en acciones de compañías armamentísticas o perjudiciales para el medio ambiente? Estoy convencido de que la mayoría de ustedes ni lo han oído nombrar. No es culpa suya.

Este silencio no es inocente. Es un silencio servil, dictado tal vez por una mano invisible (¿quizás la misma que rige eso que se llama el mercado?), pero real. Un silencio sobre todo lo que pueda dañar la imagen del sistema económico o hacer entrever que existen alternativas a él. Conviene no olvidar que en un país como España, en el que no existe la censura político-judicial, sigue existiendo la censura económica para los periodistas. (¿Han oído ustedes alguna vez una noticia sobre un conflicto laboral en los medios de comunicación, o en El Corte Inglés, uno de los principales anunciantes de este país?). La precariedad en la que vivimos los que ejercemos esta profesión colabora a ella muy fructíferamente.

Frente a esta penosa realidad (y retomo mi argumento principal), es una buena noticia que haya revistas como Vida Nueva que publican historias de dignidad y de lucha por la justicia, de búsqueda de modelos de organización social alternativa al capitalismo consumista en que andamos enfangados. Sólo hay una manera de que noticias buenas como ésta aumenten: demandándolas. Aunque no es fácil salirse de la corriente principal y generalista de información (como dice Ignacio Ramonet, director durante muchos años de Le Monde diplomatique, “estar informado cuesta”), es un esfuerzo que tenemos que hacer si alguna vez queremos tener herramientas adecuadas para hacernos una idea de otras sociedades posibles. En caso contrario: ajústense los cinturones y prepárense para aguantar mecha: el molino satánico está funcionando a toda máquina.

En fin, para aligerar un poco la tensión y seguir santificando estos días, os dejo con Van Morrison y su particular visión de la Gloria. También hay un apartado musical para los creyentes de otras religiones. Los seguidores de Mammon y el capitalismo de casino seguramente se sentirán identificados con el Viva las Vegas del Rey. En este blog somos rigurosamente respetuosos con todos (o lo intentamos, al menos)


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