18 de marzo de 2013

La gente / tu gente (distancia física/distancia emocional)

Ayer salí a una fiesta. Era una fiesta en un club de Londres, en la City, justo detrás de la catedral de San Pablo. En casi un mes que llevo en esta ciudad no había pasado por esa zona y me alegré. La catedral, iluminada, lucía espectacular en medio de la noche desapacible de este largo invierno londinense. El club estaba bien. Había bastante buen ambiente y la música, para aquellos a los que además del rock and roll nos gustan los sonidos de otras latitudes, no estaba mal. Estaba bien acompañado. Tres simpáticas compañeras de trabajo que tuvieron la amabilidad de hacerme partícipe de su convocatoria y una amiga de una de ellas. Conversamos -evidentemente, buena parte del tiempo sobre el curro; la otra sobre cómo se sentía un recién llegado como yo- y, cuando la cosa se fue animando, estuvimos bailando un buen rato. En suma, una noche nada loca pero bastante agradable. Nada puedo reprocharles a Tamaryn, Cote y Jose. Sin embargo, experimenté un cierto sentimiento de pérdida (por favor, chicas, si por casualidad leen esto no dejen de invitarme la próxima vez, no se ofendan). No estaba con mi gente. Espero que dentro de unos meses a algunas de ellas y de otros y otras compañeros de trabajo los pueda llamar amigos. Ahora, todavía no lo son. 
Esta mañana estuve hablando con Marta, una amiga de mi ciudad natal, Guadalajara. Yo le contaba del paisaje invernal de árboles y humo de chimeneas que se ve desde la ventana del salón y ella me contaba de la enorme extensión de sabana que se ve desde la Casa do Gaiato (algo así como el orfanato) de Massaca, un lugar perdido en la montaña, en algún lugar entre Maputo, la capital de Mozambique, y la frontera de Suráfrica. Ella está allí haciendo trabajo voluntario por cuatro meses. Da clases de teatro, cuenta cuentos, apoya a algunos de los chavales con sus estudios... Es una artista y va a hacer que esos chavales valoren el arte, estoy seguro de ello. Estábamos a miles de kilómetros y, sin embargo, estábamos muy cerca. Ella sí es mi gente.
También lo es Yolanda que, recién levantada, se veía preciosamente pixelada en la pantalla del ordenador. Y mi hermano de sangre Miguel, con quien hablaba ayer por skype, siempre despeinado. Y su chica María. Y Maco, Jorge y Javi, con los que sólo pude chatear por whastaap y facebook. Y Ángel, otro hermano que hoy me contaba a través de los milagros de las comunicaciones que está descansando unos días en Suances.
Por supuesto, también es mi gente mi madre, cuya temblorosa voz en el teléfono siempre me enternece. Y mis sobrinos sacándome la lengua y mi hermana y mi cuñado con cara de ejecutar un laborioso plan al otro lado de los bits mientras buscábamos entre los dos un hotel para su inminente visita a la ex capital del Imperio.
Los exilios de cualquier tipo sirven cuanto menos para demostrar definitivamente que la distancias emocionales y físicas no se corresponden.


(La canción es de Dylan, aunque la cante -extraordinariamente bien, por otra parte- la poco apreciada Miley Cirus)

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