29 de diciembre de 2010

Postal desde Canadá - Judy en la ventana

Ju está sentada en el alféizar de la ventana. Atardece mientras hablamos. Esperamos la llegada de sus hijos, que han ido a despedirse de Miss Angie, la dueña de esta casa para estudiantes en la que hemos estado alojados juntos durante un mes. No se puede decir que hayamos convivido. De hecho, apenas sí les he visto. Pese a todo, nos hemos cogido algo de cariño. Ellos son unos niños encantadores, muy alegres y curiosos. Ella, una mujer callada que se sorprende mucho de casi todo lo que digo. Problemas culturales, no lingüísticos. Ni su inglés ni el mío son tan malos como para no comprender las palabras que pronunciamos. Pero nuestras culturas y visiones de la vida son tan diferentes que ella no comprende mucho de lo que le digo y yo no llego ni a intuir todo lo que calla.

Hoy las cosas cambian un poco: los niños no están y en una hora a lo sumo desapareceremos, casi con toda seguridad para siempre, el uno del otro de nuestras vidas. En estas condiciones, Ju rompe un poco su silencio. Me habla de su vida en Indonesia, un país del que ignora casi todo pese a llevar viviendo allí algunos años. La familia de su marido, taiwanés como ella, tiene allí una fábrica de textiles. Ella lleva una vida totalmente extranjera, sin relacionarse apenas con nadie, tan sólo los niños y algunos parientes de su marido. Por momentos, su voz dice sin decir que le gustaría que las cosas fueran de otra manera, pero que, claro, están los niños, ella no tiene ni oficio ni beneficio... Enumera los viajes que le esperan en breve: vuelta a Taiwán e Indonesia, una posible escapada a Australia para seguir mejorando el inglés (en realidad, una excusa para escapar a la monotonía).

La silueta de Ju, recortada contra la luz de las farolas que rompen la oscuridad de la noche que se adueña de la calle, me recuerda la de los pájaros enjaulados. Sólo le falta el detalle de la jaula. Pero ella y yo sabemos que existe, aunque no se vea. De oro, pero jaula después de todo.

De repente, se oyen gritos en la calle de este suburbio de Vancouver, lleno de casas de madera prefabricada al más perfecto estilo americano, con su jardín y sus vecinos que viven encerrados en sus vidas domésticas. Son los niños, que llegan con su carga de juegos y risas, iluminándolo todo y encerrando de nuevo a Ju en su silencio. En breve vienen sus parientes a recogerles para llevarles al aeropuerto. Yo me quedo solo, pensando en la oscuridad del salón de esta confortable casa de la parte este de Vancouver, en el estado de British Columbia, al oeste de Canadá acerca de las distintas formas de soledad que existen en este planeta.


Les dejo con un gran solitario: Elvis Presley.

1 comentario:

chuso dijo...

Muy interesante tu blog, lo seguiremos con atencion. Feliz año

Chuso