10 de octubre de 2011

Postal desde Italia - Tarde en Venecia


¿Te acuerdas, princesa, de aquella tarde? Ganamos todo el tiempo que perdimos sentados en el muelle de la aduana. Enfrente de nosotros, el Campanile y la fachada en obras del palacio de los dogos. Un poco más a la derecha, la isla de San Giorgio. Alguna gaviota y turistas japoneses y brasileños nos distraían de vez en cuando del lánguido atardecer y del amor. Y la tarde fue cayendo, como un manto de paz sobre el agua que parecía el latido de la tierra contra el pecho de su amante la piedra milenaria que es un sueño de locura en Venecia, esa ciudad imposible.


Éramos locos en una ciudad de sueños, repletas de fantasmas de las tres religiones del libro. Los espectros de los comerciantes turcos nos contemplaban con envidia desde sus navíos hundidos mucho tiempo atrás por indecibles tormentas que los sorprendieron más allá del Lido. Ellos fueron ricos y vivieron vestidos entre ricos tejidos. Pero nosotros estábamos vivos.


Hugo Pratt, acompañado por Corto Maltés y el Barón Corvo brindaron por los dulces enamorados en una vieja taberna del Dorsoduro, en la que nos los habíamos cruzado, sin advertir su presencia, aquella tarde. Nosotros vimos sus sombras, pero las confundimos con las de unas gaviotas. Ellos, sin embargo, repararon en la blancura de tu vestido que aunque amplio transparentaba la belleza de tus formas.


El viejo rabino Melquisedec, que nadie sabe todavía como pudo escapar a la Shoá, se mesó su larga barba totalmente canosa y empezó a consultar los viejos libros de la Ley, incapaz de decidir por sí mismo si tanta felicidad era pecado. Pero tuvo que desistir enseguida, pues se quedó prendado de la dulzura de tu risa.


Todos los turistas se habían ido ya cuando la noche terminó de despertar a los fantasmas y Venecia no era Venecia, sino tan sólo un juego de luces y sombras espectrales. Entonces conocimos con certeza que la verdad que hasta ese momento tan sólo habíamos intuido era cierta: Venecia no existe. Es tan sólo una alucinación colectiva, un espejismo que surge en medio de una laguna de aguas pantanosas, un fuego fatuo hecho del fósforo que despiden los huesos de los muertos que la historia arrojó en un rincón perdido del Mar Mediterráneo. Muertos inesperados que no se resignan a dejar de soñar con la vida, aunque tenga que ser a través de otros.



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