21 de enero de 2011

Postal desde Ecuador - Un coche-péndulo en Quito II

El caso de los 11 del Putumayo era, como decía en el anterior post, una triste muestra de lo duras que eran las cosas en Sucumbíos. La provincia lindaba con Colombia, con una zona en la que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) eran especialmente activas. Meses antes de mi llegada, un grupo de guerrilleros había emboscado a una patrulla de militares y policías ecuatorianos en el río Putumayo, matando a 13 de ellos.
Airados, los milicos ecuatorianos irrumpierron en varios poblados de colonos colombianos en territorio de Ecuador a sangre y fuego, tiroteando, golpeando y amenazando. Tras implantar un súbito e intenso terror, se llevaron a 11 de ellos a una base militar, acusándoles de ser los responsables de la muerte de sus compañeros. Varios días de totrura les arrancaron la confesión de su pertenencia a las FARC y su culpabilidad en el asesinato de los militares y policías ecuatorianos.
La diócesis de Sucumbíos asumió la defensa de los pobres campesinos colombianos y se involucró en la denuncia de su caso y en la petición de su liberación mediante movilizaciones populares y acciones judiciales llevadas a cabo por su oficina de derechos humanos con el apoyo de algunos abogados concienciados de Quito, uno de los cuales era Ramiro.
Un tipo curioso, Ramiro. Hijo de la alta burguesía quiteña, en vez de seguir los dictados familiares había decidido hacer suya la defensa de causas casi imposibles. Años más tarde, lo reencontré en España y, todavía algunos años después, lo reencontré de nuevo en Ecuador. Había pasado varios años en Guatemala, trabajando para la ONU en la investigación de los crímenes de guerra cometidos en ese país durante la guerra civil y en la puesta en marcha de un sistema judicial independiente. Cuando lo conocí en Lago Agrio, viajaba siempre con Chucho, un perrito (¿o era un oso? la memoria me falla en este punto) de peluche con el que mantenía largas conversaciones en las que implicaba a todos los presentes. Decía que no podría dormir sin él.
Valiente y frágil al mismo tiempo, Ramiro era puro nevio. Verborreico, no dejaba de gastar bromas, incluso en momentos supuestamente solemnes. La noche en que me lo presentaron, habíamos salido a tomar una cerveza. A mí me entró hambre y decidí comerme un arroz con cuy (un inmeso roedor amazónico que está considerado un verdadero manjar en Ecuador). El tipo no dejó de repetirme, hasta que terminé mi plato, que me estaba comiendo una rata y que me debería dar asco y vergüenza hacerlo.
Algunas semanas después de este primer encuentro, volvimos a reunirnos en Quito, también para cenar, pero en unas circunstancias bien distintas. Era un día de celebraciones. Los cuatro últimos campesinos que permanecían presos de los implicados en el caso de los 11 del Putumayo habían sido liberados ese día por la mañana. Era tiempo de celebraciones.

(En fin, como la introducción está siendo prolija, hago una pausa aquí para que disfrutéis de algó más de música ecuatoriana. ¡Viva la cumbia!)

1 comentario:

Diego dijo...

leer la entrada al ritmo de maruja tu tienes que comprender! es un placer!