10 de marzo de 2013

Las primeras veces

Llegar a un país nuevo supone enfrentarse a nuevas cosas. Obvio. Estos primeros días en Londres han estado llenos de ellas.
Ayer, por ejemplo, hice mi primera compra de equipamiento casero por Internet. Hace poco menos de una semana que me trasladé a una casa en el barrio de Highbury, en el norte de Londres, a unos 20 minutos de autobús del Secretariado Internacional de Amnistía Internacional (sí, ya sé que resulta cacofónico), en donde trabajo. Es una casa situada al lado de Clissold Park, uno de los numerosos espacios verdes de la ciudad, que comparto con una chica turca llamada Tulay. No la conozco de nada, pero el día en que vine a ver la habitación que ofrecía para compartir nos caímos bien. La casa me gustó y compañeros de trabajo me dijeron que la relación situación-precio era buena, así que me dije que por qué no probar a hacer de este mi primer hogar londinense y, hasta el momento, la casa va bien.
Como siempre, me despisto. En fin, el caso es que en una nueva casa (creedme que de esto sé un rato), por muy temporal que sea, se necesitan cosas. De momento, no muchas. Unas perchas, unas sábanas, unas toallas... En Londres, una manera muy popular de adquirir ese menaje básico es a través de Argos, una especie de Ikea más popular. La gente va a la tienda, se mira el pedazo de catálogo que tienen (casi 2.000 páginas y no tan glamouroso como el de Ikea, más bien al estilo del siempre añorado Discoplay), hace un pedido y a la hora y media se lo sirven. O, para adelantar tiempo, hace el pedido por Internet y va allí a recogerlo. Tan aséptico como práctico. Así que aquí tengo mis toallas casi trasparentes, mis perchas, mis sábanas y mis almohadas. Todo por el módico precio de unas 25 libras (unos 30 pavos). Nada de lo que presumir ante las visitas, claro. Pero sí unas cuantas cosas útiles para seguir adelante.
Hace más días que compré la Oyster, la tarjeta que te sirve para que el transporte público te cueste la mitad (y que no deja de hacer que moverse por Londres siga siendo caro, aunque tal y cómo se ha puesto la cosa en Madrid, la diferencia se ha acortado mucho). También me hice con un número de móvil inglés y, como siempre, tuve que navegar entre la variedad de compañías y ofertas hasta dar con la que me convenía. Esto del móvil es sin embargo más barato. Por 10 libras puedes tener un plan pay-as-you-go que te cubre todas las necesidades básicas. O puede ser que no tenga tanta gente a la que llamar en esta ciudad. A lo mejor va a ser eso.
He probado también en un par de ocasiones los fabulosos taxis Rolls Royce y en más ocasiones algo de la increíble variedad de cervezas que ofrece la ciudad. Hoy estuve comiendo, también por primera vez, con un amigo hispano-argentino en un pub japonés, el Akari. Básicamente, el típico pub inglés con su maderita, su aire antiguo, su luz amortiguada pero con sus cocineros nipones (o asiáticos, al menos), su sushi, su sachimi, su tempura y... su cerveza japonesa.
Ésa es otra cosa de la que hablaré otro día: la increíble diversidad de Londres. Sí, ya sé que en Lavapiés también hay diversidad. Pero no como aquí, creedme. Y bien, es cierto que tampoco estoy descubriendo América con esto. Pero este blog es para hablar de lo que me da la gana.
Hablando de lo que me da la gana, hoy me golpeó fuerte una canción de Vetusta Morla. Habla de sitios a los que llegar y de los que irse, de huidas, aeropuertos y espejos. Y dice: "nunca se sabe dónde puedes terminar... o empezar". Yo sé que estoy empezando, pero posiblemente este comienzo sea también un final. No, no penséis mal. Simplemente es que con mi amigo hispano-argentino estuvimos hablando de cómo duele, incluso en la distancia, nuestro país. Y uno se pregunta si alguna vez será posible volver a él.
En fin, ellos lo cantan mucho mejor que yo:


Pero no he terminado. Me he dado cuenta del decisivo toque de melancolía que al final impregna este post. Y no me parece justo. Ni con cómo Londres me está tratando ni con cómo me siento yo. Así que, volviendo al tema de las primeras veces, el viernes estuve por primera vez en el increíble centro cultural del South Banks, al lado del puente de Waterloo. Una compañera de trabajo me sugirió ir a un concierto de Fatoumata Diawara y de la increíble Angelique Kidjo, una de las divas de la música africana y yo acepté. En el transcurso del concierto, Angelique Kidjo dijo que la vida siempre hay que celebrarla. Y, coherente con su discurso, se marcó una memorable versión del Pata-Pata, canción que otra diva de la música africana, Miriam Makeba (una mujer increíble que murió en el escenario), hizo inmortal hace ya muchos años.
Ahí va. Para celebrar.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jota, has hecho en dos semanas mas cosas que otros en años :-)

Un abrazo para tu desplaza miento

cortescarrasbal dijo...

Espero que en algún momento puedas desplaza rte y hagamos algunas cosas juntos por aquí, querido.
Hasta entonces, quédate con este gran abrazo

Toño dijo...

Londres es un buen lugar para empezar o para terminar de empezar o para lo que sea.

un abrazo

Jósean