19 de enero de 2011

La respuesta está flotando en el viento

En los años treinta, en medio de una de las peores crisis que ha vivido nuestra civilización, el pensador alemán Walter Benjamin escribía un ensayo que para muchos ha sido revelador La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. No es que yo lo se lo vaya a descubrir a nadie, pero sí que confieso que yo lo acabo de descubrir. Lo terminé de leer ayer, y sus últimas frases me parecieron reveladoras. Benjamin hacía una disección estupenda del fascismo que, en lo básico, se puede resumir en dos frases: 1) El fascismo supone una estetización de la política que, inevitablemente, conduce a la guerra. 2) El fascismo crea las condiciones para que las masas se expresen, pero no cambia el orden fundamental de las cosas, el orden de la propiedad. Frente a ello, el comunismo responde con: 1) La politización del arte; 2) El cambio de las relaciones de propiedad.
Sin duda, en esta época postideológica y desencantada, fascismo y comunismo son palabras que nos dicen poco. "Fascista" ha quedado como un adjetivo fácil y gratuito para conversaciones de bar. "Comunista"... En fin, quién demonios sabe para que ha quedado esa palabra. Sin embargo, las palabras de Benjamin me hicieron pensar por un momento en las nuevas alienaciones que realmente existen. Si el fascismo supone una estetización de la política que conduce a la guerra, sin lugar a dudas el consumismo produce una estetización del consumo (sé que la frase queda poco elegante, pero pasada la media noche uno no está para filigranas)  que no sabemos muy bien conduce (apunto algunas hipotesis: el desastre ecológico, la injusticia planetaria, el fin de la ciudadanía, la ruptura de la convivencia). Además, al igual que el fascismo, el consumismo permite que la masa se exprese (una la masa reconvertida a una especie de masa-individuo, en la que cada uno se crea una personalidad eligiendo entre los númerosos artículos que el mercado audiovisual, publicitario y mediático nos ofrece para hipotéticamente singularizarnos). Haciéndonos freaks -una figura muy valorada hoy en día- de alguna de las marcas más o menos alternativas que el mercado pone a nuestra disposición -desde literatos a cineastas pasando por presuntas divas del pop- creemos definir nuesta personalidad, expresarnos. Eso nos hace creer que estamos justificados -y probablemente lo estemos, no quiero tampoco ser talibán. En cualquier caso y por supuesto, todo eso sucede sin que cambien las relaciones de propiedad.
No creo que a esto le podamos oponer, como pedía implícitamente Benjamin, el comunismo. No a estas alturas. Tal vez ni siquiera tengamos que cambiar las relaciones de propiedad. Pero mi pregunta es si tenemos que seguir aceptando lo que nos ha sido dado como algo inmutable o deberíamos preguntarnos realmente si la cosa debe cambiar. Es indudable, como dijo el historiador británico Tony Judt antes de morir, que algo va mal. Pero, ¿qué debe cambiar, qué es posible cambiar, qué estamos dispuestos a cambiar para que ese algo que conocemos como civilización occidental -ya, casi, planetaria- cambie?
La respuesta, ya lo dijo alguien, está flotando en el viento. Y más vale que hagamos algo para encontrarla porque, si no, nos va a caer un buen chaparrón encima. Una vez más, mi larga introducción sólo sirve para acabar trayéndoos un poquito más de espectáculo. ¡Pan y circo! ¡Pasen y vean!



No hay comentarios: