27 de diciembre de 2011

Fantasmas

No me gustan las películas de terror. Ni las series, tan de moda ahora. Cada vez que me siento a escribir frente a la ventana recuerdo (a menudo con un escalofrío) la escena de El misterio de Salem´s Lot en la que dos niños vampiro llamaban a través de la ventana a un niño humano protegido por el cristal para atraerle al lado oscuro. De hecho, no busco un enlace a la serie, basada en un libro de Stephen King, porque al hacerlo hace un minuto saltó una escena en Youtube y todavía estoy sobrecogido. Si sigo escribiendo es (como casi siempre, por otra parte) para exorcizar esos temores y temblores.
Mi yo inconsciente sigue siendo un niño miedoso que pasaba noches de insomnio acechando la oscuridad en busca de indicios de presencias sobrenaturales. No siempre, no penséis que era un neurótico perdido desde la infancia. He ido mejorando la técnica desde entonces.
Mi yo consciente, sin embargo, me dice que no son esos los temores a los que hay que temer. Esos miedos nos atenazan momentáneamente. A veces, hasta nos causan un secreto placer (no a mí, pero sí a mi chica, por ejemplo, que disfruta viendo American Horror Story -renuncio esta vez a buscar siquiera el enlace).
Los terrores y horrores más ominosos están en lo cotidiano. En el miedo al futuro, a la crisis, al jefe, a quedarse sin empleo. En el miedo (tan extendido en nuestra sociedad de ahora) a crecer, envejecer, asumir compromisos, ganar densidad y peso. Algo que, evidentemente, sólo se puede conseguir a fuerza de deshacernos de vaguedades, lugares comunes, ligereza. Mirando a la vida (y, por tanto, a la muerte, cara a cara).
Siempre que tengo miedo a algo (del más acá o del más allá) me repito la frase de Franklin Delano Roosvelt -ahora sí que me atrevo a buscar el enlace-, aquel presidente de los Estados Unidos que sacó a su país de la Gran Depresión y lo metió de cabeza en la Segunda Guerra Mundial: "sólo debemos de tenerle miedo al miedo". A veces, hasta me convenzo y espanto mis temores.
En fin, dejemos atrás fantasmas y agobios y pensemos que hoy puede ser un gran día. ¿No te parece, princesa?


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