22 de enero de 2011

Romper el círculo vicioso

Retomo los apuntes sobre estudios culturales y me vuelvo a encontrar con Bauman, cuyo libro Comunidad fue para mí uno de los grandes descubrimientos del último trimestre del año pasado. En un bello pero tremendo capítulo titulado Tiempos de desvinculación asegura que el eje fundamental en torno al que giraba el resto de la vida, el trabajo, se ha roto. No se puede confiar en él, y no es lo único que se desmorona. Toda la vida social "parece encontrarse en un torbellino... (en el que) nada permanece lo bastantes como para adaptarse plenamente a ello". Se han acabado "la mayoría de los puntos de referencias constantes". Así, la existencia de la comunidad es imposible, ya que las incertidumbres ante el futuro "no unen a los que sufren: los separa y los aísla". Por ello, "la decadencia de la comunidad... se perpetúa a sí misma: una vez que se inicia, hay cada vez menos estímulos para contener la desintegración de los lazos humanos".
Esta es, creo, la gran cuestión del siglo XXI: cómo romper esos círculos viciosos que hacen que nuestras comunidades degeneren cada vez más en meros agregados de individuos, cómo podremos -si es que podemos todavía, que tenemos que poder- poner en marcha proyectos colectivos. No es fácil para personas educadas en la poca resistencia a la frustración y en el culto a las cosas y desencantadas de todos los ismos habidos y por haber.
De entrada, la reflexión de Bauman creo que debería invitarnos a rechazar de plano aquellas propuestas de organización social basadas en maniqueísmos y dinamitación de puentes de diálogo entre opciones políticas, culturas e individuos. Tristemente, la vida pública actual nos da cumplidos ejemplos de justo lo contrario. Pero, seguramente, para que cambien nuestros supuestos líderes tendremos que cambiar nosotros primero. ¿O será al contrario?
En fin, imaginemos que todo esto es posible.


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