5 de diciembre de 2010

Burkina

Para concluir este ajetreado debut en el mundo bloguero y demostraros que sé hacer algo más que citar a Bauman, os dejo con el texto completo del artículo Burkina Faso: contradicciones en el país de los hombres libres, que fue publicado en noviembre en la revista 21, recortado (por razones de espacio) en la edición impresa e íntegro en su página web.

Burkina Faso: Contradicciones reales y aparentes en el país de  los hombres íntegros

En septiembre tuve la oportunidad de viajar a Burkina Faso, la tierra de los hombres íntegros, tal como la bautizó el gobierno revolucionario de Thomas Sankara para dejar atrás su nombre de colonia francesa: Alto Volta. El nombre de un territorio fue sustituido por el nombre de un pueblo. De un pueblo que aspiraba a un ideal. Los ideales quedaron atrás, pero el pueblo permanece.
Burkina Faso es el 177 (de 182) país en la lista del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, según el informe 2009 del PNUD, elaborado con datos relativos al año 2007. Tiene una esperanza de vida de casi 53 años y una tasa de analfabetismo adulto del 71,3 %. El 81,2% de su población vive con menos de dos dólares diarios. Según el último informe anual de Amnistía Internacional, no es un país especialmente cuyo Gobierno viole especialmente los derechos humanos, aunque casos como el asesinato del periodista Norbert Zongo, crítico con el poder, siguen sin esclarecerse.
Repaso estos datos mientras el avión de Air France despega del aeropuerto de Niamey, la capital de Níger, describiendo una amplia curva sobre el majestuoso río que da nombre al país. El Nilo de los negros, como también se le conoce, es un caso extraño: nace en Guinea Conakry, a pocos kilómetros del mar, pero, en lugar de encaminarse hacia su fin natural por el camino más corto, se rebela, corre hacia el interior, y describe una amplia curva de más de 4.000 kilómetros a través de Guinea Conakry, Mali, Níger, Benín y Nigeria para acabar rindiendo sus armas en un extenso delta, región rica en petróleo y en conflictos. ¿Contradictorio? Esto es África.
En Burkina Faso, una vez más, África se revela como una tierra de contradicciones. La tierra de los hombres íntegros, como la bautizó el presidente Sankara, vive desde hace 23 años bajo el gobierno opresivo del hombre que traicionó a su compañero de lucha. Blaise Compaoré estuvo detrás del asesinato de su camarada y asumió un poder que ni ha dejado ni tiene intención de dejar. Desde 1987 maladministra la pobreza de un país seco, con escasos recursos naturales, que ha doblado su población desde el final de la segunda guerra mundial y en el que muchos de sus habitantes miran a Europa como un sueño. Un sueño imposible, como sabemos.
En el aeropuerto de Ouaga nos espera un comité de recepción compuesto por un buen número de voluntarios que gestionan equipajes y trámites administrativos. Vamos llegando gente de diversas nacionalidades para asistir al 22 congreso mundial de la Unión Católica Internacional de Prensa (UCIP). El lema de la reunión es Medios al Servicio de la Justicia, la Paz y el Buen Gobierno en un Mundo de Desigualdades y Pobreza. El Gobierno de Burkina facilitado muchos medios para que el congreso pueda tener lugar en este país y, por primera vez en la historia de la UCIP, en África. Y ya hemos hablado algo del sentido de la democracia del presidente burkinabe. Otra contradicción, sin duda.
La africanidad del congreso se revela plenamente al día siguiente. En la confortable y funcional Sala de Convenciones Internacionales de Ouagadougou, los europeos somos minoría. Casi todos los congresistas (llegaremos a ser 455, de 48 países distintos) son africanos. Sus apellidos no son Smith, Faber, Alessandrini o López; sino Zongo, Tiendrebeogo, N´Diaye o Ekouli. Muchos visten trajes tradicionales o camisas africanas, con sus típicas explosiones de color, al tiempo que se inclinan sobre sus portátiles para transmitir por Internet sus crónicas del congreso o graban con sus cámaras de vídeo. ¿Una nueva contradicción? Sólo aparente, sólo a ojos europeos.
La Sala de Convenciones Internacionales está situada en Ouaga 2000, la zona más nueva de la ciudad. Un barrio que aspira a la occidentalidad, con todas las calles asfaltadas y grandes mansiones entre las que figuran buena parte de las embajadas. Poco que ver con los barrios de calles de tierra que se abren tras las calles principales asfaltadas, inundadas de puestos de cualquier cosa, de tenderetes improvisados en los que se venden carteras para el cole o comida. Algunos, bien tristes, consisten en una simple tela extendida sobre la tierra con cuatro o cinco piezas de verdura. Las calles de Ouaga rebosan de actividad. Los africanos son gente casi siempre en marcha. Algo que contradice nuestra percepción del continente como un territorio sin posible solución, y de los africanos como mendigos de la ayuda internacional.
El segundo día del congreso tocamos poder. A la inauguración oficial acude Compaoré. Por supuesto, rodeado de toda la prosopopeya de los jefes de Estado: detector de metales a la entrada, amplio despliegue militar, multitud de ministros y de embajadores. Por la tarde, le toca el turno a Jerry John Rawlings, ex presidente de la vecina Ghana. Un militar golpista que dio paso a un gobierno democrático. Pese a los años que lleva fuera de los cuarteles, Rawlings se expresa como un militar. Habla casi una hora, el doble de lo previsto. Su tema es Cómo instaurar el buen gobierno en nuestras sociedades (africanas, se sobreentiende). Antes de aproximarse a él hace un largo relato de anécdotas de vida militar. Es un mitin, una arenga, más que una conferencia. Como a Castro, como a Chávez, el tiempo se le queda corto. Él es el líder. Él tiene la verdad y deberían haberle dejado un día entero para hablar.
El miércoles por la mañana me escapo del congreso. Viene a buscarme Delphine Ouédraogo, una actriz burkinabe para quien un amigo periodista de Madrid me ha dado un pequeño recuerdo de cuando se conocieron en el Festival de Cine Africano de Tarifa. Ese día tiene rodaje, y me invita a acompañarla.
Descubro una nueva contradicción –aparente, como tantas; para ojos europeos, como tantas-: en Ouaga ¡se ruedan telenovelas! Delphine interpreta a una mujer rica, pero insatisfecha con la vida de lujo que lleva, pues le falta el amor. La estética es muy parecida a la de las telenovelas latinoamericanas y, como ellas, cae en una contradicción nada aparente: retratar una vida de lujo para una audiencia que vive en la pobreza.
Salvo el director de fotografía y cámara principal, un bosnio que vive desde hace seis años en Burkina con su mujer, que trabaja para una ONG, todo el equipo es burkinabe: la directora, Valèrie Kaborè, la script, el segundo cámara, las maquilladoras, los actores, los planchadores y atrezzistas. En total, un equipo de unas 25 personas. Efectivamente, no estamos ante un juguete, ni una producción casera. El resultado del rodaje, que se extenderá hasta el mes de diciembre, será una serie de 20 capítulos que se pasará en la televisión de Burkina y que se exportará a otros países del África francófona. Con suerte, puede que la compre TV5, el canal internacional de la televisión estatal francesa.
Con la excusa de mandar unas postales, me pierdo un poco por las calles del centro de la ciudad. Acuden multitud de personas vendiendo todo tipo de artesanías. Alí, un supuesto tuareg que ha venido desde Gao, en el norte de Mali, me cuenta que la zona está vacía de turistas por miedo a posibles secuestros de Al-Qaeda. Así que (los africanos, siempre en movimiento) ha venido a Ouaga a vender las piezas de artesanía que hace su padre (brazaletes y pulseras de plata y de cuero de camello, pendientes de plata y polvo de ébano). Le quedan apenas unas pocas y, por supuesto, las deja a buen precio. Joseph vende postales con pequeños batiks pegados, llaveros, máscaras. Un tercero vende música africana. Otro grupo ofrece sobres pintados a mano.
Todo Ouaga es un inmenso mercadillo, un ir y venir de gentes que no paran de, como dicen los cubanos, “inventar”, buscarse la vida en un país en el que nadie regala nada. Por supuesto, el precio para los blancos es diferente del precio para los negros y todos tratan de sacar el máximo rendimiento a su mercancía. Pero no es sólo una cuestión de mercado. Es algo que tiene que ver con las tradiciones de pueblos en los que el que más tiene, sea por riqueza o por poder, es el que más está obligado a dar.
Todo tiene sus reglas y su sentido, muchas veces oculto para el extranjero. Desde los largos saludos en los que una de las preguntas clave es si has dormido bien (algo no tan fácil en un país en el que incluso en plena estación de lluvias el calor suele ser sofocante) hasta el regateo. Bouba es un tipo extrovertido que sienta sus reales enfrente del Pacific Hotel, buscando colocar a los turistas y hombres de negocios que se alojan en él las mercancías que elabora una pequeña cooperativa de artesanos. Jovial, siempre saluda, siempre invita a visitar su pequeña cooperativa y orfanato adjunto. Sin embargo, se enfadará muchísimo con un turista que le dijo que le compraba un traje africano por x sin que él hubiera dicho su precio inicial. El ceremonial no es así: el vendedor dice su precio, el comprador hace una contraoferta y comienza el regateo. Regateo que es también un diálogo. Diálogo que supone reconocer al otro como persona.
El paseo por las calles atestadas de Ouaga me regala, sobre todo, el encuentro con Tiko. Tiko Sana es un artesano al que le hago una pequeña, mínima compra. A cambio, me premia con su compañía y su conversación. Tras mostrarme su pequeño puesto en el mercado, va conmigo hasta el Centro Cultural Francés, uno de los pocos espacios culturales oficiales que existen en la ciudad (la cultura no oficial está en cada esquina: en cada tienda de batiks, esas preciosas telas pintadas a la cera con escenas de la vida cotidiana africana; en los parques en los que grupos de músicos se juntan para tocar).
Por el camino, filosofamos sobre África y sobre las razones de su postración. Por cómo se ve a África fuera de África. Ésta es un tema recurrente en los más lúcidos hijos del continente negro. A todos ellos les preocupa que Occidente vea a África únicamente como una tierra de hambre, dictadura, tribalismo y guerra. Que se le niegue su cultura, la humanidad de su gente, su historia. Es, seguramente, otra contradicción. Esta vez, nuestra. Y, desde luego, nada inocente.
Tiko aún me acompaña después, siempre sonriente, siempre amable sin ser servil, a coger un taxi, y regatea un buen precio para mí. No consigue un precio de negro, pero me evita pagar el precio de blanco al completo. La noción de taxi es también diferente en África. Único pasajero al principio, acabo viajando con otros cuatro compañeros de aventura en un destartalado Mercedes. Cae la tarde y, en las aceras, los comerciantes musulmanes interrumpen su jornada para atender la llamada a la oración.
El jueves por la noche se celebra la cena de gala del congreso en un gran salón de actos del Salón Internacional del Artesanato de Ouagadougou (SIAO). Como sacados de una gala de José Luis Moreno, el presentador y la presentadora van anunciando actuaciones y premios internacionales de periodismo concedidos por la UCIP. Impecables trajes europeos se mezclan con vistosos vestidos tradicionales africanos y hasta el Nuncio de Su Santidad el Papa en Burkina Faso contempla las increíbles piruetas de los bailarines del Ballet Nacional de Burkina. Nada que ver con Giselle o El lago de los cisnes, claro. Pese a tratarse de un supuesto salón de gala, renuncio a aliviar mi vejiga, pues los servicios de tan supuestamente fino lugar están literalmente llenos de mierda. Otra contradicción bastante real.
El viernes es día de inmersión cultural. Tras la ceremonia que recrea la falsa partida del Mogho Naba, una leyenda sobre un hecho de armas del jefe supremo de la etnia mossi, la mayoritaria en Burkina Faso (en el país cohabitan unas 60, contradicción nacida de la arbitraria partición del territorio africano por las potencias coloniales europeas en la Conferencia de Berlín, a finales del siglo XIX), el llamado emperador de los mossi nos recibe en su palacio. Aunque este jefe tradicional tiene un poder más honorífico que otra cosa, no deja de ser un símbolo para los habitantes del país. Especialmente, para los de Ouaga.
Allí está presente el ministro de cultura del Gobierno de Blaise Compaoré junto a los ministros del Mogho Naba y multitud de representantes de otros jefes tradicionales de Burkina, vestidos con sus abigarrados trajes tradicionales y portando sus espadas en bellas fundas de cuero decorado. Hay también algún embajador, representantes de los imanes de Ouaga… Uno de los ministros del Mogho Naba, al que le hago una foto, me da su dirección de correo electrónico para que se la envíe. ¿Contradictorio?
La ceremonia se desarrolla con mucho protocolo, al estilo africano. El jefe no habla, lo hace su portavoz. Hay intercambio de regalos y elogios. Al final, termina con otra contradicción, creo que tan aparente como real. El Mogho Naba ha escrito un libro de poemas, según explica su portavoz, para poner por escrito las tradiciones y la sabiduría ancestral del pueblo mossi, cuya cultura, como en toda África, es fundamentalmente oral. Sin embargo, cuando llega la hora de leer alguno de los poemas que forman el libro, el texto está dedicado ¡al papel de los medios de comunicación modernos!
Después de la publicidad, emprendemos un cansado viaje en carretera, escoltados por coches y motos de la policía, a visitar un par de museos relativamente cercanos a Ouaga. Por la ventana del autobús desfilan las casas y mercados de la capital de Burkina. Luego, el paisaje de la sabana africana, verde en esta época de lluvias, se adivina terrible en la estación seca.
En Laongo, un museo de escultura de granito al aire libre, Eugene, un voluntario que también es guía turístico y que ha aprendido español en la calle, charlando con turistas (los africanos tienen gran facilidad para los idiomas, pues hablan varios casi desde niños, aunque, contradictoriamente, a los occidentales nos parezcan poco dotados de inteligencia) nos cuenta a un grupo de hispano-lusohablantes la leyenda de Yennega y del primer rey mossi en Burkina, Ouedraogo (que quiere decir caballo en moré, el idioma de los mossi).
Yennega, hija del rey de Dagomba, en la actual Ghana, se sentía agraviada porque su padre no le buscaba marido, pese a que sus hermanas pequeñas se iban casando. Así, empezó a cultivar un campo de mijo, pero dejó dos cosechas sin recoger. Al dejar sin recoger la tercera cosecha, su padre le preguntó por qué no se ocupaba de su campo. Ella le dijo que por qué le preocupaba que no se ocupara de su campo cuando él no se preocupaba de ella. Su padre cayó en la cuenta de su error y le dio un caballo, diciéndole que se fuese, que era libre de ir a buscar un marido de su gusto donde ella quisiera. Yennega, mujer fuerte, partió hacia el norte y, en la región de Tenkodogo, en el sur de Burkina, encontró a un cazador de la etnia mande, fuerte y apuesto, con quien se casó. A su hijo le llamaron Ouédraogo, en honor al caballo en el que Yennega ganó la libertad y el amor. Cuando la noticia del nacimiento de Ouédraogo llegó a oídos de su abuelo, éste se puso muy contento y le concedió el honor de ser rey.
En el museo de Manéga, poco después, paso las que seguramente son las horas más emotivas y fascinantes de mi visita a Burkina. Es un museo privado fundado y sostenido por el escritor y abogado Titinga Frederic Pacéré que seguramente sea el mejor de Burkina Faso. Nos recibe Pacéré en persona, ataviado con sus mejores galas africanas. Hay preparada toda una fiesta en el sentido africano y tradicional de la palabra. Nuestra visita coincide, no sé si por azar, con un día de mercado, y la simple vista desde el autobús es impresionante. Al pie de unos árboles, humean los fuegos de los puestos de comida, y hay aparcadas una multitud de motos y bicicletas. Cientos de personas, ataviadas con sus mejores galas (en África, ir a mercado no es sólo a la compra: es encontrar a los compadres y comadres, dar y recibir noticias, exhibirse ante posibles parejas), pasean de aquí para allá, curioseando, repartiendo su atención entre los puestos y los recién llegados con sus cámaras, sus rostros negros y europeos y su caminar y actitud distintas.
Si la fascinación era ya grande antes de entrar en el museo en sí, se vuelve totalmente embriagadora una vez dentro. Incluso en una visita apresurada como la nuestra uno no puede dejar de sentirse sobrecogido en la cámara de los fetiches funerarios, o en el pabellón dedicado a las máscaras que te miran hipnóticas, llenas de misterio y leyenda, o en el pabellón que reconstruye, con maniquíes tan burdos como entrañables las vestiduras de los distintos jefes guerreros de los mossi.
Pero una vez completado el recorrido, la fascinación no para. Pacéré ha preparado una completa exhibición de las más espectaculares danzas de las distintas culturas burkinabes. Mientras los distintos grupos se suceden antes la carpa montada para proteger del sol a los visitantes extranjeros, grupos de ancianos disparan salvas de honor con viejas espingardas. Los atronadores disparos, salidos de cañones que parecen tan antiguos que dan la impresión de que debían de ser viejos cuando los colonizadores franceses llegaron por estos pagos, a finales del siglo XIX, hacen su efecto y la lluvia se desata torrencial, avasalladoramente sobre Burkina.
El sábado es un día de pereza. Por la mañana visitamos la sede de Crear Realizar Educar Difundir y Organizar (CREDO) Media, la productora audiovisual que dirige Bernard Yameogo. Me acompañan un periodista brasileño, Paulo Lima, director de la revista Viraçao (algo así como giro, cambio, en portugués), un medio hecho por y para adolescentes, y Silvia Vizcarra, una periodista argentina residente en Alemania experta en maltrato infantil. Bernard es un tipo simpático, expansivo, que nos oyó hablar en español y que empezó a conversar con nosotros. Su gente ha estado filmando todo el congreso. Sus filmes han estado presentes en festivales como Tarifa o San Sebastián.
Aparte de producir películas y teleseries, CREDO hace producciones audiovisuales por encargo, da cursos de formación a estudiantes y a profesionales de los medios. Es todo un entramado de producción y agitación cultural que funciona, tal vez precariamente, tal vez avanzando a pasos pequeños. Pero avanzando. Una idea, la de avanzar que a los occidentales nos parece contradictoria con la idea de África. Una nueva contradicción (¿aparente? ¿real?).
El domingo, antes de partir, nueva excursión. Tras una festiva misa en la catedral de Koudougou, en el curso de la cual descubro que Bernard es también sacerdote (¿contradictorio, un sacerdote cineasta?), visitamos el Museo Rayimi, inaugurado en julio de este mismo año. Es una iniciativa del Yisuka Naaba Saaga, un jefe tradicional de la zona de Koudougou, la tercera ciudad en importancia del país, tras Ouagadougou y Bobo-Dioulasso, cuyas calles, por las que hemos pasado, recuerdan a las de una pequeña ciudad del lejano oeste, llenas de polvo y de caserones aparentemente improvisados.
Aquí nos asaltan las últimas contradicciones del viaje. Fuera de hora, y pendientes de los aviones de regreso de muchos congresistas europeos, no hay tiempo para celebrar una ceremonia tradicional. Así que el propio jefe nos explica rápidamente –en francés y en un inglés superrcorrecto: es funcionario del UNICEF- el sentido de hacer un museo que él mismo confiesa modesto, pero que cree necesario para comenzar un trabajo de preservación y recuperación de la cultura tradicional. Ni la prisa, ni el hecho de que el jefe hable (“no podría hacerlo si esto fuera una ceremonia tradicional”, nos explica), ni el que lo haga en francés y en inglés, como si fuese un guía turístico cuadran con sus vestimentas tradicionales, ni con el entorno. Pero esto es Burkina Faso.
No va más. La semana en Burkina se acaba sin visitar la tumba de Thomas Sankara, ni ir tan siquiera al mercado central de Ouaga. No ha habido tiempo para ir a una obra de teatro en el Centro Cultural Francés, ni a alguno de los varios cines que funcionan en la capital del cine africano, sede cada dos años del FESPACO (Festival Panafricano de Cine de Ouagadougoú). Pero vuelvo a mi confortable y mortecino occidente con una maleta invisible llena de olores, sabores, experiencias, datos y asombros. Asombros que nacen de contemplar y conocer algo más acerca de las contradicciones (reales y aparentes) de un país africano.

No hay comentarios: