14 de diciembre de 2010

Postal desde Chad - Filipinos en el aeropuerto Charles de Gaulle


La sala de embarque del aeropuerto Charles de Gaulle es un gran espacio diáfano en el que lenguas, formas de vestir, colores de piel forman una abigarrada mezcla. Constantino Bogaio y yo, compañeros en la redacción de la revista Mundo Negro, esperamos para coger el avión de Air France que nos ha de trasladar a Yamena, la capital de Chad. Los asientos están llenos de personas de rasgos asiáticos (piel cetrina, faz lampiña ocasionalmente adornada con un ralo bigote, baja estatura, ojos achinados) que hablan inglés. Son técnicos de grado medio (soldadores, principalmente) filipinos que van a trabajar en las instalaciones petrolíferas de Doba, en el sur del país. Llegan desde Manila a Francia, y, desde allí, viajan a Yamena (Air France es la única compañía aérea que une directamente Europa con la capital chadiana).
Según nos enteraremos después, una vez en Yamena la compañía petrolera les hospeda en un hotel cercano al aeropuerto. Al día siguiente, son trasladados de nuevo al aeropuerto de Yamena, para viajar en avioneta hasta la pista de aterrizaje del campo base de Komé. Allí viven durante tres o cuatro meses en containers metálicos, precariamente adaptados para servir de viviendas prefabricadas.
Veremos estas casitas que parecen de hojalata, en cuyas paredes metálicas se practican tres o cuatro aberturas –puerta, un par de ventanas y, sobre todo, un hueco para encajar el aparato de aire acondicionado- derritiéndose bajo el hostil sol del mediodía chadiano, algunos días más tarde. Los filipinos y otros trabajadores expatriados que trabajan para las multinacionales petroleras en el sur del Chad realizan jornadas de trabajo intensivas y, al cabo de esas 14 ó 18 semanas de jornadas agotadoras y escasos días libres, regresan a su país de origen. No han visto nada del país, ni han tenido contacto con la población chadiana –salvo tal vez algún chofer o vigilante de pozo, o alguna prostituta del cercano poblado Satán, rebautizado ahora como Atán, un conjunto de chozas miserables, casi todas ellas dedicadas a albergar precarias discotecas-prostíbulos o cabarets, los precarios bares en los que se bebe la espesa cerveza local de sorgo o mijo.
Para estos trabajadores filipinos que esperan como nosotros el avión de Air France para Yamena, estar en Chad será como haber estado en Arabia Saudí, en Nigeria, o en una plataforma perdida en el Mar del Norte. Debe ser cierto eso que se dice de que, gracias a la globalización, los distintos lugares del planeta son cada vez más parecidos.
Les dejo con el grupo Tibesti, uno de los más conocidos de Chad. Quizás su sonido les permita sentir un poco del inmenso calor del sur del país.

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